Ciudad de México. Cuando la comida, el dinero y el gas se acabaron en su casa, Luis Ángel le propuso a su madre que salieran a hacer trueque con lo único que él podía aportar a la causa familiar: sus juguetes.
En plena banqueta, afuera de un hotel de la avenida Cuauhtémoc, el pequeño de 11 años de edad y su mamá alinearon una docena de carritos algo maltratados, además de un elefante verde con ruedas, unas cuantas figuritas de plástico y dos muñecos de peluche.
Los juguetes no son muy viejos, y aunque ya se les nota el uso que les han dado, están dignamente acomodados en espera de algún comprador. Son, tal vez, la única y más valiosa posesión del niño, las memorias de su primera infancia, y ahora están aquí, bajo los rayos de sol, a cambio de una despensa o de la cooperación voluntaria que alguien le quiera dar.
En medio, Luis colocó una simple hoja de cuaderno donde se puede leer: Se cambian juguetes x despensa. Muchas gracias
, acompañado de algunos corazones y los dibujos de un par de carritos.
Luis pasa por una situación difícil, pero habla sin ningún problema y cuenta su vida con una simpleza que desarma a quien lo escucha. Cándido, explica sus penurias como si no las estuviera viviendo.
Mi mamá y yo no teníamos para comer, vi todos mis juguetes y le dije que fuéramos al Centro a intercambiarlos por despensa o por dinero, lo que quisieran darnos. Mi mamá primero me dijo que no, pero después la convencí y de ahí empezamos a venir. El primer día nadie nos dio nada, pero ahora ya sí: van como tres personas.
Luis Ángel hace un breve recuento de sus posesiones, hoy a disposición del mejor postor: Son carros, muñecos y peluches. ¡Ah, y un rancho de muñequitos!
, explica mientras se acomoda el cubrebocas negro que le aplasta un poco las orejas.
–¿Y no te cuesta trabajo deshacerte de tus juguetes? –se le pregunta a Luis Ángel.
–Pus… sí, pero no tengo de otra.
–¿Hay alguno en especial que te guste más que los otros?
–Sí, la tortuga –dice el niño en referencia a un sencillísimo muñeco de peluche, de color verde ya desgastado–. Mi mamá me la regaló desde que era bebé y la quiero mucho.
Y cuenta su vida: vive con su mamá y su abuelo en un cuarto en Los Reyes-La Paz, estado de México, y que la situación es crítica
, porque ayer sólo habían podido comer tortillas con sal. “Antes vendíamos flanes, pero cuando empezó el coronavirus y ya no podíamos salir nos quedamos sin dinero… ni pa’l gas”.
Luis narra: Nadie nos ayuda. Mi mamá, mi abuelito y yo vivimos solos. Y a mí nadie me quiere
.
Aunque dice tener miedo de la pandemia de Covid-19, espera que la vida le conceda algunos gustos. “Son cinco peticiones na’más: unos muñequitos del Capitán América, el Hombre Araña, Batman e Ironman. Y la otra, unos tenis, porque los míos ya están bien rotos”, dice mientras dobla un pedazo de la suela de sus zapatos.
A unos pasos, la madre, doña Susana M, observa y asiente. Conviene en que desde hace muchos días su menú es magro.