Francisco Tario (nombre de pluma de Francisco Peláez Vega; Ciudad de México, 1911-Madrid, 1977) escribió apartado del mundo literario. Destacan su singularidad, talento lírico, extravagancia, predominio de la innovación y una gran calidad estética.
Vivió parte de su infancia y juventud en Llanes, pueblo de la costa asturiana y lugar natal de sus antepasados. Regresó a México, estudió piano, disfrutó de la fotografía, jugó futbol como portero del Club Asturias, se volvió copropietario de cines en Acapulco, se casó con Carmen Farell, con quien viajó en transatlánticos. En 1957 dejó México, recorrió Europa con su esposa, sus dos hijos Sergio y Julio, y la nana Raquel, hasta que se instaló definitivamente en Madrid.
En 1943 publicó La noche y Aquí abajo: novela. Posteriormente, en 1946, fueron publicados Equinoccio (aforismos, epigramas, sentencias y prosa breve) y La puerta en el muro. Estos títulos constituyen la primera época del escritor.
A comienzos de los años cincuenta Tario inició su segunda época. Publicó Yo de amores qué sabía (1950), Breve diario de un amor perdido (1951), Acapulco en el sueño (1951) –con fotos de Lola Álvarez Bravo– y Tapioca Inn: mansión para fantasmas (1952).
En los años sesenta, al trasladarse de México a Madrid, comenzó su tercera y última etapa, que tendió a la tristeza permanente tras la muerte de Carmen Farell por un derrame cerebral, que finalizó con Una violeta de más (cuentos fantásticos), libro publicado en 1968. La llama “mágico fantasma” al dedicarle su último libro, publicado a un año de la muerte de Farell. Las ediciones póstumas de El caballo asesinado y otras piezas teatrales (que incluye Terraza con jardín infernal y Una soga para Winnie) y Jardín secreto fueron publicadas en 1988 y 1993 respectivamente.
El genio de Tario lo coloca al lado de los relatos de la célebre Antología de cuentos fantásticos compilada por Borges y Bioy Casares en 1940, dicen Jacobo Siruela e Inka Martí, editores de Atalanta.
“Gabriel García Márquez afirmó alguna vez que el relato de Tario ‘La noche de Margaret Rose’ era uno de los mejores del siglo xx”, recordó Alberto Manguel. Concluyó: “Quizás la convicción que los cuentos de Tario despiertan en nosotros se deba a la calma y poética lógica que los gobierna.”
El doctor en filosofía Mauricio González de la Garza escribió después de la muerte del escritor:
Algo hubo siempre en la literatura de Francisco Tario de lágrimas embalsamadas y de vals de cementerio, de angustia existencial y de romanticismo triste. Tario siempre fue peregrino sin posada. Un viajero incansable de sí mismo, bailarín de la espuma y eco de risas y sueños./ Recuerdo la alfombra azul de su sala, el piano Steinway y los nocturnos y los valses de Chopin que Paco tocaba con emotividad contenida.
Un experto en fantasmas
El ensayista, narrador, antólogo y periodista Alejandro Toledo (Ciudad de México, 1963) se ha dedicado profundamente a estudiar y
recopilar la obra de Francisco Tario. En una ocasión el experto en el autor de Equinoccio y yo conversamos:
–¿Qué opinas de la multiplicidad de vidas de Tario?
–Hay varios misterios aún en torno al personaje. ¿Cómo es que se convirtió en ese ser extraño, escritor grotesco lo llamaría acaso Wolfgang Kayser, que publica en 1943 La noche? Si uno lee las cartas a Carmen, se dará cuenta de que hay cierta inocencia en el joven de los años treinta. ¿Qué ocurre entre 1935 y 1943 para que varíe su temperamento? Otra duda: ¿por qué se va tan abruptamente de Acapulco y México para exiliarse en España, cuando lo común era el camino inverso? La “cómoda mágica” también nos relevó a un Tario fotógrafo, obsesionado con Llanes, el pueblo de sus padres y de su infancia…
–En Universo Francisco Tario (La Cabra Ediciones/Conaculta, Ciudad de México, 2014) escribiste: “Yo tengo al fantasma de Francisco Tario alojado en mi casa.” La imagen espectral es maravillosa.
–Aunque la sensación es real, de pronto es como si anduviera por el departamento. Mi mujer también lo percibe. Tengo sus papeles en unas cajas negras y en un librerito con cien libros que le pertenecieron… La otra noche soñé que viajaba a Acapulco para entrevistar a Tario. Me recibió Julio, el hijo, y Tario fue amable. Por razones que tienen que ver con la lógica del sueño, supongo, entre una cosa y otra nunca pudimos sentarnos a conversar. También pasa que llevo a las editoriales proyectos que no tienen que ver con Tario y termino por proponer algo suyo o me proponen algo que tiene que ver con él. Lo de Tario casi siempre avanza con una energía que parece venir directamente de su espectro.
El autor de James Joyce y sus alrededores elaboró el volúmen Francisco Tario. Antología (selección de Alejandro Toledo, prólogo de Esther Seligson, Cal y arena, Ciudad de México, 2017) “prácticamente al final del camino, cuando la perspectiva de lo que escribió Tario parece completa (porque se agotó la revisión de sus papeles personales), y se podrá navegar en ella como por un mar no apacible pero del que se saben ya, con cierta precisión, sus contornos, sus orillas.”
“Mágico fantasma”
Presentó parte de la correspondencia entre el escritor y su mujer. El intercambio epistolar inició con el noviazgo y concluyó cuando se casaron. El 24 de abril de 1931 Tario le escribió a Farell: “De cualquier modo que sea, y suceda lo que suceda, este año transcurrido dejará en nosotros una huella imborrable, alegre y triste a la vez, deslumbradora. Todo mi amor para ti y lo que quieras.”
Tras la muerte de Carmen Farell, Elena Garro –amiga entrañable de la pareja– le envió a Tario una misiva trasatlántica en la que se lee: “La ventana es ahora el final del puente invisible tendido entre nosotros y lo otro y allí nos espera Carmen a todos los que fuimos fieles a su belleza. [...] Los queremos mucho a ustedes, la pareja, y no creas en la separación, el tiempo no existe, ni tampoco nosotros, apenas somos un segundo ilusionado. Te quiere siempre, Elena.”
La “cómoda mágica”
Alejandro Toledo narró que el hijo menor de Tario, Julio Peláez Farell (que como pintor
prescinde del apellido Peláez), regresó a México y trajo con él la “cómoda mágica” –un mueble antiguo que su padre compró en los saldos de una iglesia que contenía el archivo del escritor–, de donde surgieron piezas literarias que Tario escribió para sus hijos (como “Jacinto Merengue” y “Dos guantes negros”, un par de relatos publicados en el suplemento México en la Cultura del diario Novedades), algunos otros borradores, cartas, cientos de fotografías, filmaciones, discos de manufactura casera (con radioteatros y charlas con amigos), una partitura inacabada y una serie de dibujos eróticos. Con textos extraídos de esa cómoda se armó el volumen La desconocida del mar y otros textos recuperados (Editorial Ficticia, 2013).
La tendencia a lo nocturnal
En Equinoccio Tario escribió: “Nadie ha explicado satisfactoriamente lo que es la noche. Y mucho peor que nadie, del modo más brutal y rudimentario, los astrónomos. ¡Oh, qué tiene que ver la noche de los prostíbulos, y los templos cerrados, y los hospitales, con la noche de que hablan los astrónomos!”
En el prólogo de La noche. Antología (con entrevistas de José Luis Chiverto, Atalanta, Girona, 2012) Toledo ratifica que la escritura de Tario tendió a lo nocturnal. Afirma que en la obra y la vida del escritor todo perteneció a la noche: “Es el título y el tema de su primera colección de cuentos; le gustaba interpretar los nocturnos de Chopin; organizaba tertulias, que suelen ser al atardecer o por la noche; en los discos recita aquel poema sobre la noche de José Asunción Silva o adapta, como radioteatro, Drácula, de Bram Stocker, novela sobre un ser nocturno. Era su ámbito natural. En las cartas a Carmen Farell habló de las alucinaciones que tenía al dormir con fiebre, cuando se sentía enfermo, confundiéndose el abrazo amoroso con la aparición amenazante de la muerte, algo que desarrolló en uno de sus relatos más conocidos, ‘Entre tus dedos helados’.”
El “inefable rumor”
Esther Seligson –autora de Cicatrices– fue cercana a Tario. Lo conoció en 1970: “Llevaba años de no fumar, de no escribir y de un pertinaz enclaustramiento fruto de la muerte de su esposa, Carmen Farell, ese ‘mágico fantasma’ a quien dedica su último libro.”
En “…Y el vivir nunca es silencioso”, prólogo de la antología de Tario Entre tus dedos helados y otros cuentos (selección de Alejandro Toledo, prólogo de Esther Seligson, uam/inba, Ciudad de México, 1988), la escritora coligió:
Hay, detrás del “inefable rumor”, un gusto anticipado de muerte, el grito sordo –como un par de pantuflas raídas que se arrastrara sigilosamente en un espeso lecho de hojas secas– que caracteriza al vivir humano. Pues la existencia de los hombres es mezquina, crédula, lamentable, y, en general, sin grandeza alguna. ¿Y el amor?: “Sumergidos en lo profundo, fuimos absorbidos por la libertad sin medida. Mas el mundo, al fin, nos salió al paso.”
[...] al igual que Bachelard, Tario es un soñador de palabras, un soñador de palabras escritas, llenas de locuras, quimeras, onirismos, memorias de infancia, de imágenes móviles, imaginantes.
Francisco Tario falleció por problemas cardíacos el 30 de diciembre de 1977 a los sesenta y seis años de edad. Cuando pienso en su “gusto anticipado de muerte” no puedo sino recordar el lúgubre final de “La noche del buque náufrago”:
Cuando caí al fondo escuché el canto triunfal de todos los buques muertos. Y me eché a dormir así, un poco fatigado, otro poco orgulloso, pensando con angustia en esos muelles infames donde los barcos decrépitos se retuercen vencidos, cobardes, enfermos...
Se trata del lenguaje de los verdaderos fantasmas.