Con motivo del décimo aniversario del fallecimiento del reconocido dramaturgo, director de teatro y catedrático mexicano Héctor Mendoza (1932-2010); se llevó a cabo una mesa de reflexión, en línea, en la que se abordó su metodología y pedagogía escénica.
Organizada por la Compañía Nacional de Teatro (CNT), los creadores escénicos Angelina Peláez, Luis Rábago, Julieta Egurrola, Laura Padilla, Roberto Soto y Enrique Singer, recordaron y dieron testimonio del legado y las distintas etapas creativas de quien fuera director de más de 70 puestas en escena y autor de más de 40 obras de teatro.
Durante el conversatorio transmitido por la cuenta de Facebook y Youtube, de la CNT, se destacó, entre otras cuestiones, su rigurosidad, respeto y disciplina; su intelecto y sentido del humor; así como el singular trabajo de mesa, análisis de texto y construcción de personajes.
Se hizo también referencia a los denominados “Ejercicios de A y B”, en los que “el actor se convierte en dramaturgo”.
Destacaron y explicaron también, lo que constituyó un parteaguas en el desarrollo creativo del maestro Mendoza y que marcó a distintas generaciones de creadores escénicos en su quehacer actoral; y que sería parte de su metodología, denominada como “la búsqueda del trance”.
Angelina Peláez se refirió a la “mirada micro y macroscópica que tenía Mendoza: al minucioso análisis del texto, del personaje y del actor. Un trabajo que en la actualidad ya no se realiza, deploró la actriz.
Fue una época, comentó Singer, “en la que de cierta manera Mendoza funda el enfrentamiento que más adelante se desarrolló entre el trabajo del dramaturgo y el director de escena; al darle a éste último una independencia artística, para interpretar de manera personal, el texto del autor”.
La época y el Mendoza que le toca al actor Luis Rábago, “es aquel que está obsesionado por la figura de Jerzy Grotowski, luego de presenciar la puesta en escena de El príncipe constante, en México”.
De ver esa obra con una actitud escéptica y salir enfadado de la función, pasó al día siguiente a experimentar una especie de “iluminación” o “epifanía”, relató Rábago.
“El mismo Mendoza dice que ahí comenzó a entender lo que había visto la noche anterior. Que entró en un estado mental muy extraño y extraordinario. Y que eso es lo que tendría que experimentar el espectador”.
De ahí se metió de lleno a investigar los métodos que estaba desarrollando Grotowski, en Polonia. Fue un cambio radical para Mendoza. Comienza entonces, desde su particular visión a desarrollar lo que él llamaba “la búsqueda de trance”, explicó Rábago.
“Durante los ejercicios, teníamos que llegar a un estado de semiinconsciencia o conciencia paralela, en la que toda la fuerza de nuestra animalidad o brutalidad interior tenía que surgir sin ser censurada. Era un modo de hacer, sin recordar lo que uno había hecho”.
Ese fue un entrenamiento que tuve durante dos años, recordó el actor, quien también se refirió a los resultados escénicos de esa práctica de “trance”; a las que llegó asistir como invitada para verlas, la dramaturga Luisa Josefina Hernández, quien al final del ejercicio individual, “describía el aura que ella había visto en cada uno”.
Julieta Egurrola recordó la forma como conoció al maestro Mendoza, sus clases y los ejercicios de trance, a partir de los pecados capitales. Y término de las ideas inspiradas en Grotowski, para posteriormente desarrollar los ejercicios de A y B. “Héctor nos enseñó la disciplina, la puntualidad, el respeto por el compañero, y sobre todo no dejarse corromper por el público”.
Laura Padilla y Roberto Soto, de igual manera recordaron las experiencias y enseñanzas transmitidas como alumnos del director de teatral.
Héctor Mendoza desarrolló una metodología actoral que se puede consultar en las obras: Actuar o no, La guerra pedagógica, Creator principium y el Burlador de Tirso, así como en el texto teatral El mejor cazador.
Mendoza, “fue un maestro de maestros, gran parte de la pedagogía teatral de la segunda parte del siglo XX y hasta la fecha, se encuentra influida por su desarrollo creativo. Gracias a él existe una cierta gramática para hacer teatro. Enseñó una manera no sólo de hacer teatro, sino también de decirlo. No se puede entender la historia del teatro en México, sin comprender su legado, pues fue un creador que supo evolucionar, sin conformarse con lo que sabía”, destacó Enrique Singer.