En nuestro último artículo hablamos brevemente de la apertura democrática que de todos modos parece abrir este tiempo de la pandemia en la medida en que propicia una discusión amplia sobre la democracia y nuestras formas de vida potenciales en el futuro, incluyendo la economía, la cultura y la educación y, desde luego, la manera de relacionarnos con los “otros” en estos campos y, por supuesto, en la esfera del poder político.
Una ampliación potencial de la democracia, en la medida en que se auspicia una mayor participación política, pero no sólo ésto, en la pandemia han aparecido también, a no dudarlo, tentaciones autoritarias, en la medida en que el origen mismo del encierro ha significado un tipo de mandatos digamos “autoritarios”, de mandatos excepcionales que no necesariamente corresponden a las reglas de la democracia pero que corresponden a un tiempo también excepcional como este de la cuarentena en el tiempo de la pandemia…
Digamos que el problema se agudiza porque la cuarentena se ha derivado, u originado, en sus primeras etapas, en países que por razones culturales y muchas otras guardan un “orden social” más estructurado que en occidente, y en donde ese “orden” resulta sin duda “más rígido” y “formal” que en nuestros países. No deseo hablar de “autoritarismos” estructurales, pero sí, con todo derecho, de “organizaciones sociales” más verticales y tal vez más rígidas por razones tradicionales y culturales, que aquellas que ahora presentan las “sociedades occidentales” que también por razones culturales e históricas de todo tipo se han desarrollado de manera diversa.
Hay una gran variedad de análisis (en esta misa “red”) de la “docilidad” con que se aceptaron y atendieron en varios países asiáticos las recomendaciones más elementales para evitar los contagios y la propagación del covid-19, como el aislamiento y la distancia, lo que resultó un éxito según los números que se han difundido, sobre todo en comparación con la virulencia de la enfermedad que ha prendido en ciertas naciones occidentales (Estados Unidos, Italia, España, Francia, Reino Unido), (¿una tradición distinta?, ¿diversos condicionamientos culturales?). Es posible que todo ello haya sido factor determinante en los resultados.
Pero el hecho claro es que como resultado de esta experiencia del encierro sostenido, y de la “disciplina” solicitada o impuesta para hacerlo posible, en buena variedad de países se consideran “opciones” para hacer más asimilable la imposición de mandatos “desde arriba”, sin que las decisiones “sin consulta” sean inmediatamente repudiables por las sociedades. En realidad, el “bien común” tan invocado durante la pandemia sería el argumento de una especie de soldadura inquebrantable que se invocaría sistemáticamente para que la sociedad actuara en todos los casos, conforme a los dictados de “arriba”, de quienes ejercen el poder de lo alto, por unción de una suerte de acuerdo o consenso generales. Se trataría, casi invariablemente, de una repetición casi al infinito de los mandatos a través de los medios de comunicación masiva. Consensos fabricados y de ninguna manera surgidos del acuerdo o del juicio libre de la ciudadanía.
Un caso notable hoy es el de Viktor Orbán, el dictador en ciernes de Hungría, del que la eurodiputada húngara Katalin Cseh dijo que “La ley de coronavirus de Orbán es incompatible con los valores europeos y debería ser motivo de un procedimiento de infracción por parte de la Comisión Europea. Su objetivo es intimidar a los ciudadanos comunes y silenciar las voces disidentes. Si el activismo político de la oposición puede ser sofocado de esta manera, no queda nada de nuestra democracia”, afirmó.
Pero en el mismo sentido, con efectos siniestros para las libertades humanas, tenemos por ejemplo el proyecto de un estado de Nueva York "reinventado" para una "realidad poscoronavirus", conforme a las ideas del gobernador Andrew Cuomo y del empresario y programador Eric Schmidt, exdirectivo de Google que representa a los principales gigantes tecnológicos, es preocupante. Puede recordar la condición de los humanos en la matrix, estima el filósofo sloveno Zizek: "Si llevamos este proyecto a su conclusión hiperbólica, se perfila la idea de un cerebro conectado, de nuestros cerebros compartiendo directamente experiencias con una singularidad y una divina autoconciencia colectiva".
De esta manera el pensador marxista reestructura las previsiones de la periodista y futuróloga Naomi Klein, quien ofreció hace poco una síntesis de la doctrina de Cuomo y Schmidt, que sugieren un "futuro confinado en casa, permanente y altamente rentable" (para las grandes empresas). Este ideario, resume Zizek, "promete seguridad contra la infección y mantiene las libertades personales que cuidan los liberales, pero —se pregunta— ¿incluye la oportunidad de trabajar realmente y de crear?".