Malmö/Estocolmo. Los decesos masivos de ancianos en Suecia que representan cerca del 90 por ciento de las 3,256 defunciones desde el primer brote del coronavirus hasta el 6 de mayo, son el abre ojos del drama que el Covid-19 reveló: la erosión de la Casa del Pueblo o “Folkhemmet” en sueco, el concepto y visión de la social-democracia en que la población tendría salud, educación y empleo garantizado y tutelado por el Estado; esas muertes revelan que el Estado fracasó en proteger al pueblo y más grave aun, que le falló precisamente a quienes construyeron la sociedad de bienestar concebida por el Primer Ministro Per Albin Hansson y cimentada por Olof Palme.
El Estado ha asumido su responsabilidad; al someterse a las reglas del neoliberalismo que dio bienvenida al sector privado en sectores como centros de salud comunales, hogares de ancianos, guarderías e incluso al servicio domiciliario de adultos mayores y personas con disabilidades, se alejó de su supervisión. El Primer Ministro Stefan Löfven (Social-Demócrata) en su segundo mensaje enmarcado en la contingencia del Covid-19 el pasado 6 de mayo aceptó que el gobierno “ha fallado” en la protección a los ancianos.
Y aquí lo lamentable: las muertas son de ellas y ellos, ancianos hoy que en el ayer de las décadas 40s a 70s en respuesta a los estragos de la segunda guerra mundial y militando en el socialismo popular, construyeron la sociedad del futuro: una sociedad igualitaria, con un Estado coordinando la acción en derechos básicos que los sacaría de la pobreza y las condiciones de clase social para convertirse en el ejemplo de desarrollo, seguridad, neutralidad política, libertad e igualdad, que se propagó hasta la década de los 80.
¿Cómo explicarse ese grave fallo de desproteger a los impulsores del Estado socialista de antaño? Löfven aún considera indispensable la privatización de ciertos sectores pero a la luz de los estragos del Covid-19 concedió que “a lo mejor debemos pensar en la división de responsabilidades y ver si están en buenas condiciones y si lideran correctamente”.
Aquí no se esperan anuncios de reinserción a la vida económica y social ni reapertura de fronteras como está aconteciendo en Suiza, Italia, España y Alemania, porque Suecia ha estado en los titulares en medios de comunicación por la versión “light” de su estrategia anti-Covid-19 basada en la inmunidad colectiva.
Entrar a Suecia por la frontera danesa del puente Öresund (a la inversa no es permitido por Dinamarca) impresiona por su paz con la pandemia sanitaria donde las medidas de seguridad son a voluntad del pueblo; aquí no se ha forzado al encierro domiciliario, ni al cierre de escuelas, comercios, oficinas, espacios públicos y centros de diversión; la sana distancia no es compulsiva en el sur del país como lo es, en cierto grado, en Estocolmo, la zona metropolitana más afectada por la pandemia. Cierto es que ayuda el comportamiento social de los habitantes, que en general vive solo, las familias son pequeñas, las personas son discretas y respetan a cabalidad la individualidad del prójimo así como al que del ejemplo del otro se aprende; quienes han visto morir a un cercano se han dado cuenta de la gravedad de la contingencia y se han pertrechado en sus hogares y en su protección sin descuidar sus trabajos. Pero sobre todo, porque los suecos, a diferencia de otros escandinavos y europeos, respetan a la autoridad; si ésta les recomienda algo, lo acatan como orden.
Por ello, la vida transcurre casi tan plácidamente como antes del coronavirus aunque la estadística letal del Covid-19 es alta comparada con los otros países escandinavos o europeos pero no debido a la medida de la inmunidad colectiva; los decesos se lamentan en una esfera inesperada, la del cuidado de personas ancianas, nonagenarias. La salud, cimiento de la Casa del Pueblo, muestra una erosión imprevista aunque ya rumorada por familiares de residentes en hogares geriátricos y derechohabientes de centros de salud que experimentaban el deterioro del servicio.
En Estocolmo, la Junta Nacional de Salud y Bienestar informó el 6 de mayo que fueron 1,877 correspondiente al 90 por ciento del total del grupo de personas mayores de 70 años muertas por la enfermedad; 50 por ciento de los decesos ocurrieron en hogares estatales y 26 por ciento en sus domicilios donde tenían la atención que les ofrece gratuitamente el municipio o estado con personal que les cuida, ayuda a sus necesidades cotidianas, prepara alimentos y controla sus medicamentos. De cada 4 muertos en el país, 3 pertenecen a estos dos grupos de personas. La estadística es alta porque el rastreo de víctimas de coronavirus va en retrospectiva lo que acumula nuevos casos, que son viejos, en las estadísticas de la actualidad. El jueves 14 de mayo, el total de contagios fue de 28,582 y de defunciones 3,529.
Y sin embargo, siguen confiados en que la estrategia sueca contra el Covid-19 por medio de la inmunidad colectiva es la correcta. Anders Tegnell, epidemiólogo estatal, la explicó a fines de marzo como un objetivo para frenar la rápida propagación de la infección y evitar que el sistema de salud supere su límite de capacidad, lo que podría salvar miles de vidas. ¿Qué pasó entonces? la Ministra Social Lena Hallengren (Socialista) considera que el contagio en las casas de ancianos vino de fuera, de los trabajadores. El sistema privado opta por contratar personal por hora y el que dada la fragilidad del empleo, muchos de esos trabajadores siguieron trabajando enfermos; obvio que las probabilidades de los residentes para superar el Covid-19 no eran óptimas porque sufren de enfermedades propias a la senectud tales las cardiacas, presión arterial y pulmonares entre otras.
Si bien la Autoridad de Salud Pública se abocará al análisis completo del drama, todo el complejo de la Casa del Pueblo deberá ser objeto de un análisis a profundidad en materia política porque la realidad del Covid-19 ha mostrado que en los últimos 20 años el sistema de salud entró en fase privatización y recortes presupuestales, así que hoy en día el servicio ya no es ni tiene la misma calidad que tenía cuando los que construyeron el “Folkhemmet” se jubilaron años atrás.
Así que, si bien son ellos quienes construyeron el sistema de cuidado igualitario de Suecia, hoy son las víctimas del sistema que se volvió disfuncional.
El Folkhemmet sueco o teoría del Hogar del Pueblo Sueco fue visualizada por el Primer Ministro Per Albin Hansson, en 1928. El partido Social Demócrata lo tomó a pecho y liderando el movimiento sindical a partir de 1932 en el poder con principios éticos constitucionales de solidaridad y de igualdad de clase y género, la casa del pueblo devino el modelo sueco basado en las reformas sociales por las cuales se transformó la sociedad de clase y pobreza en una donde la gente común vive en seguridad social y económica.
La salud fue uno de los primeros avances. En la década de los 50s estuvo bajo estricto control del Estado. La población obtuvo seguro médico general y subsidios generales por hijos, en la década siguiente vino el seguro de maternidad, y el descuento por medicamentos -un sistema altamente beneficioso para el pueblo- y en las dos décadas posteriores, hasta el asesinato en 1986 de Olof Palme, se implantaron muchos elementos favorables para la política del bienestar común como fueron subsidios para niños discapacitados, mejora en el acceso casi gratuito de medicamentos, el seguro dental público y en 1975 el preescolar gratuito para todos los niños a partir de los seis años y las guarderías infantiles a partir del primer año de edad.
Antes, en 1964, el cuarto pilar de la casa del pueblo fue cimentado en el programa por la igualdad de las mujeres, que en 1975 se convirtió en un plan de acción específico para la igualdad de género obteniéndose una nueva ley sobre el aborto seguro, el asesoramiento preventivo en materia de derechos sexuales y reproductivos y el seguro parental.