Ciudad de México. Ser editor es acudir al llamado de los dioses, es una vocación, un apostolado, un inmenso privilegio, entrar al Olimpo de las letras.
Ser editor es señalar al que tiene talento y lanzarlo. Ser editor, es profetizar: Este sí la va a hacer
. También es decepcionarse y rechazar.
Recuerdo al impresor holandés Alexander Stolz en México tendiéndome como un diamante su primorosa edición del Adolphe, de Benjamin Constant, en el Fondo de Cultura Económica, y a Arnaldo Orfila Reinal y sus cuidados paternos con el angustiado palabrerío de Fernando del Paso. Ser editor es ser sicólogo y hacerse de cruces para saber cómo tratar a cada bicho-autor. Vicente Rojo fue mi editor y desde entonces nos amamos profundamente, pero yo nunca le di la lata. ¿Cómo será ese genio de Pachuca que se llama Yuri Herrera? ¿Cuál es su lado flaco? Tengo que tratar con pinzas a Carlos Montemayor porque es impredecible
. Federico Álvarez, director del FCE en España, me contó que ver a Elena Garro y a Elena Paz entrar al FCE de Madrid era caer en el infierno y nunca tuvo tiempo de meterse debajo de su escritorio.
Ser editor es confrontar a unos y levantarles el ánimo a otros; reunir en una sola persona al siquiatra, al filósofo, al hombre de negocios, al salvador de almas, porque algunos autores amenazan hasta con el suicidio.
Además de llegar a los casi 50 días de pandemia, vivimos la tragedia de tres editoriales mexicanas con una extraordinaria vocación de servicio: Era, Sexto Piso y Almadía, que dirigen Marcelo Uribe, Diego Rabasa y Guillermo Quijas, los tres doctores del alma y benefactores de la humanidad.
A la editorial Era, queridísima, la guardo en el corazón porque Neus Espresate y Vicente Rojo lanzaron a José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Carlos Fuentes, piedras de toque de nuestra literatura actual. También, gracias a Paloma Villegas, publicaron el monumental Pancho Villa de Friedrich Katz. Su catálogo es extraordinario, porque, como buenos republicanos, concentraron las luchas sociales de nuestro país. Y la poesía. (La poesía no se vende
) En la librería Madero, el librero solía decir al que iba entrando: Esto se lo guardé porque estoy seguro de que le va a gustar
, y te salvaba la vida. Libreros, editores, magos y cirujanos, médicos del alma, cancerólogos y pediatras ofrecían en sus anaqueles las claves de la felicidad y la curación de todos los males del espíritu que siempre son traidores.
A propósito de Sexto Piso, Diego Rabasa explica: “Los primeros años casi no publicamos a autores mexicanos. Nuestra arrogancia (¿ignorancia?) juvenil nos hacía decir: ‘Queremos trazar un gusto literario muy alto al margen de la nacionalidad de los autores’. Aún no éramos editores: una cosa es configurar un gusto lector que emane de grandes catálogos fraguados en otros países y otra es tener la sensibilidad y el tino para que tus ojos sean los que dictaminen, presenten y den valor a una obra literaria.
“Cuando finalmente tuvimos un poco de experiencia, lanzamos a los primeros jóvenes con la suerte incalculable de que resultaron ser los más importantes de la nueva literatura mexicana: Valeria Luiselli, Carlos Velázquez, Emiliano Monge. Además, contamos con la confianza de plumas consagradas: Margo Glantz, Mario Bellatin, quienes son parte de nuestra aventura editorial.
Luego vinieron más jóvenes igual de brillantes, Daniel Saldaña París, Rodrigo Márquez Tizano, Claudina Domingo, Gabriela Jáuregui y otros, como Fabio Morábito o el gran Luis Felipe Fabre.
–¡Ah, yo amo la poesía de Fabio Morábito!
–Con la pandemia, todo el flujo se ha interrumpido. Las librerías no están pagando. Muy pocas venden a través de sus páginas web. Para que te des una idea, en Argentina rastrearon 120 librerías independientes con servicio de venta en línea –no hablo de cadenas, sino de librerías sin sucursales. En México, no pasan de 10 –más o menos eficaces– que venden a través de sus plataformas web. Eso te da una idea de cuán anquilosado está el mercado en México. Si de por sí tenemos un entorno increíblemente precario porque no hay librerías, con el encierro de la pandemia se agudizó. Además, los flujos de dinero del mundo de la edición, siempre están desfasados.
–¿Cuáles crees que son las consecuencias?
–Las mayores facturas que tenemos en el año, las de las ventas de diciembre, las recibimos seis o siete meses después. Diciembre, el mes de más ventas del año, se cobra en febrero o marzo, a veces hasta abril, y como es una de las facturas más importantes, los ingresos esenciales para nuestra economía llegan muy tarde… Ahora no podemos vender. Si de por sí las empresas editoriales viven con economías muy apretadas, no vender nos pone en una situación insostenible. Con la pandemia, no van a reabrir las librerías pequeñas, porque no pudieron pagar alquileres, tuvieron que despedir a sus empleados y no tienen dinero para pagar las facturas que deben a las editoriales.
–Lo que dices es terrorífico…
–Cuando se reanude la actividad librera tendremos entre 30 por ciento y 40 por ciento menos espacios para vender nuestros libros. Hablo de un circuito que ya era muy precario; por eso es tan alarmante el panorama.
–¿Nadie les dará un salvavidas?
–En eso estamos. La primera reacción de las tres editoriales fue unir esfuerzos para recaudar fondos a través de donaciones, una medida de emergencia. Cuidamos, sobre todo, nuestras plantillas de trabajo. Tratamos de conseguir fondos para que nadie se quede sin empleo. Hicimos un mapa digital de librerías útil para las pequeñas editoriales que tal vez no tienen una sólida red de distribución, y una radiografía de posibles clientes: que un lector sepa en qué librería independiente cercana a su comunidad puede encontrar el libro que busca. También manifestamos el problema tan grave de las políticas públicas en el sector editorial.
–Escuché en Guadalajara a Roberto Banchik, director de Random House, rechazar la propuesta de Paco Ignacio Taibo II, director del FCE, y elogiar a Marcelo Uribe…
–Sin políticas públicas que estimulen la creación de librerías, la industria editorial seguirá rezagada y, probablemente, exacerbada por el paro económico que ahora vivimos… En México hay una librería por cada 120 mil habitantes; en Argentina, una por cada 35 mil habitantes; en España, una por cada por 15 mil; nuestra proporción de librerías es bajísima. Es muy difícil combatir sin el estímulo de políticas públicas; por ejemplo, sin el precio fijo del libro que permite a las librerías pequeñas competir con las grandes en servicio. Por eso, son indispensables programas de estímulos fiscales, tasa cero de pagos de impuestos para librerías, como en Francia o Alemania. Una serie de políticas públicas llevan mucho tiempo estancadas y son esenciales para echar a andar la industria. Sexto Piso, Almadía y Era buscamos integrar algunos gastos administrativos, compartiendo la logística de transporte, el almacén, ir juntos a las ferias de libros para rebajar costos, unir esfuerzos de promoción y publicidad. Ahorita, los equipos de difusión y de prensa de las tres editoriales se coordinan para dar a conocer tal o cual libro. No es lo mismo que cada sello difunda su programa editorial por su lado, a que las tres independientes de México lo hagamos de manera coordinada. Por eso, hacemos actos virtuales con un autor de Era, uno de Almadía y uno de Sexto Piso que nos dan mucha visibilidad y nos permiten instrumentar políticas públicas de manera urgente y tener un poco más de fuerza para negociar espacios de exhibición. Buena parte del mundo, 80 por ciento del mercado, está dominado por tres grupos editoriales que tiene una actitud comercial muy agresiva: Penguin Random House, Planeta y Ediciones B., que dejan pocos espacios físicos para otros editores. Las librerías también necesitan sobrevivir. Los libros de mayores ventas pertenecen a esos grupos y las librerías privilegian su espacio que restringen a las editoriales independientes.
–Habría que recordar que cuatro premios Cervantes salieron de la pequeña Era, Fuentes, Pitol, Pacheco… Si se unen, la situación puede cambiar, porque no es lo mismo que Sexto Piso vaya por su lado a negociar con una cadena de librerías a que Era lo haga por el suyo y Almadía por el suyo…
–Adquirimos mucha más fuerza. Todas estas estrategias las hacemos a corto y mediano plazo: la recaudación, el mapa de librerías, así como la puesta en evidencia de la falta de políticas públicas y de equipos coordinados de promociones y comercialización que adquieran más visibilidad y espacios de exhibición.
–Cuando los autores tienen reconocimiento y venden bien, se van a una editorial comercial…
–Sí, pero no podemos culparlos, porque tampoco viven con economías muy holgadas. Trabajan muchísimas horas por retribuciones que no compensan su esfuerzo y, si en algún momento se les presenta una oportunidad económica que supera por mucho a la de la editorial independiente, yo, a título personal, jamás me he enemistado con el autor que me deja. Fernanda Melchor y Emiliano Monge se fueron a Random House, pero autores de éxito internacional, como Valeria Luiselli, se quedan con Sexto Piso. Asimismo, autores de largo recorrido prefieren espacios personales: Fabio Morábito, Mario Bellatín, Margo Glantz.
–¿Sientes que los mexicanos aman los libros? Muchos nunca vuelven a abrir uno después de los escolares…
–Creo que ha cambiado un poco, Elena; la escena editorial mexicana tiene más exposición sobre todo en el extranjero. Se traducen más libros mexicanos que antes. Mi pareja es traductora literaria y es increíble la velocidad con la que se contratan nuestros libros.