Moscú. La gran celebración del 75 aniversario de la victoria soviética sobre el nazismo –la fiesta sin duda más memorable en este país– tendrá que posponerse, en el más optimista de los escenarios, hasta el 3 de septiembre siguiente, día en que se selló la rendición de Japón y, con ello, formalmente se puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
El presidente Vladimir Putin –por primera vez en el mes que lleva confinado por el nuevo coronavirus–, salió de su residencial oficial en Novo-Ogariovo en las afueras de Moscú y, sin público presente, salvo una unidad de la guardia de honor, depositó una ofrenda floral ante la Tumba del Soldado Desconocido, junto a las murallas del Kremlin.
La breve ceremonia se pudo ver por televisión y continuó con Putin inclinando la cabeza, tras depositar un clavel rojo, ante la placa de cada uno de los monolitos de las ciudades soviéticas que recibieron el título de héroe por sus hazañas durante esa conflagración y culminó con el fugaz sobrevuelo de helicópteros, aviones de combate y bombarderos de las fuerzas aéreas rusas.
El Covid-19 hizo que la conmemoración de este Día de la Victoria resultara inédita: sin las reuniones de toda la familia para homenajear a los antepasados que perdieron la vida en esa contienda, sin los paseos por los parques donde se solían citar los antiguos compañeros de armas (lamentablemente cada vez menos, 75 años después) y la gente acudía para verlos y divertirse con los conciertos y bailes al aire libre, sin la marcha del Regimiento Inmortal (en la cual los rusos, con el Presidente en primera fila, caminan en silencio por las calles con fotografías de sus familiares caídos en la guerra.
Tampoco se llevó a cabo la habitual demostración de poderío bélico en la Plaza Roja durante el también tradicional desfile militar ni llegaron los jefes de Estado extranjeros que el Kremlin esperaba para poder iniciar negociaciones extraoficiales.
Nada de eso hubo este sábado, que se vivió como un día más de confinamiento obligatorio por la pandemia del coronavirus, la cual cada día suma más de 10 mil nuevos contagios en Rusia, la mitad de ellos en Moscú, llegando ya a los 200 mil casos positivos reconocidos de modo oficial.
Eso sí, hacia las diez de la noche, comenzó una auténtica lluvia de fuegos artificiales, desde 16 sitios diferentes de Moscú, otra vez sin público, para observar desde las ventanas de las casas o, de perdida, por televisión.
Putin se comprometió a que más adelante se va a celebrar como se merece esta fiesta, sin precisar cuándo, aunque la Oficina de la Presidencia propuso hace poco –y la Duma por supuesto ya lo aprobó– que se haga el 3 de septiembre, día de la rendición de Japón, el último aliado de la Alemania hitleriana.
Sin embargo, celebrar el Día de la Victoria esa fecha no deja de ser una sugerencia desafortunada por coincidir con la matanza en que acabó la liberación de rehenes de la escuela de Beslán, secuestrada por un comando de separatistas chechenos hace 16 años.
Para las autoridades de la república norcaucásica de Osetia del Norte, donde ocurrió la tragedia, el 3 de septiembre debe ser jornada de duelo y no de fiesta nacional.