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A raíz del reciente fallecimiento de Marcos Mundstock y, cinco años atrás, de Daniel Rabinovich, aquí se hace un sentido, justo y muy bien documentado homenaje al grupo Les Luthiers, humoristas de alta filosofía y filósofos de alto humor, por decir lo menos entre muchas otras cosas, que en 2018 recibieron el Premio Príncipe de Asturias, y que recorrieron el mundo haciendo de la risa y la inteligencia, con la música y la lingüística, una de las Bellas Artes.
En más de medio siglo, más de centenar y medio de canciones en su repertorio, millones de mandíbulas batiendo en todo el mundo, chorrocientas mil representaciones en teatros disímbolos y variopintos, hartísimos instrumentos construidos –pues luthiers eran los antiguos constructores de máquinas de sonar, que no suena igual, pero que es lo mismo que soñar– y muchas lágrimas de cocodrilo de felicidad derramadas ante tantísimo genio que han desplegado en un titipuchal de presentaciones y en discos que valen la pena porque quitan las penas y ponen a funcionar la máquina einsteniana de las neuronas: música más humor igual a Les Luthiers.
Había una vez unos estudiantes brillantísimos que desperdiciaban su talento en distintas disciplinas universitarias hasta que decidieron fundar, allá por 1967, Les Luthiers. Carlos Núñez, Jorge Maronna, Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock y Carlos López Puccio y desde entonces hicieron música con las palabras y con artefactos, casi medio centenar, inventados por ellos de las maneras más asombrosas.
Crearon instrumentos de maravilla como el latín, que es una suerte de trompeta que habla aquella lengua aunque es latón vulgar la materia prima, y se hermana con el yerbomatófono y el codicioso trombón a vara.
También inventaron a uno de mis compositores favoritos: Johann Sebastian Mastropiero, que tiene un hermano gemelo, Arnold, en las historias de Les Luthiers, y otro más en el maravilloso imaginario de la melomanía: Van den Budenmayer, invento a su vez del polaco Zbigniew Preisner, conocido por la música de los filmes de Kieslowski (La Double vie de Veronique; Blue, Blanc, Rouge) y por su Réquiem para un amigo (el propio Kieslowski) y sus Piezas fáciles para piano.
Cuando Marcos Mundstock murió, el 22 de abril de 2020, terminó una época cuyo ocaso había comenzado en 2015, con el deceso de Daniel Rabinovich.
Ambos, Marcos y Daniel, fueron el alma de Les Luthiers.
Ellos, Les Luthiers, son el alma de la sociedad sonriente, inteligente, erudita, simple.
Juglares.
“Espejo crítico y un referente de la libertad”, de acuerdo con el acta del jurado que les concedió, el 10 de mayo de 2018, el Premio Príncipe de Asturias.
Añadió el jurado: “comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor con un original tratamiento del lenguaje, de los instrumentos musicales y de la creación escénica”.
Respondió en su discurso de recepción, a nombre de la trouppe entera, en especial a nombre de Gerardo Masana, muerto en 1973 y Daniel Rabinovich, fallecido en 2015: “El humorismo es siempre social, uno no se cuenta un chiste a sí mismo.”
De tal manera que todo monólogo, jugaba Mundstock, se convierte en un bi ólogo.
Reflexionaba así Daniel Rabinovich con Marcos Mundstock:
–Muchas veces mis alumnos me preguntan si la hermenéutica telúrica incaica trastrueca la peripepatética meteórica de la filosofía aristotélica por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos. Yo siempre les respondo que no.
–¿Que no qué?
–Que no sé.
La estructura clásica de los espectáculos de Les Luthiers responde a un mecanismo de relojería en el que todo mundo sabe qué hora es.
–¿Qué hacer para asistir a una reproducción asistida?
–En cuestiones de sexo, ¿cuál es la posición de la Iglesia?
–¿Los que no van a misa son misóginos?
La poencia elocuética de estos humanistas, el largor o longanismo del efecto de sus gags, su inicua virtud de razonar fuera del recipiente, sus óperas con tango cachondo en pleno Vaticano, sus libretos basados en una vieja leyendo ebria o en una vieja leyenda hebrea, aunque no describan bien los sexos, dos, los dos sexos, los éxodos del pueblo hebreo, su forma de rendir homenaje a la musa de todas las musas: Esther Píscore, en la forma más natural de un taller literario.
¿Éster Píscore?, ¿es un apellido griego? Ah, la que se casó con García; Ésther Píscore de García El Griego. Pero su mamá la llamaba por su nombre de pila, o batería: Esthercita, ven acá. Pero ella no iba, porque era díscola. Ésther la Discóbola de García.
Y llegaba el momento del recital en que Daniel Rabinovich lanzaba solos virtuosísticos: Ésther Píscore, Piscis, es tesis tisis, si es Piscis puede tener sistitis tisis sitis itis titis disípides estítipes sipítides disistis tisis… this is the pencil… is this the pencil of Éshter Píscore? No, this pencil is of Thomas Jefferson; is she cleaning the blackboard? Is she at the publicum clapping hands? Is she looking for a bus at the avenue?
Porque para reír no hace falta una reflexión sesuda, aunque por reír también se suda.
Se suda, pero se aprende.
Los Niños Cantores del Tirol. Véalos. Antes de que crezcan.
Explica uno de los opus de este Octopus luthieriano, así: alumno de Mastropiero en el Centro de Altos Estudios Manuela, el músico de color... negro, Johnny Little Bang, compuso Tristezas de Manuela opus 12, también conocido como Manuela’s blues, para los siguientes instrumentos: gong horn, tubófono silicónico cromático, alt pipe a vara, bocineta, yerbamatófoni d’amore alto y tenor, kazoo barítono, máquina de tocar o dactilófono, y sección rítmica. La obra consta de un solo movimiento, pero por los cambios de instrumento que utilizan Les Luthiers durante su ejecución, ese movimiento es casi constante.
En el más puro estilo de Erick Satie, quien satirizaba la jerga técnica almidonada que se estila en las partituras de concierto poniendo en sus obras indicaciones como “rásquese la nariz al tocar esta nota”, en lugar del tradicional allegro o el grave andante o el esperado finale molto vivace, Les Luthiers se precian de haber inventado el término más corto, en itañol, a uno de sus movimientos, así:
“El Quinteto de Vientos opus 28, también llamado El Ventilador, de Johann Sebastian Mastropiero, ha sido compuesto en tres tiempos: el primero, allegro molto, el segundo andantino grazioso y el tercero allegro piachébole ma con un ánimo de nostalyía meridionale sensa pérdere de vista il quiaro ralentando de le pasione humane e il fiato sémpliche de le luminose matine quando lƀucheli cantábano feliche e lasciate la esperanza voi qui entrate... assai.”
En el ballet de Mastropiero El lago encantado, además de la evidente parodia sonora a El Lago de los Pavos, de Chaikovski, la trivia musical se extiende hasta la música de Popeye en tratándose de una historia de doncellas embrujadas por El Gran Hechicero, quien sólo por las noches las libera del hechizo y durante el día las convierte en marineros, así como en otra obra, titulada La Bella y Graciosa Moza Marchose a Lavar la Ropa, el perro de un convento de carmelitas en las noches de luna llena se convierte en hombre, así el séptimo hijo varón de un pastor protestante en las noches de luna llena se convertía al budismo.
Maliksendra y Vassili:
“El ballet El lago encantado refiere el amor de la doncella Maliksendra y el príncipe Vassili, así llamado por su carácter dubitativo. Entre los personajes figura Rodoflecto, el salvaje esclavo negro de El Gran Hechicero, vestido sólo con un taparrabos de plumas multicolores y quien da vueltas sobre la escena girando salvajemente sobre sí mismo. Vassili y su amigo Ranaldo visten atuendos de color gris perla. La capa del príncipe es celeste y tiene las borlas doradas. Los aldeanos usan rústicas vestimentas en la gama de los fucsias. Los trajes son muy ajustados y marcan claramente las clases sociales.”
Del fondo del lago encantado y envuelta en gasas plateadas surge, helada, el hada Akságata y toca al príncipe con su varita mágica para protegerlo de maleficios. Los marineros bailan con las doncellas y algunas parejas desaparecen tras los juncos. Vuelven algunas doncellas despeinadas, con las ropas en desorden y sonriendo con placidez. Las doncellas que quedan, mejor dicho las que quedan doncellas, forman fila a la vera del peñasco.
El autor de esas historias, Johann Sebastian Mastropiero, es un apasionado de la investigación histórica. Se pasa largas horas en la biblioteca de la opulenta Marquesa de Quintanilla, cuyos volúmenes le apasionan.
El Conjunto de Instrumentos Informales Les Luthiers conformó su arsenal bajo tres criterios: construir instrumentos que parodian a otros
ya conocidos; aquellos en los que parten de un objeto cualquiera, preferiblemente cotidiano, para transformarlo, y aquellos en los que investigaron nuevas formas de producir sonidos de timbres insólitos.
Los construyeron en cuatro categorías: cuerdas, viento, percusión y electrónicos.
Bajo barríltono, batería de cocina (conformada por sartenes), lira de asiento o lirodoro (hecha con partes de un inodoro), nomeolbidet (un bidet)…
Máquinas de soñar.
Así como maquinarias del magín sus versos, trastocados en tocattas virtuosas donde las estrofas se cantan en orden para luego armar un rompecabezas donde el relato en primera persona en diálogo con la narración en tercera persona se sincronizan en discursos con significados hilarantes, como la cantata El Rey Enamorado en el fragmento del drama, de William Shakehands, escena séptima del cuadro tercero del acto primero donde el rey Enrique Sexto ha rezado la novena en su cuarto y después de unos segundos atraviesa la quinta y canta una serenata a María a través de su sirviente, un juglar, quien repite los versos del rey pero por no ofenderlo cambia a tercera persona: “cuando miras con desdén pareces quieta, sujeta”, canta el rey mientras el juglar: “cuando miras con desdén pareces quieta y su….cara”, y sigue el rey: “por ser tan grandes tus dones/ no caben en mí, mi bien”, y el juglar: “por ser tan grandes sus dones/ no caben en su sutién” y luego “tunante” se convierte en “sunante” y “miserable” en “suserable”.
Vallenato por igual que canto gregoriano, óperas de Mozart y Verdi por igual que bolero romántico, música barroca o fino jazz, la maestría musical de Les Luthiers enriqueció nuestro léxico. Aprendimos, por ejemplo, que un “fusilánime” es una persona que tiene miedo a ser fusilado, así como también podríamos “apostrofar” de “monjigato” a quien tenga miedo simultáneo a las monjas y a los gatos. Ese miedo puede medirse por su “largor”, su “longanismo” o bien por su “longitudinización”. Y que hay musulmanes muy fanáticos: muy sulmanes.
Música isabelina, canto gregoriano, jazz de Nueva Orleans, music hall, bossa nova, tríos románticos, ópera romántica, barroca, tango… los géneros musicales que dominaron Les Luthiers no conocieron límites y cada uno de ellos sonaba como si se tratara de un grupo de tango o de bossa o de ópera, debido a la elevada calidad de interpretación musical de todos Les Luthiers, por igual que su léxico, sus conocimientos lingüísticos, sus juegos de palabras exquisitos en varios idiomas, sus profundos conocimientos en todos los temas. Su erudición, su autoridad de conocimiento en todo.
Cierto, con la desaparición física de Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich se terminó una era, la de las presentaciones en vivo. Las siguientes generaciones seguirán disfrutando, en Spotify, YouTube, doquier, del arte exquisito de esos juglares que desafiaron, se burlaron, burlaron la censura en plena dictadura militar en su patria y formaron a varias generaciones de melómanos, amantes de las letras y de la libertad en muchos países.
Larga vida a Les Luthiers.