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A la población callejera el contagio no le espanta, pero sí le afecta

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Brigadistas de la Secretaría del Bienestar e Inclusión Social de la Ciudad de México recorren calles de Cuauhtémoc para sanitizar y proporcionar atención a la población en situación de calle. Foto Cristina Rodríguez
27 de abril de 2020 09:39

Ciudad de México. ¡Qué coronavirus ni que nada, aquí estamos más sanos que un camello!, dice con buen humor don Manuel Linares, un hombre entrado en años que duerme donde le cae la noche y sobrevive de la recolección de cartón, latas de aluminio y botellas de plástico.

Sin chistar, como todos sus compañeros, se levanta de la banqueta y permite que las brigadas de la Secretaría de Bienestar e Inclusión Social desinfecten el piso con hipoclorito de sodio y hasta pide que rocíen el líquido en un puesto metálico abandonado. ¡Échele, échele, a ver si se mueren las chinches!

La pandemia que prácticamente ha parado las actividades en la Ciudad de México y ha puesto en jaque a las grandes metrópolis del mundo no causa temor ni preocupa a quienes no tienen un techo dónde quedarse, ni saben de guardar distancia.

Sobre el Eje Central Lázaro Cárdenas, entre las calles Mina y Violeta, en uno de los 490 puntos de la capital del país donde pernocta la población en situación de calle, hay quienes en su propio letargo desconocen la propagación del virus y otros dudan de su existencia, pero todos, sin excepción, limpian sus manos afanosamente cuando reciben el gel con alcohol, se inclinan para que les tomen la temperatura y reciben el cubrebocas que les obsequian, sin ningún reparo.

Si el virus existiera ya hubiera acabado con todos, dice convencido Enrique Hernández, compañero de andanzas de don Manuel, quien asegura que está sano porque su único vicio siempre ha sido uno que otro toquecito de mariguana, pero, acota: No crea que me vuelvo loco y ando robando, nomás me da paz interior.

El contagio de Covid-19 no los espanta, pero sí les afecta. Con una ciudad confinada, en las calles no hay ni basura qué recoger. Antes traía 50 varos, ahorita traigo 10, pero das vuelta y vuelta y no encuentras nada. Y lo peor, el kilo de lata (de aluminio) la pagaban a 13 pesos, ahora está a cinco; no sale ni para medio comer.

Es la inactividad citadina y no el miedo al virus lo que los ha hecho aceptar el cobijo y los alimentos que les ofrece la dependencia capitalina en el albergue Coruña, que se encuentra a su máxima capacidad.

En el día es difícil que alguien acepte irse; ahorita estamos llevando entre ocho y 10 personas, y en la noche hasta 20. Todo se duplicó, expresa Laura Segura, coordinadora de las cuatro brigadas que diariamente recorren las calles del centro.

En su andar vigilan el estado de salud de la población en situación de calle, hasta ahora sin ningún caso de Covid-19, pero también los sensibilizan para dejar la calle, no siempre con éxito.

En un par de horas lograron que David, un muchacho que pretendía regresar a las calles, se les uniera; no ocurrió así con una joven pareja y su niña de tres años que decidió seguir en el campamento habilitado en uno de los accesos de la estación Hidalgo del Metro. 

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