Madrid. Desde su casa en el pueblo navarro de Elizondo, en el corazón del valle de Baztán, rodeado por abetos y alguna cresta de nieve tardía, el pensador, poeta y ensayista Ramón Andrés (Pamplona, 1955) medita sobre dos de sus grandes fuentes de sabiduría: la música y el silencio. Y lo hace en medio de una pandemia global que ha llevado a buena parte del mundo a suspender el tiempo, a cambiar de forma abrupta su trasiego frenético.
En entrevista con La Jornada, Ramón Andrés explicó que estos días le hacen pensar en algunas de las ciudades medievales en las que se guardaba silencio para no despertar al diablo, o en la danza de la muerte que se popularizó en la Europa del siglo XV precisamente para conjurarla. Sobre el día después de la cuarentena, no espera grandes cambios: Si dos guerras mundia-les no nos han cambiado, menos lo va a hacer este virus
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Arte sonoro y filosofía
–En su nuevo ensayo, Filosofía y consuelo de la música (de inminente publicación en Acantilado) vuelve a reflexionar sobre la música y, quizá, su carácter sagrado
, ¿por qué?
–No, en realidad se trata de un libro que examina la música desde la filosofía; es decir, la música vista por los filósofos que, desde los presocráticos, empezaron a preguntarse qué era la música, que para ellos representaba una imagen de perfección, porque tenían una idea armónica del mundo y del universo. Que el libro se titule así explica también el apoyo emocional, importantísimo, que ha supuesto para el ser humano.
–También a través de la música se evoca constantemente al recuerdo, a la memoria... Parece una idea recurrente.
–Muy a menudo la música parte de un bagaje muy lejano, nos arranca del presente y puede llevarnos a un lugar que quedó en el pasado. En cierto modo, la música tiene la facultad de hacer actual e inmediato lo ocurrido hace mucho. Su vaivén en el tiempo es una de las grandes hazañas de este arte.
–Hace tres años que se fue a vivir a Elizondo, después de muchos años de residir en una gran ciudad como Barcelona. ¿Buscaba acaso más serenidad? ¿Alejarse de lo mundano y vulgar?
–Barcelona es una ciudad muy mal tratada, no se le ha respetado. Ha sido vendida a un precio bajo por los políticos y los muchos especuladores que vieron en ella una simple máquina registradora. Se ha deshumanizado, y los ciudadanos tienen la impresión de vivir en medio de un saqueo. Echo de menos, eso sí, a mis amigos, unas cuantas librerías y las escaleras del puerto, donde a veces pasaba horas sentado y contemplando la nada.
Ir a Elizondo estaba en mis planes desde hace décadas. Nací en Pamplona, así que he vuelto a los paisajes de mi infancia. No me arrepiento, porque aquí el silencio, la belleza del paisaje y el trato humano te hacen la vida más amable y profunda.
La dimensión del silencio
–En estos tiempos complejos, difíciles, de confinamiento y de pandemias, ¿cómo ve el futuro?
–La población está desprotegida porque ha sido sobornada desde hace décadas. Me refiero a que se ha creado una realidad artificial de bienestar, comodidad y abundancia.
Los políticos y el mundo del capital más agresivo han jugado con esta baza y hoy las personas han perdido los auténticos puntos de referencia. Se ha vivido sin pensar, como en una huida hacia adelante. Esto hay que detenerlo, hacer que ciertas cosas vuelvan a replantearse. De todos modos, he de decirle que si dos guerras mundiales no nos han cambiado, menos lo va a hacer este virus. Somos muy primarios, nos gusta lo nuevo, lo que brilla, y vamos a por ello aunque nos cueste la vida.
–¿Cree que realmente el silencio adquiere toda su dimensión en estos días de recogimiento?
–El silencio no es sólo una ausencia de ruido o una falta de música. El verdadero silencio es el mental, es la quietud interior que cada uno puede alcanzar si no se deja arrastrar por este vértigo impuesto por la llamada vida moderna, que no es moderna sino antiquísima, porque la historia de la humanidad es una historia de la ambición y de los espejismos, como sucede hoy.
–¿Adónde debemos entonces conducir nuestro silencio en este tiempo complejo y lleno de incertidumbres?
–Pues a no buscar en las cosas ni en las relaciones humanas sólo utilidad. Todo se ha convertido en un comercio; debemos aprender a que no toda acción ni propósito debe darnos un rédito. No entrar en este continuo cambio de intereses personales sería ya una forma de silencio, quiero decir de ética. Porque el silencio, a veces, es una respuesta ética.
Del Decamerón a la danza de la muerte
–Y la música, ¿qué papel juega en medio de la cuarentena de aislamiento?
–Imagino que a muchos les supondrá una grata compañía, un aliento para pasar el tiempo y no caer en el hastío. A otros les servirá de relajación, a otros de evasión. En mi caso la música es una constante, desde la adolescencia. Me ha ayudado muchísimo a pensar y, sobre todo, a no sucumbir.
–No sé si en sus libros y en sus numerosas lecturas ha encontrado el papel que han jugado el silencio y la música en épocas de pandemias y arrasamientos como el actual. Si es así hábleme de ello...
–Ahora me viene a la memoria el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, que empieza narrando los estragos de la peste que asoló Florencia en el siglo XIV y de la cual huye un grupo de muchachos y muchachas que se pone a salvo en una hermosa hacienda. Deciden contar cuentos, ser felices, y tocar música francesa, que en la época era la más avanzada y refinada. Esa música los abstraía del dolor que se estaba viviendo a unos cuantos kilómetros de distancia. Debemos pensar también en la danza de la muerte, que se popularizó en la Europa del siglo XV. Era una manera de conjurarla. Y en cuanto al silencio no recuerdo nada al respecto, salvo que a veces en algunas ciudades medievales se guardaba silencio para no despertar al diablo.
–¿Cree que el mundo cambiará después de todo esto?
–Sustancialmente, no. Cambiará, en algunos aspectos, el modo de organizarse. Los buenos propósitos durarán poco. Quizá los Estados se den cuenta de que la idea de recortar tanto el presupuesto en sanidad es equivocada y, desde un punto de vista político, es una estrategia fácil y grosera. Hoy, los ejércitos ya no sirven para las contiendas que vendrán. Es innecesario seguir gastando desoladoras cantidades de dinero en un armamento que no entrará en funcionamiento. En pocos años la defensa no consistirá en armas, sino en ataques informáticos y en epidemias muy dañinas propiciadas desde los laboratorios. La salud pública necesitará de un elevado presupuesto.
–¿O que el silencio tendrá más sentido?
–Más sentido no, más importancia tal vez. Porque sentido lo ha tenido siempre; si digo que quizá tenga más importancia es porque debería actuar como contrapeso en medio de este griterío de mercado que es el mundo.
–¿O que la música tendrá más relieve?
–Podría decirse lo mismo que respecto del silencio. Pero recordemos que una buena música se transforma en silencio en nuestro interior.