El escritor prolífico
La muerte de Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, Brasil, 1925-Río de Janeiro, 2020), a los noventa y cuatro años, acaecida el miércoles 15 de abril de 2020, fue lamentada de manera internacional. El titán de la literatura brasileña, después de sufrir un infarto en su casa de Río de Janeiro, fue llevado al hospital, pero su corazón no resistió. Su carrera literaria inició cuando tenía treinta y ocho años de edad.
Autor prolífico, publicó –entre otros libros– El collar del perro, Feliz año nuevo, El cobrador, El gran arte, Bufo & Spallanzani, Grandes emociones y pensamientos imperfectos, Agosto, El salvaje de la ópera, El agujero en la pared, Historias de amor, Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro, La Cofradía de los Espadas, Secreciones, excreciones y desatinos, Pequeñas criaturas, Diario de un libertino, Mandrake. La Biblia y el bastón, Ella y otras mujeres, La novela murió, El seminarista, Axilas y otras historias indecorosas, José y Amalgama, títulos traducidos en México. En 1963 publicó Los prisioneros, su primer volumen de cuentos. En 2018 –cincuenta y cinco años después– vio la luz Carne cruda, su último libro.
Ajena a la prosopopeya, la obra de Rubem Fonseca es caracterizada por un estilo sucinto que reúne el sexo, el amor, la locura, las drogas –incluidos el alcohol y el tabaco–, la vida urbana, la política, la violencia, la erudición literaria y el arte del suspenso.
Para celebrar que Amálgama (Editora Nova Fronteira Participações, Río de Janeiro, 2013) ganó el Prêmio Jabuti 2014 en la categoría “Contos e Crônicas” edité Rubem Fonseca. Amalgama & Catálogo, libro de colección en el que se lee:
Ensayista, narrador, guionista y “cineasta frustrado”, Rubem Fonseca sólo necesitó publicar un par de libros para consagrarse como uno de los más originales escritores brasileños contemporáneos. Con sus cuentos y novelas –veloces, sofisticadamente cosmopolitas, rebosantes de violencia, erotismo e irreverencia y escritos con un estilo contenido, elíptico y cinematográfico– reinventó una literatura noir, al mismo tiempo brutal y sutil: la forma perfecta para quien escribe “sobre personas apiñadas en las ciudades mientras los tecnócratas afilan el alambre de púas”, según planteó en el relato “Intestino grueso”, incluido en Feliz año nuevo.
Carioca desde los ocho años, Fonseca nació en Juiz de Fora, Minas Gerais, el 11 de mayo de 1925. Lector precoz, devoró narraciones de aventuras y policíacas de autores tan disímiles como Rafael Sabatini, Edgar Allan Poe, Emilio Salgari, Michel Zévaco, Ponson du Terrail, Karl May, Jules Verne y Edgar Wallace. Era todavía adolescente cuando
se aproximó a los clásicos –Homero, Virgilio,
Dante, Shakespeare, Cervantes– y a los modernos –Fiódor Dostoievsky, Guy de Maupassant, Marcel Proust. Nunca ha dejado de ser un lector voraz y ecuménico.
Fue office boy, escribiente, nadador, comisario de la policía; se formó en derecho, fue profesor de la Escola Brasileira de Administração Pública e de Empresas de la Fundação Getulio Vargas y ejecutivo de Light de Río de Janeiro. Su debut como escritor ocurrió al inicio de la década de 1960, cuando las revistas O Cruzeiro y Senhor publicaron dos cuentos de su autoría.
En 1963, su primera colección de cuentos, Los prisioneros, fue inmediatamente reconocida por la crítica como la obra más creativa de la literatura brasileña en muchos años. Dos años después le siguió otra, El collar del perro, la prueba definitiva de que la ficción urbana encontró a su más audaz e incisivo narrador. Con su tercera colección, Lúcia McCartney, se transformó en un bestseller y ganó el mayor premio para narrativa breve de Brasil.
Maestro del suspenso, ya era considerado uno de los mejores cuentistas brasileños cuando, en 1973, publicó su primera novela, El caso Morel, traducida al francés y acogida con entusiasmo por la crítica europea. Su carrera internacional apenas comenzaba.
En 2003 ganó el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo y el Prêmio Camões –el máximo galardón de la lengua portuguesa– y en 2012 obtuvo el Prêmio Literário Casino da Póvoa y el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, instituido por el gobierno de Chile. Muchas de sus historias han sido adaptadas al teatro, al cine y a la televisión.
En el prólogo de Los mejores relatos (traducción y edición de Romeo Tello g., Alfaguara, Ciudad de México, 1998) del autor brasileño, titulado “La violencia como estética de la misantropía en la obra de Rubem Fonseca”, Romeo Tello g. –connaisseur absolu en México del corpus fonsequiano– afirmó: “Él mismo me comentó [...] que John Updike le había dicho alguna vez que la fama es como una máscara que los hombres suelen ponerse, y que resulta peligrosa porque devora el rostro original, le impone gestos, niega la identidad de quien se la ha echado encima.”
Tello g. continuó: “Las obras de Rubem Fonseca plantean siempre la idea de que el discurso literario es una indagación acerca de la realidad.” También aseveró: “[su obra resulta] la reivindicación de la soledad o, inclusive, de la misantropía”.
Reflexiones literarias
Cuando recibió –de manos de Gabriel García Márquez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2003– el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, Fonseca reveló: “Soy un lector compulsivo. Leo de todo, y lo que más me gusta es la poesía. [...] no temo a la realidad. Tenemos que enfrentarnos a las injusticias, procurando vencer lo que está ahí”, recapituló José Andrés Rojo, periodista español.
“Todo lo que tengo que decir está escrito en mis libros”, solía decir Rubem Fonseca para evitar las entrevistas. En su obra reflexionó sobre el escritor y su oficio: “Soy un escritor, el libro así comienza, y siento que estoy enloqueciendo”, dijo en el relato “Best-seller”. También afirmó: “Escribir es corregir, corregir, corregir. Cada revisión que uno hace mejora el texto.” “Viajes” incluye otra cavilación sobre la escritura: “Aprendí a escribir en una vieja Underwood y toda mi vida he sido un teclista.” En Bufo & Spallanzani se lee: “Tampoco pensaba en hacerme escritor. Me gustaba mucho leer, pero no escribir.”
Un año después del lanzamiento de mi edición de Rubem Fonseca. Amalgama & Catálogo, el escritor brasileño ganó el Prêmio Machado de Assis 2015. “Escribí 30 libros. Todos llenos de palabras obscenas. Los escritores no podemos discriminar palabras. No tiene sentido que un escritor diga: ‘No puedo poner esto’. A menos que escribas libros infantiles. Todas las palabras tienen que
utilizarse”, dijo el autor al recibir el galardón, según la periodista Joana Oliveira.
Thomas Pynchon –esquivo con la visibilidad como lo fue el propio Fonseca– afirmó sobre el autor de Pequeñas criaturas: “Cada uno de sus libros no sólo es una travesía que vale la pena: es una travesía de algún modo necesaria.”
José trata sobre la memoria: “Al hablar de su infancia José tiene que recurrir a su memoria y sabe que ésta lo traiciona, pues muchas cosas las recuerda de manera inexacta o ya las olvidó. Pero le gustaría concluir, al final de estos recuerdos atropellados, que la memoria puede ser una aliada de la vida. José sabe que todo relato autobiográfico es un montón de mentiras: el autor le miente al lector y se miente a sí mismo”, escribió Fonseca. Y en Amalgama aseguró: “La ficción consume cuerpo y alma.”
Cavilaciones sobre la muerte
La muerte, sobre todas las posibilidades, reina en la obra de Fonseca. En Mandrake. La Biblia y el bastón escribió: “No me avergüenzo de mi libido, es la energía fisiológica y psíquica asociada a toda actividad humana constructiva; se opone a Tánatos, el instinto de la muerte, fuente de todos los impulsos destructivos.” En Agosto se lee: “Se aproximó al cuarto del presidente. A través de la puerta entreabierta, Mattos vio lo que buscaba. Allí estaba él, Getúlio Vargas. Muerto, sentado en la cama, rodeado por su mujer y otras personas que intentaban quitarle la camisa de la piyama a rayas manchada de sangre.”
Hay otra muerte voluntaria en “Secretos y mentiras”: “Decidí no contarle la historia del suicidio de mi padre.”
El relato “La carne y los huesos” contiene el siguiente pasaje: “Después de que los restos de mi hermano fueron colocados en la caja de plástico, su nombre fue escrito en letras grandes en la tapa. Uno de los hombres entró en la sepultura y rompió con marro y cincel la placa que cerraba la parte inferior en donde se encontraban los restos de mi padre, que había muerto dos años antes que mi hermano.” En “Lavínia” el escritor genera angustia: “Me senté en el piso del baño. Oí mis propios gemidos. No lloraba, resollaba como un animal mortalmente herido que no logra rugir. La mujer que amaba estaba muerta, la había perdido para siempre. Me extendí en el piso y di un grito agónico tan fuerte que hizo eco por toda la casa.”
“El bordado” trata sobre la orfandad: “Yo era hijo único y mi madre, que era viuda, se me acercó un día y me dijo: hijo mío, te quiero enseñar a bordar; ella nunca me había pedido que hiciera nada, la única cosa que me pidió fue enseñarme a hacer bordados y ¿qué le iba a responder yo si sabía que se estaba muriendo de un cáncer? [...] Claro, después de que ella murió yo dejé de hacer eso.”
Finalmente, en “Sentir y entender”, perteneciente a Amalgama, Rubem Fonseca escribió su propio epitafio:
El amor no es para ser entendido es para ser sentido.
La poesía no es para ser entendida es para ser sentida.
El miedo no es para ser entendido es para ser sentido.
El dolor no es para ser entendido es para ser sentido.
El odio no es para ser entendido es para ser sentido.
La muerte no es para ser entendida es para ser sentida.