Vivimos el futuro de un pasado que no es el nuestro.
Esta es una historia de fantasías utópicas e idealización del apocalipsis.
Es un orden social global patológico de futuros imaginarios construidos sobre el genocidio, la esclavización, el ecocidio y la ruina total.
¿Qué conclusiones pueden extraerse en un mundo hecho de huesos y metáforas huecas? Un mundo de finales fetiche calculados en medio de ficciones colectivas con virulentxs espectadorxs
Repensando el Apocalipsis.
Un manifiesto indígena antifuturista
(Todo lo que nos queda es (el) ahora.
Textos con corazón y dignidad sobre la pandemia de nuestro tiempo, marzo 2020, La Reci.)
Quizás este virus es la “herida narcisista” –Freud dixit– de la soberbia neoliberal: la libre propagación de una pandemia que utiliza emblemáticas figuras modernizadoras (aviones, automóviles, trenes) para su expansión, que enlaza viralmente y cruza los cuerpos en silencio y a su vez los orilla a suspender sus vínculos sociales para individualizarlos en una cuarentena global escalonada, aquello que facilita la competencia económica también facilita la propagación del virus.
Una pandemia que a primera vista no sólo pone en duda la viabilidad del capitalismo financiero y congela en una foto aterradora el proyecto histórico del capital en su vacío de significado para la sobrevivencia, también intenta inmovilizar en trágicas situaciones estructurales a regiones como América Latina: pobreza, infraestructura de salud pública insuficiente o destruida en su círculo vicioso de saqueo neoliberal, amplias zonas sin servicios básicos (agua, luz electricidad), acumulación de violencias que no suspenden su reorganización y destrucción (feminicidios, crimen organizado y crímenes de defensores ambientales, pero también extractivismo y la imparable industria de la construcción).
Además, en su sentido más amplio, la pandemia nos obliga a reconsiderar la “naturaleza” y el destino de los seres humanos: somos otro tiempo con el destino en suspenso. Nos obliga a detener el tiempo en un mismo espacio e interrumpe el futuro abierto y voraz del capital, el tiempo de la acumulación ilimitada. Esa triada agustiniana de estructuración del tiempo (pasado, presente, futuro) sucumbe en los encierros y un presente perpetuo, un futuro cancelado que se vuelve ahora una utopía que apunta hacia el pasado modelizado por el encierro, se instala en los tiempos sincrónicos y diacrónicos de la cuarentena. Quizás nos estamos dando cuenta de que el tiempo que vivíamos no era del todo nuestro.
El tiempo suspendido y el repliegue capitalista
Pero el capital sólo ha sido obligado a replegarse. Es probable que esté en crisis una de sus modalidades, la neoliberal, pero la fuerza de la ley del valor propuesta por Marx (“el valor que se valoriza”, el “trabajo muerto” que se apropia del “trabajo vivo”) solamente se encuentra en una dilatación estratégica. Por esto mismo no podemos aceptar que el mismo “virus” sea una metáfora de esta época que nos ha tocado vivir, su sentido analógico es ahora absolutamente capitalista: esa biomolécula que parasita y enferma cuerpos, pero también dispositivos informáticos en su extensión metafórica, debe su capacidad de multiplicación al movimiento del capital. Es más, en su ambigüedad significante, es probable que el virus esté cumpliendo de manera eficaz con una de las leyes del valor del neoliberalismo: despojarse del valor ya “prescindible”, ahora aceleradamente, de aquellos seres humanos más vulnerables o cuya “fuerza productiva” no es ya compatible
con la acumulación de capital. Es el caso de las y los ancianos, pero también el de los pueblos en lucha contra el extractivismo o de aquellos cuyo proceso comunitario es asfixiado por gobiernos estatales, como la situación que vive la comunidad Ayutla Mixe, en la sierra norte de Oaxaca, que lleva más de dos años sin agua.
Ante la crisis del tiempo suspendido de la pandemia encontramos varios comportamientos gubernamentales en América Latina. Por ejemplo, la idea de que este virus obliga a acelerar el proceso de transformación del Estado neoliberal en un nuevo Estado benefactor, que de manera urgente comenzaría por rescatar a la salud pública como un derecho social amplio ante su mercantilización y privatización en las últimas décadas, entre otros derechos que se transformaron violentamente en “servicios”. Como afirma Pilar Calveiro en su caracterización del neoliberalismo: “El neoliberalismo no sólo privatiza bienes del Estado, sino que a través de este y otros mecanismos hacia el sector privado tiende a la privatización de todos los ámbitos de la sociedad” (Resistir al neoliberalismo. Comunidades y autonomías).
También se ha desplegado un uso militar del virus, un férreo y dictatorial control social en nombre de la pandemia en países en los que ya se venían escenificando procesos de ilegitimidad gubernamental o de abiertos desafíos al neoliberalismo. Los gobiernos de Brasil, Bolivia, Chile y Ecuador respondieron ante la pandemia como dictaduras. En el caso de Ecuador y Chile, sus sociedades estaban en plena rebeldía antineoliberal; en Brasil, todo parece indicar que son los militares los que están tomando el control político del país, ente la negligencia fascista Bolsonaro.
¿Se sumarán las consecuencias del virus a las tendencias de transformación que ya se venían escenificando en América Latina? ¿Será la pandemia un elemento más de la crisis del neoliberalismo en América Latina, o será el motivo para una inflexión política y económica hacia una posible reconfiguración de un Estado de bienestar o el momento de ruptura para el repunte y emergencia de formas regionales de organización política y económica que tomen distancia del Estado nacional para impulsar una resistencia desde prácticas comunitarias y autonómicas?
Quizás estamos en la cumbre de la ambigüedad que ha dejado el uso político de la pandemia: no sabemos bien hacía dónde van estas fuerzas acumuladas prepandémicas ni tampoco los demonios que se han desatado en el encierro; es decir, todavía no sabemos si tendremos fuerzas sociales organizadas a partir de la crisis civilizatoria generada por el virus, una crisis cuyo punto más vulnerable está en las economías informales en América Latina, en las y los ancianos, en la violencia contra las mujeres, en los pueblos y comunidades sin agua y sin servicios médicos, en el espíritu anticapitalista que se expresa ya sea como hartazgo de la explotación y la precariedad, y en un proceso de conciencia que nos exige no aceptar el regreso a una “normalidad” de violencias y espanto.
El silencio del mundo: resistir al neoliberalismo y a la pandemia
¿Se puede pensar la pandemia de igual manera para todo “Occidente”? ¿Da lo mismo vivir y pensar el virus desde Wuhan o Nueva York o Guayaquil o Lombardía o Ciudad de México o desde la sierra norte de Oaxaca? ¿Se debe ir a los testimonios más cercanos, a las experiencias propias, a los “paisajes” devastados más próximos para entender la manera heterogénea y múltiple en que estamos sitiados y envueltos en este purgatorio que parece a primera vista tan global pero que nos interpela en lo más inmediato de nuestra territorialidad? ¿Con qué herramientas narrativas y conceptuales vamos a impedir que nos despojen de nuestra propia interpretación sobre estos últimos meses de vida planetaria del virus?
La escritora y lingüista mixe Yásnaya Elena Gil Aguilar ha expresado lo siguiente: “En las periferias del capitalismo y del Estado hemos aprendido otras verdades […] la población mixe que salió de la catástrofe demográfica del siglo xvi se organizó en estructuras comunales para resistir el establecimiento paulatino del régimen colonial y luego el establecimiento del Estado, comunalmente hicieron la vida que hizo posible que, a pesar de las cruentas epidemias, del despojo y la violencia, aquí continuemos. El cuidado comunal salvó la vida de Luisa que hace posible que ahora yo pueda repetir los últimos consejos de mi tatarabuelo ante la epidemia que le tocó vivir: el bien individual es el bien colectivo” (“Jëën pä’äm o la enfermedad del fuego”, en el diario El País, 22 de marzo de 2020.)
Es probable que las luchas de resistencia antineoliberales en América Latina acumulen fuerzas en esta crisis y se potencien en su capacidad para sobrevivir a los apocalipsis del capital: comunidades en procesos de contraconquista que hacen viable la vida con intervenciones cada vez más débiles del capital en sus economías, experiencias comunitarias de pueblos indígenas como Cherán, que han demostrado que la articulación autonómica entre política y económica también puede poner freno a la violencia del crimen organizado. Así como la comunidad indígena de Cherán usó de manera contrahegemónica el derecho, como afirma Orlando Aragón, la resistencia cotidiana a la pandemia puede abrir la brecha de un uso contraneoliberal de la economía más local.
El gran historiador inglés Eric Hobsbawn escribía que en 1860 la palabra capitalismo aparece ya en la semántica de la economía y la política: “Y es que el triunfo mundial del capitalismo es el tema más importante de la historia en las décadas posteriores a 1848. Era el triunfo de una sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada competitiva y en el éxito de comprarlo todo en el mercado más barato (incluida la mano de obra) para venderlo luego en el más caro” (La era del capital, 1848-1875, Crítica). Quizás el nuevo horizonte de visibilidad –como le gustaba decir al pensador boliviano René Zavaleta Mercado– está ya dibujándose en imágenes aún secretas de esta pandemia. Todavía no sabemos el alcance de esta probable agonía de la era neoliberal en las sociedades latinoamericanas, pero sí podemos captar, de manera más evidente, una semántica del actuar común, una era de lo comunitario, con un péndulo completamente a contracorriente de las modernizaciones capitalistas: no va de sociedades en proceso de acumulación hacia sociedades periféricas, por el contrario, va de comunidades autónomas a sociedades destruidas por el capital y se afirma en cualquier brote organizativo que se dé con el espíritu de resguardar lo común.
Somos parte de una trama de voces que se activan en nosotros cuando las invocamos y nos hacen comprender una parte sutil y poderosa de la continuidad de la vida: también somos comunidades que se anudan en la sucesión del tiempo… siempre la comunidad detrás de la sobrevivencia. Nada de robinsonadas, como atinadamente decía Marx. Quizás es hora de escuchar, en estas noches de pandemia, por primera vez, el silencio del mundo, un silencio heterogéneo y que viene de muy lejos, un silencio que nos dice que no sobreviviremos de manera aislada, aunque estemos aislados, ya sea en las redes del capital y del consumo o en la cuarentena… y que lo único que nos queda es resistir al neoliberalismo y a la pandemia a través del lugar que vayamos ocupando en esos brotes de comunidad, en los que también se manifiesta la capacidad de sobrevivencia de la vida misma y de los seres humanos.
*Narrador, ensayista y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Es autor de La mirada de los estropeados (fce), Épicas menores (unam-Eón) y Breve historia de la transición y el olvido (cialc-unam), entre otros libros. Ha trabajado sobre las formas de violencia en América Latina y su dimensión cultural y política, sobre derechos y extractivismo narrativos, y sobre las relaciones entre testimonio, memoria, historia y política en América Latina.