Ciudad de México. La escritora Amparo Dávila falleció hoy a los 92 años, narradora de lo insólito y lo siniestro, decana del cuento mexicano.
Nació en Pinos, Zacatecas, el 21 de febrero de 1928. Fue en 1950 cuando Amparo Dávila publicó Salmos bajo la luna, su primer poemario. Es considerada una de las cuentistas más notables de la segunda mitad del siglo XX, con obras como Meditaciones a la orilla del sueño y Árboles petrificados, que le valieron el Premio Xavier Villaurrutia en 1977.
Dejó el pueblo minero donde nació y se traslado a la Ciudad de México para cursar sus estudios universitarios. Fue secretaria del poeta, ensayista y diplomático Alfonso Reyes. Contrajó matrimonio con el pintor Pedro Coronel, con quien tuvo dos hijas.
Con motivo de su aniversario 90 fue homenajeada con un mes de actividades en su honor, en 2018. “Circular por la obra de Amparo Dávila es sumirse en una narrativa inclasificable, por ello, al acercarse a ella, sería bueno hacerlo sin pensar qué tipo de literatura es, sin encasillarla”, coincidieron en una de las actividades los escritores Julieta García, Fernando de León e Iliana Vargas.
"La poeta y cuentista zacatecana, cuya obra quedará como un extraordinario y preciado legado, en la literatura de nuestro país y nuestro estado", publicó el Instituto Zacatecano de Cultura.
En marzo pasado fue reconocida con el Tercer Premio Jorge Ibergüengoitia de Litertura que otorga la Universidad de Guanajuato, por su trayectoria en el género de cuento. "Indiscutiblemente su propuesta es una aportación al universo del género literario, al producir una obra imprescindible en la literatura mexicana y de indudables ecos en la cuentística fantástica en lengua española dentro y fuera de México", difundió la institución de educación superior.
También le concedieron reconocimientos en 2008 por su obra literaria y en 2015 le otorgaron la Medalla Bellas Artes por sus aportaciones al arte y la cultura de México, otorgadas por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Al recibir ese galardón afirmó que la esencia de su obra tiene un rigor estético no solamente basado en la perfección formal de la técnica y en la palabra, sino en la vivencia.