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Luis Sepúlveda, voz del exilio chileno, murió de coronavirus

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El novelista de 70 años, quien enfrentó la dictadura de Augusto Pinochet, falleció en Oviedo, España, tras larga agonía luego de ser diagnosticado de Covid-19 en febrero. Era reconocido por su calidez y compromiso social. Foto Ap
17 de abril de 2020 09:03
Viernes 17 de abril de 2020. Madrid. Era la voz del exilio. De la resistencia del Chile avasallado por la crueldad y la violencia del régimen de Augusto Pinochet. También era un novelista admirado, una voz literaria evocada por su calidez y por sus ráfagas vibrantes de lucidez y compromiso. Era Luis Sepúlveda, el escritor de la barba curtida y la sonrisa abundante, de la mirada honda y reflexiva, que murió después de una larga agonía en un hospital de Oviedo, donde permanecía ingresado desde febrero pasado aquejado del virus mortífero de nuestra época, el nuevo coronavirus, causante de Covid-19. Se va un escritor que también fue guerrillero, que no dudó en empuñar un arma para arrancar de raíz el fascismo de América Latina.

El primer síntoma de la enfermedad lo padeció el escritor el 25 de febrero, sólo dos días después de que asistiera a un festival literario en la localidad portuguesa de Póvoa de Varzim. Lo que empezó como un dolor de pecho se convirtió en una fiebre aguda y más dolores en otras partes del cuerpo. Así que el pasado 29 de febrero, cuando en España se seguía viendo como algo remoto la propagación del nuevo coronavirus, Luis Sepúlveda fue trasladado de urgencia desde su casa a un hospital de Gijón, donde los médicos sospecharon que se encontraban ante el primer caso de Covid-19 de Asturias.

Unos días después fue llevado al Hospital Universitario Central de Asturias, en Oviedo. Una ambulancia lo trasladó esos 50 kilómetros que dividen las dos ciudades porque todos los indicios apuntaban a que estaba aquejado del virus que se propaga por todo el planeta: dolor en el pecho, fiebre, problemas respiratorios y asfixia.

A sus 70 años y con un historial médico calificado como de riesgo, Sepúlveda fue tratado de inmediato en el centro clínico como potencial enfermo de la pandemia.

A su ingreso, y tras confirmar los síntomas habituales de la enfermedad, fue sometido a una prueba para confirmar si padecía el virus. El resultado fue positivo y, por tanto, fue aislado de inmediato del resto de los pacientes, tratado con celo especial y las visitas de sus familiares limitadísimas tanto en número como en tiempo. Se había convertido, como tantos otros después, en un paciente de alto riesgo que tenía que estar confinado y con el que había que guardar las máximas precauciones para evitar que el virus se siguiera propagando.

 El virus avanzó sin tregua

Nacido en Ovalle, Chile, en 1949, Sepúlveda fue ingresado en el hospital con sólo 70 años. Seguía escribiendo habitualmente y su salud era buena, salvo algunos problemas del pasado que le habían dejado secuelas en el aparato respiratorio, pero que ya estaban superadas. A los pocos días de ser hospitalizado, lo tuvieron que trasladar a la unidad de cuidados intensivos (UCI) porque padeció una neumonía que agravó su cuadro clínico; así permanecería más de 40 días, conectado a un aparato de respiración asistida, sedado y con estrecha vigilancia. Pero el propio tratamiento –medicamentos muy agresivos para el dolor y antibióticos potentes para neutralizar la enfermedad–, aunado al avance sin tregua de los estratos del virus, le provocaron daños en otros órganos, con lo que su situación, lejos de mejorar, continuó siendo muy grave hasta la mañana de ayer, cuando, finalmente, los médicos ya no pudieron hacer nada para salvarlo.

Su compañera de vida y luchas, la también exiliada chilena Carmen Yáñez, y su hijo mayor, Carlos, anunciaron la noticia mediante un comunicado en el que agradecieron, primero, al equipo médico que lo atendió, de todo corazón por su gran profesionalidad y entrega, así como las muestras de cariño recibidas durante estos días.

Carmen Yáñez también fue hospitalizada por tener síntomas parecidos y bajo la sospecha de que también podría tener la enfermedad.

Con la partida de Luis Sepúlveda se va una de las voces más lúcidas y comprometidas del exilio chileno. Él mismo fue víctima de una represión feroz que llevó a decenas de miles de personas a la diáspora y a ser testigos desde la distancia de la severidad del régimen impuesto por el general golpista Augusto Pinochet. 

Intelectual multifacético

La obra con la que se dio a conocer a escala internacional fue Un viejo que leía novelas de amor, en 1988, pero después vendrían otros muchos libros sobre la realidad del exilio, de la ausencia de libertad en América Latina, de su etapa de guerrillero militante, de sus trajines sin fin como infatigable combatiente por la libertad desde su militancia irrenunciable del comunismo.

Sepúlveda, al que le fue conmutada en Chile una pena de 28 años de prisión por una de ocho años de exilio, también luchó en Nicaragua antes de asentarse definitivamente en Europa, primero en Suecia, después en Hamburgo y finalmente en España, donde siempre escribió relatos, cuentos, teatro, novela y en una época fue también corresponsal de prensa y articulista habitual de medios impresos.

Otras de sus novelas, también aclamadas por la crítica y el público, fueron Mundo del fin del mundo, Nombre de torero, Patagonia Express, Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar, La rosa de Atacama y Fin de siglo. Sepúlveda también fue cineasta y un agitador cultural adonde iba. Su muerte deja un hueco enorme en la memoria viva del exilio latinoamericano del siglo XX.

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