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Vidas perdidas: Un hombre muy querido muere solo en Roma

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Enrico Giacomoni con su hijo. Foto Ap (cortesía de la familia)
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Ap
07 de abril de 2020 00:52

Roma. Nada en la forma en la que vivió Enrico Giacomoni durante más de 80 años en Roma corresponde con la forma en que murió: solo.

Era una buena persona, dijo su hijo, un hombre que se tomaba en serio sus responsabilidades pero no dejaba que las presiones de la vida le hicieran menos amable. Levantó un negocio de construcción que mantenía a su familia y a la de su hermana. Cuando tuvo suficientes clientes, contrató a 10 personas.

Tras retirarse disfrutaba ejerciendo de abuelo, charlando con vecinos y tenderos cuando iba a comprar y cocinando con su esposa. Después llegaron la fiebre y los problemas estomacales, seguidos de problemas respiratorios y una llamada a la ambulancia.

Se vistió y llegó a la puerta de su apartamento con ayuda de su hijo, que intentó acompañarlo. Los paramédicos con trajes de protección frenaron al hijo: los acompañantes y visitas al hospital estaban prohibidas por si su padre tenía el virus. Murió dos semanas más tarde.

Enrico Giacomoni nació el año que Italia entró en la II Guerra Mundial. La pandemia global, que ha provocado comparaciones con las penurias de la guerra se ha cobrado más vidas en Italia que en cualquier otro país.

Italia alcanzó ese sombrío hito la misma semana en la que Giancomoni subió a la ambulancia, dio positivo en el virus y pasó a cuidados intensivos el 16 de marzo.

Cuando se confirmó que estaba infectado, su esposa y su hijo recibieron órdenes de hacer cuarentena en casa. Estaban a punto de completar esos 14 días cuando falleció, el 29 de marzo.

Al día siguiente de la muerte de su padre, Roberto Giacomoni, de 50 años, se sentó en el escritorio donde su padre jugaba al ajedrez en la computadora y hacía crucigramas. Su madre, Giulia, lloraba cerca mientras él gestionaba el traslado del cuerpo de su padre a un crematorio. La pareja llevaba casada 55 años.

Giacomoni había mantenido bien a su familia, aunque siempre fueron justos de dinero. Le encantaba el mar, una de las joyas de Italia, y llevaba a su familia de excursión cuando podía. Comprar su apartamento de dos habitaciones en un barrio obrero en 1987 requirió sacrificios.

Con la jubilación llegó un diagnóstico de cáncer de pulmón, pero sobrevivió una década después de la cirugía. Entonces atacó el coronavirus.

En sus primeros días de hospital, la familia aún podía verle y charlar por videollamadas. Pero una vez le pusieron un respirador, la familia tuvo que depender de un solo reporte diario de un médico atareado. La última llamada llegó a la 01:30 horas de la madrugada del 29 de marzo.

A Roberto Giacomoni le atormenta cómo su padre pasó sólo por ese calvario. Piensa a menudo en la noche en la que se llevaron a su padre.

“No te preocupes, papá, iré mañana con tu valija”, recordó haberle dicho. “Te pondrás bien. Te veré mañana”.

¿Debería haberse despedido? Es una pregunta que podría asediarle hasta que sus hijos, que ahora tienen 8 y 3 años, tengan motivo para llorar a su padre.

“No lo esperaba”, dijo Roberto Giacomoni. “Él estaba ahí confiando en que las cosas mejorarían, y todo lo que pude hacer fue decirle ‘Papá, sé fuerte. Ya verás, esto pasará y será solo un recuerdo’”.

“Pero tenía los ojos tristes, en el sentido de que obviamente lo sabía”, añadió.

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