Madrid. El poeta que siempre entendió que el amor era preferible a la guerra, al odio, a la violencia; el cantautor que con voz trémula y honda recordó a la noche más larga
, al alba
, Luis Eduardo Aute, falleció en un hospital de Madrid a los 76 años. Se fue solo, como casi todos los enfermos que mueren estos días en España por la pandemia del Covid-19, sin familiares cerca y después de haber sufrido un deterioro físico por la enfermedad crónica que arrastraba desde hace tres años.
Su voz, su mensaje comprometido y poético, su rostro de hombre bueno y generoso, fue recordado desde el confinamiento y de la mejor forma posible; escuchando sus canciones, sus conciertos, sus recitales, incluso contemplando su obra plástica. España despidió así, desde la cuarentena más emocionada, a uno de los grandes músicos del siglo XX.
Aute cantó a la rebeldía, al amor, al erotismo, a la palabra, al latido que a veces no entendía este mundo, que encontraba absurdo estar vivo sin el alma de tu cuerpo
. Nació en Manila, Filipinas, el 13 de septiembre de 1943. Europa, el continente de origen de sus padres, estaba convulsionado por la Segunda Guerra Mundial, y España, sumida en una posguerra miserable heredada de la cruenta guerra civil (1936-1939).
Su padre, Gumersindo, un andaluz sencillo que a los 18 años emigró a Filipinas para trabajar en una fábrica de tabaco, después de varios años de vivir ahí, conoció a la que se convirtió en la madre de Aute, Amparo, una filipina de alta burguesía de ascendencia valenciana y santanderina. De hecho, los primeros años que vivió en Manila estudió en colegios españoles, en La Salle, donde además de español le enseñaron catalán. Cuando tenía 11 años, finalmente la familia decidió regresar a España; primero a Barcelona y luego a Madrid, donde se establecieron definitivamente, cuando la represión franquista era cruenta y las libertades civiles y artísticas, limitadísimas.
De joven y de mayor, Aute siempre tuvo eso gesto taciturno de creador intenso. De hecho, sus primeros contactos con el arte fueron primero, con una guitarra española que le regalaron sus padres a los 15 años y, más o menos en la misma época, con los óleos y dibujos que hacía sin parar en sus momentos de soledad. De hecho, él siempre se consideró tan cantante o poeta como artista plástico.
A lo largo de esa primera juventud, Aute siempre mantuvo la tensión entre la creación musical y la plástica, pero también incursionó en el estudio de la arquitectura, que finalmente no prosperó. Sobre todo, porque a medianos de la década de los 60, y después de un viaje a Brasil y a Estados Unidos, conoció la obra de dos gigantes de la canción que entonces ya eran considerados los mesías de la nueva música: Bob Dylan y Joan Báez. Su música lo transformó. Le hizo entender que su camino quizás era algo similar, sobre todo porque su prolífica inspiración se volcó de inmediato en un sinfín de canciones que se convirtieron en los himnos de varias generaciones.
El muro franquista
En medio de la efervescencia creativa, Aute se topó con un muro siniestro y de granito, el de la ausencia de libertad creativa de una España sumida en la tristeza censuradora del franquismo. De ahí que decidiera, en un arrebato de hartazgo, abandonar la música en 1968, con tan solo un par de discos publicados y dos docenas de canciones escritas. Entonces decidió centrarse en la creación pictórica, el estudio, la escritura, la observación de los fenómenos políticos que lo rodeaban y, sobre todo, en el hallazgo del amor, pues era, ante todo, un convencido de que el amor, ese sentimiento hondo de entrega y generosidad, es la única puerta a la revolución. A la transformación social.
En la década de los 70, cuando se empieza a respirar algo de más libertad en España, Aute vuelve a componer, a tocar la guitarra, a cantar en escenarios pequeños desde donde se fue tejiendo una de las leyendas más importantes de la canción española del siglo XX, sólo comparable a autores como Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina.
Su legado es abrumador, desde una prolífica y diversa obra plástica, una serie de creaciones cinematográficas desde distintos ejes y trincheras, hasta por lo que se le conoció más: su música, sus canciones, esas letras que forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones y que el día de su muerte retumbaron en tantas casas de España, México y el resto de América Latina. Como Al alba, Sin tu latido, o Me va la vida en ello.
Aute tuvo una relación muy especial con América Latina, sobre todo con Cuba, donde vivió a principios de los años 80, padeció y se curó de tuberculosis y conoció a uno de los hombres y artistas con los que mejor se entendió: Silvio Rodríguez. Juntos, hicieron varias giras, conciertos y discos que forman parte ya de la historia.
A partir de 2016, su salud se fue deteriorando. De hecho, salió casi de forma milagrosa de un estado de coma largo y doloroso. También superó un infarto y una caída a los infiernos de los hospitales en 2018, hasta que ayer se fue, al alba, en silencio, y en medio de una crisis sanitaria que harán que su despedida, su último adiós, sea casi en la clandestinidad, ya que la ley de confinamiento impide celebrar honras fúnebres con más de tres personas. Un triste adiós para uno de los más grandes cantautores del siglo XX