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Padecen sobrepeso y obesidad dos tercios de adultos mexicanos

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Los niños son más propensos a la 'comida chatarra' y los padres ceden ante sus peticiones sin pensar en la afectación a la salud. Foto Guillermo Sologuren
30 de marzo de 2020 08:37

Ciudad de México. Como resultado de los drásticos cambios en las pautas de alimentación de sus habitantes en las pasadas cuatro décadas, México ocupa ya el primer lugar entre los países de América Latina en la venta de productos altamente procesados (ricos en grasas y azúcares) que propician un ambiente favorable a la obesidad y el sobrepeso (obesogénico) y dan como resultado una creciente población malnutrida.

El país enfrenta una auténtica epidemia de peso corporal excesivo en la que resultan afectados uno de cada tres niños y adolescentes y siete de cada 10 adultos. Hoy, los científicos han identificado, además, a la obesidad como una de las condiciones de mayor vulnerabilidad ante el Covid-19.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensatu 2018), más de 80 por ciento de los mexicanos entre uno y más de 20 años consume bebidas no lácteas endulzadas, uno de los productos identificados para contribuir a la obesidad.

En este hábito tan extendido hay un caso extremo: en Chiapas se bebe un promedio anual por persona de 821.25 litros de refrescos embotellados (la media mundial es de 25 litros y en el del país de 150) de acuerdo con un estudio del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (Cimsur), publicado en 2019.

Los trabajos del investigador Jaime Tomás Page Pliego, antropólogo en el mismo centro, detectaron que los chiapanecos toman 2.25 litros de Coca Cola a diario. Tan solo este dato puede ser suficiente para explicar la alta prevalencia de diabetes mellitus en los Altos de Chiapas, donde los últimos 10 años ha sido la principal causa de muerte.

Con una dieta de 3 mil 72 kilocalorías diarias por persona, en los pasados 40 años los mexicanos redujeron en 11 puntos porcentuales su consumo de cereales y tubérculos, y el de frijoles y otras leguminosas prácticamente a la mitad. En contrapartida, duplicaron la contribución de aceites y carnes a su consumo cotidiano.

Aunque la ingesta de hortalizas se ha mantenido estable, representa el grupo alimenticio de menor consumo, mientras el consumo de huevo se ha triplicado, por lo que hoy México se mantiene en primer lugar en su ingesta por persona en el mundo.

En un reporte de 2019 sobre el Sistema Alimentario Mexicano, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) establece que el agravamiento de la mala alimentación favorece la coexistencia de desnutrición, sobrepeso y obesidad.

Los resultados de la Ensatu 2018 así lo confirman: 21 por ciento de los niños menores de 5 años que viven en zonas rurales padece desnutrición crónica, y en todo el país, 8.2 por ciento de los niños entre 0 y 4 años presentan sobrepeso; además, 22.2 por ciento de la población en ese rango de edad está en riesgo de caer en tal condición.

Entre 2012 y 2018 el porcentaje de niños con sobrepeso y obesidad con edades entre 5 y 11 años pasó de 34.4 a 35.6 por ciento. Crecimiento aún más significativo se registró en los jóvenes de entre 12 y 19 años al moverse de 34.9 a 38.4 por ciento.

Respecto a la población adulta, la encuesta también refleja un aumento sostenido. En 2018, 76.8 por ciento de las mujeres presentó sobrepeso y obesidad (40.2 por ciento esta última) y 73 por ciento de los hombres registró ambas condiciones, si bien en este caso la proporción es inversa: 42.5 por ciento está excedido en peso y 30.5 por ciento es obeso.

Según la FAO, la transición alimentaria y nutricional en México es visible tanto en las áreas rurales como urbanas, condición que acompañada por la migración interna que influye en el crecimiento de las ciudades ha impulsado la existencia y demanda de alimentos como carnes, lácteos y productos procesados y reducido paulatinamente la participación del consumo de alimentos tales como cereales, leguminosas y verduras.

Agrega que el comercio desempeña un rol relevante en este nuevo esquema de consumo al promover el aumento en la disponibilidad de determinados alimentos y productos a nivel doméstico.

Como resultado, existe una marcada disminución en el consumo de alimentos como maíz y frijol y, debido a su mayor acceso, una creciente ingesta de productos con alta densidad energética, elevado contenido de sodio, grasas saturadas, azúcares, colorantes, conservadores, saborizantes y estabilizantes, así como de alimentos de origen animal.

En suma, un patrón alimentario de marcados desequilibrios que además provocan la llamada hambre oculta, que implica deficiencias específicas como el hierro, lo cual a su vez desencadena la anemia.

De esta manera comienza a hacerse un círculo vicioso al saber que la desnutrición en los primeros años de vida influye en la predisposición de ser adultos obesos y con baja productividad, puntualiza la FAO.

En 2018, el Instituto Nacional de Salud Pública publicó el libro La obesidad en México. Estado de la política pública y recomendaciones para su prevención y control, en el que diversas autoridades académicas y 75 científicos hacen un completo diagnóstico de la mala nutrición y plantean advertencias y propuestas para solucionar a fondo lo que ahí mismo el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Enrique Graue, define como una epidemia a la que urge combatir y prevenir porque no sólo afecta negativamente la calidad de vida de quienes la padecen, sino que representa también una carga muy significativa para el sector salud.

En ese volumen, el ex presidente de la Academia Nacional de Medicina, Armando Mansilla Olivares, identifica a los años 70 del siglo pasado como el punto de inflexión en las pautas de consumo.

Y da ejemplos: En esta misma época se adoptó otra serie de medidas (...) como agregar olote a la masa de nixtamal para la producción de tortillas, la aparición de franquicias de comida rápida y atractiva como las hamburguesas; la producción, distribución y venta de diferentes tipos de frituras...

Por último, menciona la incorporación obligada y masiva de las mujeres a los espacios laborales en la búsqueda de mejorar los ingresos económicos y que las llevó a sacrificar su propia alimentación y la de sus familias.

 

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