Nadie duda que el de las mujeres es un asunto gigante, tan grande como la humanidad. Como bien se sabe, la mitad del género humano está formado por mujeres, las cuales han comenzado a dar pasos para su liberación del yugo machista, masculino o patriarcal. Como hemos podido advertir a través de los medios en las diversas movilizaciones realizadas recientemente en México y el mundo, estas se han teñido de alguna violencia, que se ha ido contra lo que ellas consideran que son símbolos machistas.

Pintarrajeos de edificios, de estatuas históricas, de muebles urbanos y de ventanales, hasta agresiones  con bombas molotov, han sido las expresiones de esos atentados. Naturalmente, en posteriores declaraciones de participantes, la mayoría de ellas se han deslindado de esas formas de violencia. Y tienen razón, estas no abonan a favor de su causa, sino en contra. Hay mucho enojo del género femenino que viene de muchos siglos de antigüedad, contra el trato machista que la sociedad tolera e impulsa. Pero ello no autentitifica ni justifica el denuesto virulento, feminazi, cada que hay marchas, y sólo lo explica muy borrosamente.

De muy lejos viene la inquina femenina contra los machos. Desde los comienzos de la sociedad humana.  Ha sido así siempre desde que la mujer asumió su papel pasivo y obediente ante el hombre, en los siglos con que se inició la especie humana, aunque hubo resistencias y violencias desde siempre, que se ocultaron en la realidad social y familiar y ante el papel jugado por machos y hembras, auxiliado por las iglesias machistas, su inmensa mayoría.

Pero hoy, en virtud básicamente de la incorporación masiva, multitudinaria, de las mujeres, estas se están rebelando contra el yugo y está ocurriendo el estallido en toda la Tierra de las inconformidades reales de las mujeres. La explicación más cercana a la realidad la da Federico Engels, el compañero de Carlos Marx en su célebre libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, que a pesar de que teóricamente está rebasado en la antropología moderna, mantiene enhiestas las bases de su mensaje. 

La propiedad privada del hombre sobre los bienes de producción, implicó y se transportó también a la propiedad del hombre sobre la mujer y sobre la familia.

 Así que la verdadera emancipación femenina ocurrirá, está ya sucediendo, conforme avanza en la sociedad mundial el igualamiento económico y social de la mujer respecto del hombre. Los excesos femeninos contra la opresión del macho no son más que la reacción indignada al darse cuenta de la opresión en que han vivido durante miles de años. Esta época es el receptáculo de estas indignaciones. Ya Simone de Beauvoir, la pareja de Jean Paul Sartre, lo hizo notar en su obra “El segundo sexo”, que está categóricamente enfilada a defender los valores femeninos.

No hay que alebrestarse ante las reacciones femeniles. Hay que operar con  ponderación. Hay que detenerse a pensar que la violencia y la opresión machistas siguen privando en el mundo de nuestros días, pese a lo mucho que la humanidad y la sociedad han avanzado en este tema, que no es sino muy poco si se compara con el universo de discriminación y violencia que aún les aguarda aguantar y superar a las mujeres.

Si el mundo femenino no se reduce a la parte norte del globo terráqueo, y se mira hacia el sur asiático, sudamericano  y sobre todo el africano, se verá todo lo mucho que le hace falta avanzar a la mujer en la consideración social. Lo avanzado está en el lado norte del planeta, lo atrasado en el sur, en general y salvo excepciones en uno u otro sentido.

La sociedad, pese a todo, avanza inexorablemente hacia la mayor igualdad de los géneros. Eso es irrevocable. Y está a la vista de los hombres y las mujeres. Mal que les pese a unos y otras.