Buenos Aires. Mientras ataco el plato de arroz a la mexicana que improvisé con las últimas rajas de chipotle sobrevivientes en la nevera desde quién sabe cuándo, en el título principal del portal más visitado en esta aldea, leo: “Quinto muerto por coronavirus en el país…”. Antes de promediar el embate gastronómico, debajo de los descuentos que ofrece para hoy la principal cadena criolla de supermercados, un cintillo de último momento cambia el dato: “Murió un hombre en el Chaco, la sexta víctima…”; por tratarse de un juez merecerá, a los pocos minutos, en rojo, el título principal. Pasan minutos de las 15 horas y el termómetro marca 28 grados centígrados; unos menos que los 31 de “sensación térmica”, ese invento argentino que mezcla, cual coctelera, la temperatura con la humedad, el viento y la presión atmosférica: en estos momentos, respectivamente, de 61 por ciento, 13 kilómetros por hora del este (“lluvia como peste”, dicen por acá) y 1012 hectopascales, una unidad con la que se mide la presión de la atmósfera sobre la superficie terrestre.
Hoy es el quinto día de la cuarentena total en el país. Como dio en llamarla el Gobierno: Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, ASPO… sigla que a un argenmex, quizás afectado por la pandemia del coronavirus, puede llevarlo a confundirla con el acrónimo más que familiar para los mero-mero mexicanos…ASPO…AMLO... Pero hoy y acá es también feriado por el aniversario de un hecho que, después de una recorrida por las novedades planetarias de la pandemia, tanto en la página del portal en cuestión como en las de la mayoría del país, uno encontrará recién en los últimos lugares, casi como pies de página: los 44 años del golpe de Estado cívico-militar que cambió la Argentina, tanto o más que por los 30 mil detenidos-desaparecidos, por la destrucción inicial que inflingió a la economía.
Se trató, sin dudas, del primero de los recurrentes intentos de implementar políticas económicas neoliberales en el país (siguió Carlos Menem, en nombre del peronismo, en los ´90; y el último de ellos, hasta diciembre pasado, Mauricio Macri). Desde el balcón del apartamento del sexto piso del edificio vecino a la derecha, como del tercer y cuarto pisos del que está enfrente; de otros más allá, y de éste en el séptimo piso que ocupa quien esto escribe, cuelgan papeles, pañuelos, trapos, todos blancos. (Digresión: todo a la derecha, porque a la izquierda de esta esquina con la avenida Córdoba, símil la Cuauthémoc chilanga, está el universitario Hospital de Clínicas, un equivalente al Centro Médico Nacional de la CDMX).
“Nunca más”, “30 mil detenidos-desaparecidos”, “Memoria, Verdad y Justicia”, puede leerse en esos triángulos de tela o de papel, manuscritos por los padres y sus hijos, nietos y bisnietos de aquella generación desaparecida, en las horas últimas de una cuarentena de final incierto, aunque oficialmente se diga que en una semana, el 31. Los triángulos que se descuelgan desde las viviendas son parte del “pañuelazo blanco”.
Una manera, junto con las redes sociales, de intentar sustituir lo insustituible: la calle, la apropiación de la calle, que cada 24 de marzo reúne a multitudes en los lugares emblemáticos de Buenos Aires: la Plaza de Mayo, el Obelisco, la Plaza del Congreso.
También una forma a la que convocaron las Abuelas, las Madres y los Hijos de detenidos-desaparecidos (aún restan 500 por ser localizados y restituidos a su identidad), ante la imposibilidad de que sea como ha sido desde la vuelta a la democracia, en 1983. Nadie parecería querer preguntarse por estas horas si puede tener alguna relación el Covid-19 y sus efectos en Argentina con el golpe de Estado de hace 44 años. Sin embargo, la tiene, y mucha.
Después de siete años, cuando tuvo que irse tras la derrota en la guerra de Malvinas (ayer nomás, el gobierno de Alberto Fernández le ofreció al estrambótico Boris Johnson, ayuda contra el coronavirus para los malvinenses), la dictadura dejó un país al que le había asestado el primero y decisivo de los varios golpes de gracia que le siguieron en este casi medio siglo.
Argentina se perfilaba con todas las condiciones para pelear un lugar como país emergente que era: antes del golpe, la economía llevaba una década de crecimiento de 5 por ciento y la industria del 7 por ciento; uno de cada cinco dólares exportados era de bienes industriales; tenía los mejores salario real y distribución del ingreso de su historia; los pobres pasaron de ser 2,6 por ciento de la población a 25 por ciento; el desempleo se triplicó de 3 a 9 por ciento, todo según datos oficiales.
Ahora, el Gobierno hace esfuerzos denodados por afrontar la pandemia, con un sistema de salud pública devastado por cuatro años de Macri, el último de los continuadores de las políticas del dictador Jorge Rafael Videla.
Siete pisos abajo, por la avenida, el patrullero 2596, azul metalizado y negro, de la Policía de la Ciudad, se desplaza modoso y se detiene frente a la plaza vecina, cemento toda desde hace unos meses, que separa al hospital de las facultades de medicina y de economía, centro de Buenos Aires, y lanza su mensaje hoy formal: “a los vecinos de la ciudad”, para que cumplan con la cuarentena. “¿A dónde va?”; “¿quiere pasar la noche en la comisaría?”, prepoteaban hasta anoche, en actitud que recordaba los días siguientes al golpe de Estado de hace 44 años.
”“El tiempo es veloz”, me dice balcón mediante, buscando conformarse, un vecino, con unos versos del rockero David Lebón, el hermano de vida de Charly Garcia. Un tercer vecino lo mira escéptico, y en medio de esta cuarentena interminable, prefiere retrucarle con unos versos de William Shakespeare en la voz de Hamlet, que ayer le recordó un filósofo criollo de auditorios casi masivos: “El tiempo está fuera de quicio”. El cronista los observa.