todo gobierno miente. Pero esas mentiras se pueden volver criminales cuando las consecuencias son vidas humanas, como es el caso en casi todas las guerras, las represiones masivas, las justificaciones de la inacción sobre el cambio climático, y por supuesto en crisis de salud pública.
Ver el manejo de la pandemia del coronavirus en el país más rico y poderoso del planeta en el régimen Trump es como ser testigo de un crimen masivo. Desde que se detectó el primer caso en enero, hasta la fecha, Trump y su gente han mentido sobre este fenómeno, buscando engañar a personas vulnerables dentro y fuera de Estados Unidos, todo guiado por la siempre peligrosa mezcla explosiva de ignorancia y arrogancia, el manejo caótico de su equipo y sus familiares, el desprecio a las ciencias, y sobre todo el propósito supremo de evadir costos políticos. O sea, ha puesto en riesgo a millones por sus intereses personales y políticos.
El coronavirus es tal vez el primer fenómeno con que se ha topado Trump durante su presidencia, que es inmune a sus ataques por tuit, sus engaños, sus intentos para evadir responsabilidad y acusar a otros. Lo ha intentado: primero insistiendo en que el coronavirus era sólo otro tipo de influenza, acusó a los demócratas y a los medios de inflar el temor para golpear su presidencia, aseguró que todo estaba bajo control
y se elogió por sus medidas y por su inteligencia para entender el fenómeno, repitió falsamente que habían suficientes pruebas disponibles, que el número de casos ya se estaba reduciendo, acusó al llamado Covid-19 de ser un virus extranjero
, y culpó a China y los países europeos del problema. Y aunque esta última semana fue obligado a declarar una emergencia nacional
, y comprometerse a distribuir suficientes pruebas, las mentiras continúan.
Esto será registrado como un gran desastre de salud pública prevenible
con posiblemente más de un millón de muertos, comentó Andy Slavitt, ex administrador del centro federal para los programas nacionales de asistencia de salud, subrayando que el pecado original fue su negación de la crisis durante meses y su desmantelamiento de la infraestructura de salud pública
en este régimen.
Este manejo de la crisis de salud pública por el régimen de Trump ha mostrado un desprecio completo por la vida humana y un enfoque monomaniaco en complacer al líder, quien sólo desea lucir bien y poderoso. Estas son características de un liderazgo totalitario
, escribe Masha Gessen en The New Yorker, al advertir que una población agarrada por el miedo crea oportunidades extraordinarias para este presidente, quien ha estado buscando su camino hacia un gobierno autocrático
.
Analistas y veteranos de luchas sociales y políticas como Barbara Dudley advierten que no se puede descartar la posibilidad de que Trump llegue al punto de postergar o cancelar las elecciones presidenciales de noviembre con el pretexto de la emergencia nacional.
No todo es su culpa. Esta pandemia está revelando los saldos de las políticas neoliberales aplicadas durante las últimas cuatro décadas que en el sector de salud resultaron en la reducción de capacidad hospitalaria general y de cuidado intensivo, equipo para este tipo de crisis (por ejemplo, ventiladores) y el control casi absoluto del sector por megaempresas de hospitales, aseguradoras y farmacéuticas guiadas sólo por ganancias y descartando prioridades de salud pública.
Se espera un incremento espantoso de casos confirmados al llevarse a cabo más pruebas, la infraestructura de salud será abrumada y se multiplicarán los enfermos graves y el número de muertos relacionados con el coronavirus. Pero esas cifras no serán sólo resultado de una enfermedad, sino de las decisiones políticas y económicas, y las mentiras con que siempre se han cobijado los autores intelectuales de estos crímenes sociales.
Después de que pase esta plaga, la pregunta es: ¿quedará impune este crimen?