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Crónica de vida en época del coronavirus / Francesco Forgione

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Por redes sociales, los italianos se convocaron para cantar el himno nacional desde ventanas y balcones.Foto Ap
15 de marzo de 2020 10:06

Palermo. La palabra que en estos días puede definir mejor la vida de Italia es silencio. El silencio no es una característica de la vida de los italianos, sobre todo de la gente del sur, donde las voces en las calles, los gritos en los mercados, las risas mientras beben y comen con amigos en restaurantes y pizzerías y la música que se oye en las calles desde balcones y ventanas, se convierten en la banda sonora de la identidad mediterránea, la que caracteriza las relaciones humanas y sociales en esta región del país. Desde hace una semana eso ya no así: el silencio domina sobre las palabras, las relaciones humanas y nuestra vida social. Y no sólo es la preocupación por un virus difícil de combatir y derrotar.

Mi casa está en el centro histórico de Palermo: el corazón de la ruta árabe-normanda constituida por una zona arquitectónica y monumental de la ciudad proclamada por la Unesco patrimonio de la humanidad. Es el camino obligado del paseo turístico de la ciudad: se extiende desde el Palacio Real –construido con una parte arabesca y otra española– a la catedral, una combinaciónn de iglesia y mezquita; el sendero principal –que los árabes llamaban Al Qusr y que significa vía de mármol– lleno de edificios de la época del dominio español y cerca de los dos mercados históricos: Ballarò y Capo, similares a dos grandes mercados árabes.

Normalmente en esta zona de la ciudad hay una multitud de turistas de todo el mundo, jóvenes y viejos que visitan Palermo. La ciudad es la capital del Mediterráneo, encuentro de culturas, razas, religiones, que sobreviven al tiempo y también a las guerras que siempre caracterizaron la historia de este lugar. Es una ciudad abierta, acogedora, sin racismo. Esto la distingue en un país como Italia que en años recientes se ha caracterizado por una cultura de la seguridad, que a partir del tema de los migrantes ha dado lugar a un populismo fascista como nunca se había visto en nuestra historia republicana.

Por esta razón, Palermo es un destino para los turistas de toda Europa y del mundo. Después de 25 años de las matanzas de la mafia, hoy los jóvenes llegan aquí para disfrutar de la noche, hacer fiesta en las calles, bailar y tomar sin problemas de seguridad ni violencia.

Desde hace una semana Palermo es un desierto, como Milán, Roma, Nápoles, Venecia y toda Italia. Esto lo decidió el gobierno al ampliar la zona roja de riesgo por la expansión del coronavirus desde Milán y Lombardía a todo el país.

Nuestra vida cambió en unos cuantos días. Todo está cerrado: escuelas, universidades, hoteles, restaurantes, tiendas, teatros, cines, oficinas. Se puede salir de la casa sólo por un tiempo rápido para comprar comida y fármacos, y con mascarilla de protección.

La vida social fue suspendida hasta el 3 de abril, pero se habla de una posible ampliación. Es un periodo largo. Nunca habíamos vivido una situación similar, nunca imaginamos vivirlo.

Vivo solo en mi casa de Palermo, mi novia está con sus hijas en Roma. Está prohibido el movimiento de una ciudad a otra, de pueblo a pueblo, y también en la misma ciudad sin autorización. La policía controla las calles.

Las redes sociales y el Whatsapp se convirtieron en el principal medio de comunicación, incluso entre departamentos del mismo edificio, porque está prohibida la comunicación directa. En estos días dejaron de ser herramientas de individualismo y aislamiento: por las redes se convocó el viernes en todo el país a una cita para cantar el himno nacional, cada uno desde el balcón o la ventana de su casa y de norte a sur fue un único canto solidario y de esperanza, como los jóvenes de un barrio que cantaban la canción de los partisanos, Bella ciao, o los de los balcones de Nápoles que interpretaban O sole mio y Volare. Una prueba de que la identidad de un pueblo se puede transformar pero no perder.

Es una situación que cambia nuestros hábitos de vida. Vamos a cambiar nuestra relación entre la vida y el tiempo: no es el trabajo o el ritmo impuesto por la organización productiva, laboral y pública que determinan nuestra relación con el tiempo, es la decisión del gobierno y, sobre todo, el miedo, siempre más difundido que el virus.

Lentamente el miedo se va a transformar en conciencia y lentamente –más o menos después de tres semanas– se está convirtiendo en conducta social y de responsabilidad propia.

Leer libros, ver películas, escuchar música en casa: ¿cuántas veces hemos pospuesto esta necesidad del espíritu y de la vida por falta de tiempo? Como cuidar los niños fuera del tiempo que pasan en la escuela, o los abuelos y los ancianos. El tiempo nunca es nuestro y no entendíamos su valor, sólo nos era permitido en las vacaciones.

El ritmo impuesto por una sociedad y un modelo productivo que mide el tiempo en dinero nos ha llevado a no considerar la dimensión cultural y espiritual como fundamental para la calidad de vida y de las relaciones humanas y sociales. El coronavirus, en este tiempo de prohibiciones, nos ayuda a descubrirla.

Yo dedico los días (hasta ahora van seis) a reorganizar y catalogar mis libros, escuchar música, ver películas que me perdí cuando estuvieron en las salas y haciendo con gusto jardinería con las plantas de mi terraza y balcones. Antes no tenía posibilidad de hacerlo, pues estaba viajando entre Palermo y Roma para estar con mi novia, a Calabria para visitar a mi mamá y a México cuatro veces al año por mi colaboración con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

No, no se lo agradecemos al coronavirus: es una crisis humana y social. Pero, después de esta emergencia nunca será como antes. El daño económico será enorme, con un sistema productivo parado, el comercio internacional cerrado a los productos italianos, una deuda pública que se multiplica para enfrentar la emergencia y una recesión en puerta. Apenas en estos días la Unión Europea ha entendido que Italia no puede enfrentar sola esta emergencia y que su economía necesita un plan extraordinario, como ocurrió con el Plan Marshall después de la segunda Guerra Mundial.

El coronavirus golpeó las regiones más productivas e industriales de Italia, con un daño enorme a la producción y a la exportación de todo lo made in Italy, pero el cierre de las fronteras y las suspensión de los viajes a Italia desde todo el mundo va a golpear a todo el país, que tiene una economía basada en el turismo y el gran valor de sus bienes culturales, arqueológicos y de medio ambiente. Una isla como Sicilia, que enfrenta un desempleo cercano a 30 por ciento, sin turismo puede colapsar por la caída de su economía y de su tejido social.

Si las cifras no son peores es gracias a un sistema de salud pública que con muchas dificultades ha resistido al ataque de la derecha y sus políticas de privatizaciones. En estos días sólo el sistema de salud pública enfrenta la emergencia, brindando la asistencia sanitaria.

Considero que las decisiones tan estrictas del gobierno fueron adecuadas y que la Unión Europea tardó en entenderlo, como lo demuestran países como Francia, España, Alemania y Bélgica, que están replicando el modelo italiano de contención del virus.

Al final, la posición de Italia se puede considerar útil para todos los países de Europa y del mundo, porque con el sacrificio de su pueblo y de su economía contribuye a parar la expansión de un virus que, después de China, ve a nuestro país como el más infectado. Esto lo entendió el gobierno chino, que envió un equipo de médicos y 30 toneladas de productos para hospitales, la Cruz Roja y para la prevención.

Cuando esta pandemia termine, creo que el proceso de globalización modificará su forma y naturaleza; la economía global cambiará su rostro y el modelo capitalista –así como en todas las crisis estructurales de su historia– vivirá un proceso de reorganización y la creación de un nuevo equilibrio mundial.

Una cosa es segura: quienes pensaban que después de la globalización se regresaba al mundo de las fronteras cerradas, de los muros contra los migrantes y de los aranceles aduaneros, hoy pueden ver cómo el mundo es cada vez más una aldea global poblada de hombres y mujeres y no sólo un mercado salvaje sin reglas, y por eso necesita una nueva idea solidaria y humanista global.

Pero ahora, al concluir esta crónica y estas reflexiones, regreso a mi labor de jardinería, programando cómo pasar el largo tiempo que me espera encerrado en mi casa por otros 20 días y que pueden ser más. Espero que no muchos más, porque México y mis amigos mexicanos me hacen falta.

* Autor del libro Mafia export, presidente de la Comisión del Parlamento Italiano contra la Mafia 2006-2009.

 

 

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