María Luna, entusiasmada con la marcha del domingo 8, heredó su feminismo de su madre y tres tías muy poderosas y trabajadoras. La joven se viste de negro y se presenta en las marchas encapuchada, aunque estipula que no es de las que patean, rompen aparadores y llevan martillos en la mano. Somos del colectivo Sororrosas y decidimos ir encapuchadas para que no nos identifiquen
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–María Luna, ¿no es cobarde esconderse tras una máscara? Personalmente vandalizar me hiere. En un país en el que faltan tantas cosas; destruir es restar en vez de sumar.
–Así nos escuchan.
–¿Sólo si destruimos nos escuchan?
–Sí. Vestirnos de negro es uniformarnos. Encapucharnos es protegernos contra las granaderas que van cuidando las marchas feministas y nos pueden identificar. Si estás encapuchada, imposible que sepan quién eres.
–Pero hacer las cosas sin dar la cara es un acto parecido al del Ku Klux Klan.
–Yo no creo que nada de lo que están haciendo las feministas sea cobarde, es completamente valiente meter el cuerpo por tus hermanas muertas. Estar encapuchadas es por tu propia seguridad, porque si no, termina la marcha, agarras el Metro, te identifican y te hacen lo que quieran, porque a final de cuentas, vivimos en México y así es México.
–Pero tú te disponías a destruir.
–Personalmente no destruí, pero las de mi colectivo nos encapuchamos para que no distingan a quienes destruyen de las que solo marchan. ¿Quién tiene el poder?
Laura Ponte, mi segunda entrevistada, le lleva más de 20 años a María Luna y es cineasta. Trabajó en Inmujeres y peleó por institucionalizar el feminismo. Para ella, ha sido importante tener voz en organizaciones no gubernamentales, aunque reconoce que ha sido insuficiente. Laura Ponte formó parte del gobierno al lado de Patricia Olamendi, Laura Carrera, Laura Salinas, Marcela Lagarde, feministas dentro del gobierno. Desde ahí, las cinco militantes crearon la Ley de acceso a la vida libre de violencia.
–¿Las manifestaciones tienen que ser agresivas, Laura?
–Ya van 265 feminicidios en 49 días de 2020. ¿No te parece suficiente, Elena? Hace seis años –y algunos antes–, en febrero de 2010, hicimos varias marchas pacíficas, llenamos de flores y de veladoras el Paseo de la Reforma y el Zócalo, levantamos una ofrenda, nadie se enteró. Todas nuestras marchas, nuestros mítines, nuestros reclamos, quedaron sin respuesta y siguieron los asesinatos de las mujeres. Si no somos violentas, nadie nos hace caso. Con mucha razón, nuestra rabia se ha ido acumulando y estalla cada vez que nos enteramos que una mujer más es asesinada.
“La violencia contra las mujeres se inicia muy temprano. Tuve amigas y conocidas que sufrieron el maltrato de novios que las agredían sicológicamente. Muchas siguieron con su pareja, como yo, porque así me enseñaron desde niña. Cuando me separé, mis padres no me apoyaron. Nunca me ayudaron. Me descubrieron cáncer en el pecho derecho, pero como fue tan agresivo, me quedé sin los dos. Las quimios las pasé todavía con mi marido para no darle el golpe tan fuerte a mis dos hijos. Permanecí casada todavía un año, pero en cuanto terminé la quimio 16, salí de mi casa y mis padres me dijeron: ‘Estas deshaciendo a tu familia’, porque la tradición dicta que el valor principal es la familia y el sustento es el marido, aunque yo he trabajado toda mi vida.
Mis padres no me apoyaron por tradicionalistas, pero mis amigas sí, en un colectivo en el que empezamos siendo tres y ahora somos 100 mujeres.
Habla la joven María Luna Flores: “Pertenezco a la Ibero, donde el nivel socioeconómico es alto. Mi familia paga 15 mil pesos mensuales de colegiatura. Ahora gritamos lo que antes callábamos y lo hacemos a raíz de esta sororidad entre mujeres y esta confianza que nos tenemos quienes nos reconfortamos y nos atrevemos a denunciar: por eso sólo hasta ahora las cifras empiezan a salir.
“Tuve la suerte de nacer en una familia feminista, pero muchísimas otras mujeres se hicieron feministas por sus circunstancias y aprendieron a defenderse. En la Ibero, contando posgrado, somos alrededor de 11 mil alumnos; la mitad son mujeres, 6 mil, más o menos. Vivo en Polanco y todos los días voy a Santa Fe. Salí del Liceo Franco Mexicano hace tres años, en 2017, y ahí pululaba el micromachismo y los chistes a costa de la mujer que a los 14 años no entiendes y escuchas de tu amigo a quien quieres. Y te ríes. En México las groserías son todas machistas y las mujeres las repetimos hasta que nos damos cuenta de lo que decimos.
“La Ibero siempre ha destacado en sus protestas –continúa María Luna Flores. Los estudiantes obligaron a Peña Nieto a encerrarse en el baño, protestaron por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, y ahora la UMA, Unión de Mujeres Activistas, organizó varios contingentes que marcharon el 8 de marzo.
“En la época de mi feminismo –dice Laura Ponte– se hizo mucho por la mujer: leyes, institutos, centros de justicia, pero nuestro gran error fue no trabajar con el hombre, porque el marido, el novio, el padre, el abuelo, el amigo siguen sin darse cuenta de que violentan a la mujer en actos y palabras. Según él, burlarse de la mujer y de su sexualidad es normal. Televisa y TvAzteca propagan el machismo, como también lo hace el teatro. A mis estudiantes les advierto: ‘Lo que tú me dices es violento’, y se sorprenden, porque esa no fue su intención. Ricardo Ruiz Carbonell, quien trabaja con hombres, sabe que muchos se creen obligados a demostrar su machismo. Algunos de mis amigos ya mayores me aclararon: ‘No sabes el descanso que sentí cuando supe que no tenía que golpear a mi mujer; lo hice porque mi papá le pegaba a mi mamá. Ahora no golpeo a nadie para demostrar que soy hombre’. Por eso digo que nos falta trabajar con el hombre…”
–¿Qué diferencia hay entre tú, María Luna, y las feministas del pasado?
–Tiene razón Laura, el machismo afecta tanto a mujeres como a hombres. A los hombres, porque los violenta y a nosotras porque nos sometemos. Al decirle a un hombre: No llores, tienes que ser macho
, ejerces presión y lo haces sufrir.
Laura Ponte insiste: “Creo que es muy importante tener una voz en las instituciones gubernamentales y lograr que nos escuchen. En la marcha del domingo escogimos la violencia para hacernos visibles. Logramos salir en toda la prensa y estar en boca de todos. La crítica: ‘¡Ay, qué mal, las feministas pintaron el Ángel, vandalizaron el Hemiciclo a Juárez, tiraron vallas!’ es consecuencia del ninguneo. Al menos ahora, pueblo y gobierno reconocen feminicidios y maltratos. Antes, el silencio era impermeable. Atacar fue la única manera de reflejar nuestro enojo y gritar: ‘¡Están matando a todas las mujeres!’”