En el marco de las movilizaciones mundiales por el Día Internacional de la Mujer, en México se vivieron dos jornadas históricas que pusieron en el centro del debate nacional las múltiples violencias de género, la impunidad alrededor de ellas, la ceguera institucional para reconocerlas y hacerles frente y, por lo mismo, el hartazgo e indignación en todas sus expresiones de quienes representan a más de la mitad de la población mexicana.
No es la primera vez que las mujeres indígenas hacen suya esta fecha y se manifiestan desde sus territorios, pero en esta ocasión, como para todas, algo nuevo se movió. En la Ciudad de México se abrieron paso las mujeres otomíes radicadas aquí, con sus reivindicaciones territoriales y sus demandas de vivienda digna y derecho al agua, pero también gritando la consigna más importante de la movilización: “Ni una más”, en referencia a los más de 10 feminicidios que se cometen todos los días en este país, de los cuales el 90 por ciento se mantienen en la impunidad. Es decir, “nos matan porque pueden y porque no pasa nada”, como se dijo en la kilométrica marcha.
Si el feminicidio en general es invisibilizado en todo el país, el que ocurre en los territorios indígenas es doblemente oculto. Las indígenas no viven aisladas ni es otra su realidad, sólo que sus muertes ocupan aún menos espacio que el resto en las instancias de justicia y en los medios de comunicación. Está, por ejemplo, el caso de Paty, tseltal de 12 años que en agosto de 2019 fue violada y asesinada en un paraje entre San Martín y la comunidad de Nachij, en Chiapas, y no contó con ninguna cobertura.
Y está también la excepción que representan las comunidades zapatistas, donde las indígenas de origen tsotsil, tseltal, chol, zoque, mam y tojolabal han conseguido que no se registren asesinatos de mujeres en sus territorios, lo que no impidió que miles de ellas se movilizaran en los 12 Caracoles o regiones autónomas con el grito de “Muera el gobierno machista”.
Nuevamente fueron ellas, las zapatistas, las que registraron y difundieron sus madrugadoras movilizaciones con las que se sumaron al Paro Nacional de Mujeres. Aquí, como en la capital del país, también estuvieron encapuchadas y así, con el rostro cubierto, nombraron a Berta Cáceres, lenka de Honduras, y a Miroslava Breach, periodista de Chihuahua, entre otras mujeres asesinadas. No faltaron las vivas a la Comandanta Ramona, emblema de su Ley Revolucionaria de Mujeres fallecida en enero de 2006.
Otro de los estados con mayor presencia de pueblos indígenas es Guerrero, donde se organizó el Tercer Tribunal de Consciencia de las Mujeres para evidenciar las violencias que se viven en la Montaña y Costa Chica. En este ejercicio se presentaron siete casos de violencia feminicida y obstétrica, así como desaparición y muerte materna.
“En la Montaña de Guerrero las mujeres sufren en sus comunidades por la violencia patriarcal ejercida por sus parejas y las autoridades comunitarias. Desde su niñez han tenido que soportar el dolor y la opresión de sus padres. Pero, también, sufren la violencia sistemática de las instituciones que no las escuchan, no las ven, y hacen caso omiso de su reclamo de justicia”, señaló en un comunicado el Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”.
Una de las violencias más graves que las indígenas pusieron en la mesa fue la que trae el despojo territorial. En el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, mujeres de la zona norte bloquearon la carretera que conecta con Veracruz para mostrar su rechazo al Corredor Transístmico. Mixes, zapotecas, barreñas y mixtecas exigieron también salud, seguridad, proyectos productivos, justicia y educación.
Por su parte, el Movimiento en Defensa de la Tierra, el Territorio y por la Participación y el Reconocimiento de las Mujeres en la Toma de Decisiones, se reunió en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y se pronunció por construir estrategias contra la violencia feminicida, pues, denunció, “persiste la violencia hacia nosotras, mujeres indígenas, campesinas y mestizas, a través de los golpes, los gritos, amenazas, violaciones sexuales, asesinatos, encarcelamientos injustos, desalojos forzosos, tortura física y sexual, empobrecimiento, militarización y paramilitarización de nuestros pueblos y comunidades”.
Las mujeres reunidas en el valle de Jovel añadieron: “no se toma en cuenta nuestra palabra, la mayoría de nosotras no tiene derecho a la tierra y de estas dos últimas cosas se aprovecha el mal gobierno morenista, así como lo han hecho los anteriores con sus consultas simuladas para imponer sus megaproyectos”.
La violencia obstétrica que padecen las mujeres, sobre todo las indígenas que son criminalizadas por parir con parteras, y sus trompas son ligadas sin su consentimiento, fue denunciada por el movimiento de parteras Nich Ixim. El reconocimiento y respeto a los derechos de la partería tradicional para trabajar libremente y sin condicionamientos, y que se respete y se garantice el derecho de las mujeres mexicanas y migrantes a ser atendidas de acuerdo a sus creencias, costumbres, eligiendo dónde y con quién atenderse, son parte de sus demandas.
La red de mujeres zoques Construyendo Esperanza, señaló por su parte que los proyectos de desarrollo de minería, hidrocarburos y agroindustrias, “están matando a nuestra madre tierra, y con sus vicios y perversiones están matando a las mujeres”.
“Han mercantilizado las tierras, el agua, la comida, las medicinas, el cuerpo de las niñas y mujeres. Hoy incluso se pueden comprar; tan grande es su ambición que también ponen como mercancía nuestro trabajo, atentando con nuestra dignidad. Cada día quieren normalizar la violencia y ultraje a nuestros cuerpos, diciendo que somos nosotras las culpables de los abusos, de las violaciones y de nuestra propia muerte, incitando más violencia contra nosotras”, señalaron en un Manifiesto de Mujeres Zoques.
Existe un debate sobre si las mujeres indígenas son o no feministas o si deberían o no considerarse parte de este movimiento. Ni siquiera debería existir esta discusión, pues eso nolo decide nadie más que ellas, sus formas de lucha, sus tiempos y denominaciones. De lo que no hay duda es de que son parte fundamental de una revuelta mundial, y que de ellas vienen aportes fundamentales sobre el territorio, el cuerpo, la justicia, la autodefensa y la autonomía. Sin ellas, nada.
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