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Estruendo y silencio / Nadine Gasman*

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Manifestación del día de la mujer en la Ciudad de México, el pasado 8 de marzo de 2020. Foto Marco Peláez
10 de marzo de 2020 08:32
Entre dilemas y paradojas nos encontramos muchas mujeres en este país. El dilema de qué hacer, la paradoja de haber salido a hacernos visibles y ruidosas el domingo, y querer desaparecer del espacio público y hacernos pequeñas en el doméstico, al día siguiente. El 8M salieron miles de mujeres de muy diverso origen y condición, en todo el país, a mostrarse y a mostrar su fuerza. Hacerse ver y hacer ver que son la mitad del país y que exigen, ya y sin más dilación, la totalidad de los derechos, entre ellos, el derecho humano e inalienable, de vivir en paz y con seguridad. El 9M nos permitió, al contrario, la posibilidad de mostrar la fuerza y el poder en la ausencia. Las calles vacías, las aulas, el transporte, las empresas, las oficinas. Estruendo y silencio, dos caras de la misma lucha.

El desafío hoy, 10M, es trabajar para construir un sujeto político, feminista y colectivo, diverso y plural, que siente las bases de esa transformación que de alguna manera se resume en el fin del patriarcado, con las implicaciones que tendría en el modelo económico precario de esta fase tardía del capitalismo que estamos viviendo. Sin embargo, por mucha fuerza que hayamos visto en las calles (por presencia o ausencia), este sujeto político no puede construirse ni sostenerse y mucho menos consolidarse como tal, si no encuentra anclajes en el pasado, en la historia del movimiento feminista en México, en los nombres de las mujeres que hicieron historia para el avance de los derechos, en reivindicaciones reditadas, actualizadas, porque los tiempos han cambiado y las jóvenes de hoy no son las mismas de ayer, aunque vivan casi los mismos problemas, todo ello al mismo tiempo, pero con raíces más profundas que la suma de cientos de miles de reclamos individuales. Nunca podremos llegar a ser, si no entendemos quiénes hemos sido. Porque en los movimientos sociales, y el feminismo no es excepción, la suma de las exigencias individuales no da, por sí sola, un sujeto colectivo. Un gran movimiento social es el resultado de un trabajo político colectivo sobre una agenda común. Aunque nos haya quedado claro, como decía Victor Hugo, que nadie puede detener una idea a la que le ha llegado su tiempo. Y esa es la idea de la igualdad y los derechos.

La principal característica de estas dos enormes movilizaciones no es sólo la ampliación del movimiento (tocan a una, nos tocan a todas), sino el cuestionamiento de la estructura patriarcal: ahora que somos muchas, ahora que sí nos ven, ahora que nos escuchan, se va a caer, se va a caer. Las mujeres en las calles cuestionan el orden patriarcal: la lógica de la subordinación, abuso del poder e interiorización masculina del ejercicio cotidiano de la domina­ción de los cuerpos, de las palabras, de los ­espacios y de los símbolos de la cultura.

Sin embargo, la suma de protestas individuales no hará un movimiento social y difícilmente podrá cambiar o transformar la cultura. Estamos tratando de entender el fenómeno, pero lo que necesitamos urgentemente es crear entre todas una agenda común que ponga a todas las fuerzas a trabajar juntas y a escucharnos, a dialogar para acabar con el modelo patriarcal, para transformar el sistema de explotación en el uso del tiempo, la división sexual del trabajo, los mandatos de la feminidad y de la masculinidad, los privilegios materiales y subjetivos, y principalmente, para construir esa sociedad bienestar, de paz y seguridad, que millones de mujeres y niñas están esperando.

¿Seremos capaces de superar los reclamos o reivindicaciones particulares para trascender a lo colectivo, a lo social? Para ello tenemos que dialogar, abrir espacios de debate que den cauce a la diversidad, a los dolores, a las frustraciones, a las heridas que ha causado tanta impunidad de los violentos. Si no logramos ese diálogo, si no abrimos estos debates públicos, si no logramos mantener ardiendo una fogata cuyos leños son el sistema patriarcal y el modelo capitalista, si no se incluye a las mujeres pobres de este país, a las indígenas, a las afro, a las que sufren la suma de varias condiciones que multiplican su vulnerabilidad, si no se habilita esta comunicación intergeneracional con aquellas feministas que estuvieron antes moviendo casi las mismas agendas aunque con otras estrategias, si no se logra unir otras luchas, grandes luchas, el movimiento no pasará de haber sido una catarsis colectiva gigantesca, pero catarsis al fin, y su potencial aglutinador, persistente en el tiempo, y derribador de las estructuras patriarcales, se irán desdibujando.

Mientras construimos este diálogo, mientras encontramos la palabra clave para encontrarnos todas, nosotras, desde este gobierno, seguiremos trabajando cada día para acabar con las desigualdades, para proteger y mejorar la vida de las mujeres y niñas del país, desde todos los frentes para restituir derechos, mejorar el acceso a la justicia, compensar el abandono de los cuidados, capacitar y sensibilizar a funcionarios y funcionarias públicas para que puedan ver las desigualdades y la importancia de trabajar y comprometerse en esa transformación; seguiremos luchando para que los presupuestos del Estado consideren siempre a las mujeres y niñas; para cambiar mentalidades y derribar estereotipos.

Estamos en movimiento, las es­cuchamos ayer y lo seguiremos haciendo. Porque nuestro trabajo es cambiar esta realidad de discriminación y brechas para crear una sociedad de bienestar para todos y todas, en la que no dejemos a ninguna mujer fuera ni atrás. Porque por mucho que parezca que avanzamos, no habrá paz ni desarrollo para México si no ponemos, de una vez y para siempre, a las mujeres y niñas en el centro de la transformación.

*Presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres

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