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"A una mujer quemada sólo le queda ser fuerte": saxofonista

24 de febrero de 2020 22:26

El saxofón de María Elena Ríos Ortiz quedó solitario y silencioso en un cuarto en Huajuapan, Oaxaca, con su estuche corroído por el ácido sulfúrico. Su dueña vive refugiada en otro lugar, dañada del cuerpo y del alma, como ella dice, buscando estar lejos del alcance del agresor que pagó 30 mil pesos a dos hombres, empleados suyos, para que vaciaran dos litros del químico más corrosivo en el rostro, los brazos y el pecho de esta joven.

Aquí puedes escuchar el audio de la versión amplia de la entrevista:

Male cumplió 27 años el 18 de febrero. Habla en entrevista por primera vez y transita por la historia de este sádico crimen de odio feminicida, a ratos bañada en lágrimas y por momentos con una determinación asombrosa. En ningún momento pierde la perspectiva del contexto. En cinco meses, desde que me pasó esto, 20 mujeres han sido asesinadas cada día. Esto que vivimos las mujeres ahora en México no es normal, es un retroceso de la humanidad, una falla en la evolución.

Recuerda que cada vez que ella planteaba el fin de la relación abusiva que tenía con Vera Carrizal (un hombre casado de 56 años, con hijos adultos, ex diputado del PRI, dueño de 16 gasolineras en Oaxaca y propietario de una radioemisora y varios portales de noticias en Huajuapan) él reviraba: Si eso es lo que quieres, no mereces vivir.

Ella no advirtió que él la estaba sentenciando: Y eso es lo que intentó, darme una muerte lenta vaciándome ácido. Pero para su mala suerte estoy viva, con mucho dolor, con mucha tristeza pero cada día más fuerte. Porque no queda de otra. Y lo estoy logrando gracias a mis padres, a mi hermana Silvia, que se convirtió en una activista para defenderme, y a tantas voces de mujeres que se han alzado por mí, que sé que son mis amigas aunque no conozca sus nombres ni sus caras.

La chiquita del saxofón

María Elena Ríos Ortiz, orgullosamente oaxaqueña, decide hablar, después de cinco meses de silencio. Ella determina los ángulos para que el fotógrafo y la camarógrafa de La Jornada hagan sus tomas y se arranca de un hilo con su narración, estrujando un clínex hasta dejarlo hecho migajas. A ratos se quiebra. Y junta sus pedazos para continuar.

Crecí en un pueblo muy bonito que se llama Santo Domingo Tonalá, cerca de un jardín de sabinos, jugando con el agua del manantial, cerca de la casa del general Lázaro Cárdenas, bañándome en el río Boquerón, comiendo el pan de mi tía Cristo. Desde muy pequeña mis papás me metieron a la orquesta del pueblo. Siempre quise tocar el saxofón, pero como era la más chiquita de la banda el maestro no me dejaba, decía que no lo iba a aguantar. Insistí tanto que al final me lo dio. Empecé a tocarlo alrededor de los ocho años. Estudiábamos en el bosque. Cada niño tenía su propio árbol. Así es como empecé a tener una identidad.

A los 18 años se fue a Puebla para estudiar ciencias de la comunicación en la BUAP. Ahí conoció a una muchacha que tocaba el violín y le habló del conservatorio de música del estado. Male acudió de inmediato a hacer exámenes. Cursó tres años del nivel técnico.

Ya con una licenciatura regresó a Huajuapan con la idea de buscar dónde tocar lo que a ella más le gusta, la música de banda oaxaqueña. Y por necesidad respondió a una solicitud de empleo para manejar la comunicación social de un diputado priísta. Pero nunca dejé la idea de que yo quería dedicarme a la música. El plan era venirme a México para seguir mi carrera musical.

–¿Cómo se cruzó en tu vida este agresor?

–Cuando regresé a Huajuapan salió la oportunidad de trabajar con Juan Vera en lo que yo había estudiado, comunicación. Posteriormente se dio una relación con él. Hay personas que se atreven a criticarme y dicen que si me trataba mal por qué no lo dejaba. Pero una persona violenta como él es capaz de envolverla a una en un círculo de miedo. Yo estaba aterrada, entonces le hablaba bonito para que no me agrediera, para tenerlo contento, porque si no, me golpeaba, me empujaba.

“Destruyó mi autoestima: me decía que era fea, burra, zorra, puta. Y llegué a creerlo. Sobre todo me agredía mucho con las cosas que a mí me gustaban. Decía que los músicos somos unos muertos de hambre y que la cultura no sirve para nada. Cuando yo lo que creo es que lo mejor de la vida es la música.

“Una vez me mandó llamar fuera del país. Ahí me di cuenta de que tenía relaciones con otras chicas más jóvenes que yo. Me agredió y en defensa yo le clavé las uñas. Entonces me amenazó con mandarme a la policía. Pude huir y regresar a México.

Cuando le dije que iba a romper con él, me dijo que eso lo iba pagar con Dios. Lo que nunca me imaginé fue que él se creía ese dios, con el derecho y el poder de destruir mi vida. Y sí, me la destruyó. No sólo a mí sino a mis padres y a mis tres hermanos. Y me destruyó justamente cuando decidí ser valiente, cuando empecé a creer en mí.

Todo duele

Detrás de la piel adolorida de Male, por encima de la depresión que ciertas mañanas la amarra a la cama y la enmudece, siempre aflora su solidaridad con las otras mujeres. “Todo duele. Y más duele cuando miro alrededor y veo que no soy la única, que hay muchas mujeres a las que matan por el solo hecho de ser mujeres. Yo no sé en qué punto se perdió el sentido común de la humanidad, en qué momento se empezó a creer que las mujeres valemos menos. Él siempre me lo decía: la mujer se hizo para estar en su casa, hacerle la comida a su hombre, cargar al niño con su rebozo. Yo no crecí con esa idea, pero fue tanto mi miedo que llegué a creer que sí, que yo valía menos.

“Hasta me siento avergonzada de ver a mis amigos y no sé por qué, si yo no tengo ninguna culpa. Simplemente cometí un error, el de pensar que este hombre no era tan malo. En eso me equivoqué. Pero ni siquiera por eso merecía que me rociaran así con ácido sulfúrico.

Por más vueltas que le doy no logro entender este tipo de repudio hacia las mujeres.

–Es una pregunta que nos hacemos muchas cuando vemos estas conductas inhumanas.

–Y tampoco entiendo por qué ahora yo y mis padres tenemos que estar refugiados. No debería ser así, las autoridades deberían hacer algo para que nosotros nos podamos sentir seguros. A la víctima no le corresponde dejar su casa. No fui yo la que cometió un delito. Esa desprotección en la que nos dejan es lo que nos hace sentir que nosotras tenemos la culpa de lo que nos pasó, que nosotros lo provocamos.

Violencia hospitalaria

–¿Quieres hablar de tu experiencia en el Hospital General de Oaxaca, donde estuviste internada tres meses?

–Estaba en una sala con otras mujeres muy enfermas. Y ellas casi siempre estaban solas. No debía estar expuesta así. Se me cayó la piel de la cara y el cuello, toda la piel del brazo derecho, las manos, el pecho, las rodillas. Varias de las cirugías que me hicieron ahí no sirvieron, los injertos se caían. Y eso pasa cuando hay bacterias.

Para empezar, ese hospital ni siquiera tiene la especialización de quemados, no tiene salas estériles, ni siquiera los baños están limpios. Mi mamá tenía que lavar con desin­fectante todo el baño para que yo pudiera entrar.

La abogada defensora de María Elena, Ana Katiria Suárez, presente en la entrevista, explica que ante la falta de recursos específicos para un caso como el de esta víctima, la Secretaría de Salud de Oaxaca, que encabeza Donato Casas, estaba obligada por ley a pedir apoyo a los institutos nacionales. No lo hizo hasta que la hermana de María Elena, Silvia Ríos, denunció públicamente e insistió. Fue hacia el cuarto mes que fue trasladada, después de firmar un convenio con las autoridades estatales en el que éstas se comprometen a proporcionar los insumos necesarios para el cuidado de la víctima, pero también obliga a la víctima a abstenerse de cualquier denuncia por negligencia u omisiones en contra de las autoridades hospitalarias.

Eso ocurrió el 9 de septiembre del año pasado. Han transcurrido cinco meses y en muchos momentos, en este tiempo, María Elena ha deseado haber muerto, porque no quiero, no acepto estar en este cuerpo doliente. Pero en otros momentos admite: Cuando una mujer quemada queda viva, no nos queda otra que ser fuertes. Y para mala suerte de Juan Antonio Vera Carrizal, mi agresor, yo quedé viva.
Ya a punto de ser trasladada, María Elena recibió la visita de un cirujano que no era quien la atendía: “‘Doctor Salvador Aguilar’. Me gritó enfrente de las demás personas. Insistió en que me tenía que tomar fotografías de mi brazo quemado. Yo y mis papás hemos tenido mucho cuidado con eso, queremos proteger también mi cara y mi cuerpo, porque a mí me da pena así como está. Pero este doctor no tuvo consideración. Después me enteré de que él es el cirujano particular de mi agresor, porque he sabido que Vera se ha hecho varias cirugías plásticas para estirarse la piel y modificar su nariz. Entonces yo concluyo que le pasaba información al hombre que ordenó mi agresión, lo cual me pone en una doble desventaja, como víctima y como una persona expuesta todavía a sus acciones.”

El 14 de diciembre la joven fue finalmente trasladada en una ambulancia aérea al Instituto Nacional de Rehabilitación, al área de quemados. “Fue cuando realmente empezó mi tratamiento. Me hicieron varias tomas de piel de mis piernas para hacer nuevamente los injertos en los brazos y en el párpado. Así salvé el ojo. Llevo seis cirugías y faltan muchas más. Ahora estoy tomando casi todos los días rehabilitación, que es muy dolorosa. Y sé que aunque pasen muchos años mi recuperación nunca va a ser total. 

El espejo

Cuenta que una sola vez se ha visto en el espejo, “y con eso tuve suficiente, no tengo ganas de volverme a ver nunca, no me reconozco. Ésta no soy yo.

“Durante los primeros días en el hospital, cuando no me podía mover para nada, me preguntaba: ‘¿Cómo voy a poder dirigir así una orquesta?’ Truncaron mi vida, mis sueños. Son tantas las cosas que me dan vueltas en la cabeza. He llegado a pensar que la música fue mi maldición. Si yo no hubiera rezongado, como decía, si hubiera seguido con él, no me hubiera pasado esto. ¿Esto me pasó por ser valiente?”

Según la estadística que María Elena conoció, ella es la cuarta mujer quemada con ácido que denuncia en México y la primera en Oaxaca. Pero yo ya no sé si es cierto. ¿Cuántos casos no se denuncian? Muchas no se atreven porque la sociedad las critica, como lo han hecho conmigo.

–¿Criticarte a ti?

–En redes sociales de su entorno, en los medios locales. Dicen que yo me lo busqué. Yo pienso que ningún criminal en el mundo, ni siquiera él, merece que le hagan esto. Pero eso no quiere decir que no se haga justicia.

La forma en que me trataron las autoridades me hizo sentir como si yo no tuviera derechos, como que tendría que estar muy agradecida porque me están haciendo un favor enorme. Hasta ahora estoy entendiendo que no es así.

Ese lunes

–¿Quieres hablar sobre cómo fue ese día?

–Fíjate que una semana antes, al salir de la casa me encontré en la banqueta una cubeta llena de gusanos. Tuve la intuición de que fue él, que quería asustarme. Él hacía ese tipo de cosas.

“Había abierto una agencia de viajes en mi casa, vendía boletos de avión, ayudaba a la gente a tramitar sus pasaportes, pero justo esa semana fui a un curso de dirección deorquestas sinfónicas en la ciudad de Oaxaca. Al finalizar el curso, el sábado, alguien me llama y me pregunta que cuándo voy a abrir el negocio porque necesitan un pasaporte. Les di cita para el lunes a las 10 de la mañana.

“Ese día, cuando desperté, no sé si como un presentimiento, miré mis piernas y mis brazos y agradecí mucho a Dios por estar viva. Me fui muy contenta a trabajar. Cuando tocaron la puerta abrí y vi a un señor con ropa muy humilde, de huaraches, y llevaba un recipiente. Hasta pensé: ‘Pobrecito, ha de llevar su almuerzo’. Lo hice pasar y le ofrecí asiento. Me dijo que el pasaporte era para su mamá. Me di vuelta al escritorio y me senté para explicarle lo que se tiene que hacer cuando se pierde un pasaporte. Él se paró y de alguna manera limitó el movimiento de mis piernas y empezó a vaciarme el ácido en la cara.

“Empecé a sentir el ardor. Vi cómo se caían los pedazos de mi piel. Grité y corrí hacia el interior de la casa. Mi mamá salió y lo primero que hizo fue abrazarme, por eso ella también se quemó el pecho, los brazos y su abdomen. Cuando ella salió corriendo el hombre ya se había ido. En ese momento no había agua en la casa. Una vecina me dio una cubeta llena de agua y me la eché a la cara. Mis brazos ya estaban abiertos. Llamaron a una ambulancia.

“Mientras me subían a la ambulancia yo le llamé. Le dije: ‘Vinieron y me rociaron con ácido, Juan, fuiste tú’. Y él todavía se rio.” 

La justicia

–¿Qué significa ahora la justicia para ti?

–Para mí, la única justicia sería que lo arresten de manera inmediata. Pero las autoridades me han hecho sentir muy vulnerable y sin fe. Han hecho sentir como un carpetazo más, como una quemada más. Los autores materiales ya están presos, Ruvicel, un albañil que fue el que me vació el ácido, y su papá, Ponciano, que vigiló la puerta. Cobardemente, Juan Vera y su hijo Antonio mandaron a otros a realizar lo que ellos quisieron hacer conmigo.

“No me hago muchas ilusiones con la procuración de justicia. Ahora sé que, como mujer rociada con ácido, como mujer que ha sufrido violencia, estoy olvidada. Como todas las demás. Veo por ejemplo lo que pasó con Ingrid Escamilla y me doy cuenta de que la sociedad no tiene simpatía real. Un ejemplo de esto es cómo alguna gente llama feminazis a las feministas.

Al principio, en el expediente de mi caso lo calificaron como lesiones, cuando en realidad se trató de una tentativa de homicidio. Pero hay muchos otros casos de chicas agredidas gravemente, con secuelas para toda la vida, y que quedaron simplemente calificadas como lesiones.

–Llama la atención cómo, a pesar de tu situación tan difícil, nunca dejas de hablar de las otras, de otros casos de mujeres agredidas.

–Esa conciencia no la tengo de ahora, la tuve siempre. Yo antes me pronunciaba mucho en contra del acoso callejero, porque no es normal. También siempre me pronuncié en contra de las expresiones que denigran a los indígenas o a la población negra. Ya antes de por sí tenía esa empatía, ahora mucho más.

–Eres muy fuerte.

–A veces. Pero las autoridades creen que porque estoy viva ya todo está bien. ¿Entonces tenía que morir para que me hagan justicia? No tienen idea de lo que es tratar de reconstruirte, recoger cada pedazo de tu cuerpo todos los días y saber que ni siquiera así vas a recuperar lo que tenías antes.

“Este es un proceso que va durar muchos años y consta de muchas cosas, de cirugías, de terapias. No sé qué hubiera hecho sin el apoyo de mis padres y mi hermana.

“Y justo cuando sentía que iba avanzando, la semana pasada él vuelve a agredir, ahora divulgando en los portales de noticias de Oaxaca –que lo encubren y defienden– comunicaciones mías, cosas muy privadas. No sé qué espera la fiscalía para geolocalizar desde dónde está haciendo esas filtraciones.”

–¿Tienes algún mensaje para el gobierno?

–Que se están viendo muy lentos. Necesitamos que se nos escuche, no nada más que nos oiga. Que nos miren. Necesitamos que los organismos de derechos humanos se involucren más, más fuerte. Que los organismos internacionales también volteen a vernos, porque el gobierno sólo va a actuar bajo presión.

–¿Dónde quedó tu saxofón?

–En Oaxaca. (Vuelven a correr las lágrimas.) Antes de venir lo quise abrir pero no pude, su estuche quedó todo salpicado y dañado por el ácido. Pero ahora escucho mucha música. De momento, Chopin. Me da mucha paz.

“En cuanto a volver a tocar… el tema es complejo, porque no por el hecho de que pueda hablar quiere decir que voy a poder volver a tocar. No sé si voy a tener la misma embocadura, si con estas cicatrices mi boca va a poder abrazar y amoldarse a la boquilla. Me pregunto si valió la pena estudiar tanto, cuando ahora ni siquiera tengo ganas de tocar mi saxofón.”

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