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Ermilo Abreu Gómez o la generosidad intelectual / La Semanal

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23 de febrero de 2020 10:53

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La exploración literaria y la docencia

Prolífico y generoso escritor, viajero perseverante y conferencista excepcional, Ermilo Abreu Gómez (Mérida, Yucatán, 1894-Ciudad de México, 1971) se formó como maestro de educación básica en la Escuela Normal Superior y como tal ejerció algunos años, hasta que se dedicó a la literatura dramática. Escribió La montaña (estrenada en Mérida, 1918), El cacique (estrenada en México, 1925) y Juego de escarnio (1943). También publicó las novelas y relatos La Xtabay (1919), El corcovado (1924), Juan Pirulero (1939), Canek (1940), Héroes mayas (1942), Quetzalcóatl. Sueño y vigilia (1947) y Naufragio de indios (1951), entre otras piezas.

Como investigador, crítico y ensayista destacan Sor Juana Inés de la Cruz, bibliografía y biblioteca (1934) –experto en el tema, sobre sor Juana Inés de la Cruz adquirió autoridad reconocida por críticos de la categoría de Alfonso Reyes, Carlos Vossler, Pedro Salinas y otros–, Clásicos, románticos y modernos (1934) y Sala de retratos (1946), libros a los que se suman antologías preparadas por él para usos pedagógicos.

Abreu Gómez se hizo cargo de la dirección de Letras de México cuando Octavio g. Barreda la dejó, y prosiguió su práctica de colaborador en revistas y periódicos. En 1947 Abreu Gómez se trasladó a Estados Unidos, dirigió la División de Filosofía de la Unión Panamericana y, como delegado, viajó por varios países de Centro y Sudamérica; fue docente en Washington, Illinois y Vermont. Regresó a México en 1960 y se incorporó a la Universidad Nacional Autónoma de México y a la Escuela Normal Superior. Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua en 1963 y obtuvo el Premio Elías Sourasky en 1971. Estos son sólo algunos rasgos del escritor yucateco.

Literatura folclórica y teatro regional

El investigador Jesús Zavala recuerda que Ermilo Abreu Gómez hizo los primeros estudios bajo la tutela de su tía abuela, Julia Gómez Castillo. Pasó al Colegio de San Ildefonso de su ciudad natal. Residió luego en la ciudad de Puebla. En el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, primero, y después en el Colegio del Estado, terminó sus estudios preparatorios.

Esto sucedía por 1913. Regresó a Mérida y trabajó en la Revista de Mérida, donde publicó sus primeros trabajos literarios, fundamentalmente cuentos. Al lado de Juan von Hauke, Alejandro Cervera Andrade, Enrique Hubbe, José Talavera y otros –entre 1915 y 1919– formó parte del movimiento creador del teatro regional, “cuyas consecuencias y huellas aún perduran en la literatura folclórica de la región.”

Sala de retratos: sombras y claros

Adolfo Castañón recuerda que el género del “retrato literario” fue practicado en el siglo xix por Charles Lamb en Inglaterra, en Francia por Saint Beuve y luego, en España, por Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa y, en nuestro ámbito, por Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, José de la Colina y Ermilo Abreu Gómez. Al inicio de Sala de retratos. Intelectuales y artistas de mi época (Bonilla Artigas Editores, 2019; edición y prólogo de Adolfo Castañón, ilustraciones de Elvira Gascón y de Juan Luis Bonilla), Abreu Gómez confiesa
la imposibilidad de abandonar un tipo de escritura del yo: “Un poco de mi vida y otro poco de la vida de los demás, va entre las sombras y los claros de esta Sala.”

El “arsenal de la imaginación”, “el gusto en movimiento” y “la palabra que se desdobla en juego, placer, aventura y conocimiento” caracterizan, según Adolfo Castañón, la Sala de retratos de Ermilo Abreu Gómez, “obra excepcional donde el dibujo de la letra y el trazo de la escritura cosechan una galería de personajes misceláneos de las letras, la pintura, la historia, el periodismo en nuestro país en las primeras décadas del siglo xx. Sala de retratos es un álbum y un museo, una guía por la ciudad de ciudades que es la de la cultura mexicana contemporánea”.

Noble de ánimo, Ermilo Abreu Gómez esgrimió sus argumentos siempre ajenos al egoísmo o a la respuesta a una agenda secreta. Fue generoso y crítico. Su mirada le permitió dilucidar quiénes, con el tiempo, cobrarían relieve, en tanto que otros se esfumarían. El comportamiento de la prensa cultural fue recíproco en algunos casos. Castañón recuerda algunos elogios. Carmen de la Fuente aseveró: “Uno de los legados más ricos que nos dejara Ermilo Abreu Gómez, dentro de su copiosa obra literaria, es su Sala de retratos; ahí han quedado fijados, con rasgos vivos y ternura, muchos de los artistas y hombres de letras
que, aunque nacidos en diferentes décadas, vinieron a ser contemporáneos en el lapso de cincuenta años.”

Sobre Abreu Gómez Manuel González Calzada, contertulio de Ermilo en el Café París, escribió: “es didáctico si habla, didáctico si escribe. Su prosa es prosa de maestro, igual que su plática es plática de conferencista. Un artículo de Ermilo enseña con la misma sencillez que enseña una de sus conferencias; ameno e interesante cuando habla, no lo es menos cuando escribe. De ahí que su Sala de retratos sea una sala de enseñanza, donde la Historia y la Literatura mexicanas de lo porvenir tendrán mucho para que aprendan sus generaciones.”

El crítico chileno Ricardo Latcham congratuló el volumen: “su libro Sala de retratos (1946) constituye un conjunto de apuntes y descripciones de gran precisión que, a veces, capta los rasgos de las personas que enfoca con fino humor y aguda destreza.”

Sala de retratos tuvo una recepción escasa, dice Castañón. “Tal vez esto se debe a que las opiniones expresadas en los retratos acerca de las obras y las personas, incluidas o mencionadas en el libro, acaso no fueron del completo agrado de los agonistas y protagonistas mencionados en el libro (por ejemplo, Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, entre otros). En 1946 Paz sólo había publicado un par de libros de poemas. Libertad bajo palabra y El laberinto de la soledad fueron publicados después de esta fecha.”

Entre la admiración y el afecto

Abreu Gómez fue un individuo y un escritor querido y admirado por sus contemporáneos. Efrén Núñez Mata escribió: “En Sala de retratos pinta, con mano maestra, a intelectuales de la época presente y que cruzaban por la vía mexicana, a veces olvidados o discriminados: porque en México hay que tener suerte para figurar en una antología de próceres o de buenos. Abreu Gómez dio los rasgos esenciales al libro.”

En Sala de retratos aparecen seis mujeres y 105 hombres pertenecientes a diversas nacionalidades: mexicana, española, inglesa, cubana, guatemalteca, hondureña, uruguaya, chilena, ucraniana, venezolana y estadunidense. Dejo constancia de fragmentos de algunos retratos.

 

Luis Cardoza y Aragón. Es Luis Cardoza y Aragón un hombre que camina por el medio de las edades mortales. Está en la plenitud de la vida; con sus manos puede tocar ya, sin miedo, el cielo de la muerte, ha dejado suficiente obra para no esperar una recriminación de su conciencia. Trabajador infatigable, ha ido aprisionando, en páginas llenas de claridad y de poesía, lo que piensa y lo que siente frente al arte y frente al hombre. No es Luis Cardoza un catedrático empeñado en sistematizar sus experiencias; antes parece que se desvive por guardarlas, con la misma graciosa avaricia con que se guardan los colores de una rosa.

 

Mary Douglas. Su voz es arpa que hace vibrar
el viento. Hay en su voz el temblor necesario para velar y para revelar la intención espiritual. Las palabras salen de sus labios como impregnadas de risas que se expanden inundando de luz el recinto de la sala; o se vierten, saturadas de lágrimas, apagando el silencio que la circunda toda. [Se suicidó en su camerino del teatro Ofelia en 1973.]

 

José Gorostiza. José Gorostiza representa, acaso, al poeta lírico más cuajado, más original, que ha dado México después de la muerte de Ramón López Velarde. Tal vez se deba esto a condiciones no sólo psicológicas, sino a circunstancias sociales o de relación. José me da la impresión de que escribe sin prisa. La obra que compone la va elaborando, con lentitud de árbol, en su espíritu.

 

Ramón López Velarde. Supo evocar –con voz propia– el rincón olvidado de la patria chica, que es cuna donde se mece la patria grande. De ahí su fuerza. López Velarde instituyó esta verdad sin esfuerzo ni propósito crítico.

 

Xavier Villaurrutia. Nadie más sincero que él en la realización de su obra. Él es lo que es. No da más de lo que tiene, ni menos de lo que puede: ni finge valores ni actitudes de ninguna especie. Creo ciegamente en su lealtad artística. Sus armas son legítimas y las maneja en el estadio que le cupo en suerte.

Un enorme corazón

En una carta dirigida a su hijo, Octavio g. Barreda escribió: “Ermilo se había instalado ahí [en el Café París] definitivamente como si fuera su casa, su oficina, su cátedra. Sólo se escapaba de esa mesa por minutos, en menesteres para nosotros desconocidos, pero siempre regresaba a escribir, a dormitar, a leer, a tomar sus anchas tazas de café, y hablar, hablar, hablar. Ermilo hablaba mucho. Hablaba con todos, de todo, y por todo. Una comunicación continua, como si su mente, hartada de lecturas y meditaciones, tuviera urgente necesidad de rebosarse, de vaciarse perennemente, incontenible, al modo de una fuente brotante, de un géiser poderoso. […] A estas alturas, hijo, ya puedo concretar más una definición de mi amigo Ermilo: era un comunicativo, o sea todo un panteísta; o mejor dicho, un enorme corazón.”

Abreu Gómez y Alfonso Reyes: arte nacionalista contra universalismo

Para Castañón, Alfonso Reyes ocupa en Sala de retratos un lugar esencial, como si fuese el eje alrededor del cual gira el libro. Resulta la clave. “No tanto por su extensión como por la forma –a la par sutil e incisiva–, Abreu explaya sus simpatías y diferencias hacia el autor de Visión de Anáhuac. Estas líneas críticas acusan la percepción que el yucateco tenía no tanto de Reyes mismo como de la idea de México que éste desplegaba en sus textos. Ahora es posible leer el texto de Abreu sobre Reyes en un contexto más amplio, gracias a la cuidadosa y escrupulosa atención de Reyes, expresada en sus cartas privadas, en relación con los diversos episodios de la vida literaria. Abreu Gómez se había expresado sobre Reyes con ciertas distancias, como expresa éste en una carta a su amigo y confidente Manuel Toussaint: ‘Gracias por todo: las actividades de los amigos de ar tienen que suspenderse de momento, aunque muy bien pudieran emplearse en contrarrestar esa campaña de falsificación y calumnia (que calumnia es torcerle a uno toda la intención de su obra y su vida) que Ermilo está haciendo contra mí en El Nacional no sé por qué motivo: acababa de recibir yo una carta de él, llena de amistad y confianza, en que me narraba sus penas con la muerte de su esposa, se quejaba de que la crítica no hubiera sido benévola con sus Tablas de literatura, imploraba mi benevolencia al recibirlas y juzgarlas, y me pedía ayuda para su sor Juana y su Alarcón, cuyos manuscritos me anunciaba, cuando al día siguiente ¡cataplún! me encuentro los artículos confusos y torcidos, mal intencionados e iracundos. ¿Qué le sucede? ¿Está loco?’”

Por ello, en su Diario, Reyes se refiere en una ocasión al escritor yucateco como “el tal Ermilo Abreu”. Castañón evoca a Javier Garciadiego e Israel Urióstegui, quienes recuerdan el motivo de esa expresión: “La expresión ‘el tal Ermilo Abreu’, un tanto resentida, encierra una relación tirante y con historia entre ar y Abreu Gómez. De 1932 a 1935, ellos fueron dos de los protagonistas de la polémica periodística y personal que enfrentaba a los escritores y poetas partidarios de la creación artística nacionalista, como Abreu Gómez, contra aquellos que defendían el universalismo, el caso de ar Los posibles artículos de Abreu Gómez que menciona ar son ‘Alfonso Reyes: Idea política de Goethe’ y ‘Nacionales y falsos universales’, ambos publicados en El Nacional el 5 y el 16 de octubre de 1937.”

Ciudadanos de las letras: la correspondencia

Los documentos que me proporcionaron los guardianes de los tesoros de Reyes durante mi estancia en la Capilla Alfonsina de Ciudad de México revelan más detalles del vínculo entre ambos escritores. Hay una especie de nuevo acercamiento. En enero de 1951 Reyes constata en Cuaderno 11. Primera parte: “Abreu Gómez me escribe ahora con frecuencia, y parece un reflorecimiento amistoso que mucho me contenta.” Mucho tiempo atrás, en mayo de 1923, Abreu Gómez declaró a Reyes en una misiva: “lo quiero y admiro como a un padre”. En el mismo año Alfonso Reyes le escribe a Abreu Gómez: “usted estudia la lengua como enamorado de ella; que no es usted de los que quieren sacarlo todo de la nada; que le gusta hojear y anotar sus clásicos, ensayando de vez en vez, como Chénier, el modo de incrustar en la propia trama tal cual joya de la buena época; que hace y rehace sus párrafos, los lee y relee en voz alta, teniendo en cuenta que la literatura es un arte auditivo y que Homero, el poeta, es ciego; que sufre usted y goza con las palabras; las evoca y las pone a danzar en torno a su mente; las acaricia o las trata de domar por la fuerza; les da usted caza entre las páginas de los libros o entre los labios de los hombres, y las aprieta con ansia, a la hora de la verdad, para hacerlas soltar su alma con esa fruiciosa angustia de que somos víctimas algunos. No me parece mal –¡al contrario!– que la juventud se eduque en la escuela de los acróbatas; que intente de una vez ensayar todos los resortes de la lengua, todas las diabluras sintácticas; agote las gulas del arcaísmo y logre, en fin, cierta saciedad, cierta consunción al fuego del idioma, sin la cual no se pasa nunca de aprendiz a oficial y menos de oficial a maestro. Hay que curtirse, si fuere posible, antes de los 30.”

Reyes moriría en 1959, recuerda Castañón, y Abreu Gómez entraría a la Academia Mexicana de la Lengua cuatro años después en 1963 y fallecería en 1971. Abreu Gómez sólo entró a la Academia una vez muerto Reyes. “También se debe reconocer que la figura de Ermilo Abreu Gómez, junto con la del mismo Reyes, ha ido creciendo a lo largo del tiempo, en virtud de la honradez con la que supo asumir su vocación como ciudadano de las letras en México.”

Antes de partir de la Capilla Alfonsina leo “Tersites (Y Alarcón)” de Reyes, en el que alude a Abreu Gómez:

 

Al buen Tersites yo lo conocía...

Como nuestro Alarcón era de feo,

salvo que éste supo dar empleo

a su corcova y su melancolía,

 

y el otro no, por esa lengua impía

que le ganó el famoso zarandeo:

¡como que hizo Alarcón lo que Odiseo,

en todas las comedias que escribía!

 

Yo quebranté una vez con mi ganzúa

el pecho de Alarcón. Su voz fluctúa

del ay grosero al refinado eheu,

 

y en el dolor se templa y se acentúa. –

Pedro Henríquez Ureña lo insinúa,

Castro Leal también, y Ermilo Abreu.

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