Ahora resulta que los más indefensos son los guardianes de la Tierra. En México han sido asesinados una veintena desde diciembre de 2018, y 14 el año anterior; muchos otros han sido y son perseguidos en incontables comunidades indígenas y campesinas del país. Más allá de los discursos, comunidades, movimientos y sus figuras más visibles e incómodas viven en carne propia los riesgos de sus cuidados. A tantos de los nuestros les sigue costando la vida cuidar, defender y recuperar lugares de agua y de suelo.
Dice mucho de lo que significan la tierra y el planeta para los pueblos mexicanos. Tanto que hasta dan la vida. Dice mucho, quizás demasiado, del triste papel que juega hoy, como en el pasado reciente, el Estado mexicano. No sabe, no puede o no quiere proteger a los que protegen los territorios y los recursos naturales. Lo estamos viendo en Michoacán, Morelos, Puebla, Veracruz, Wirikuta, las sierras Tarahumara y Huichola, Veracruz, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca, Chiapas. Los cuidadores del agua, el cielo, las mariposas y el viento caen fulminados por el odio, viven amenazados por criminales o son perseguidos judicialmente.
¿Qué es? ¿Indiferencia, incapacidad, miedo, intereses contrapuestos, diferencias ideológicas, castigo? En nuestro espacio vital, tan herido, violado, despojado y asesinado, compartimos la vergüenza internacional de liderar la lista de países donde los guardianes mueren bajo gobiernos impresentables como en Brasil, Guatemala, Filipinas y Colombia.
Estos días se talan en Zacacuautla, Hidalgo, ahuehuetes centenarios y el bosque más formidable de esa región, sobre un prodigioso manantial cristalino. Indiferencia, desatención, malos modos de las autoridades ambientales. ¿Complicidad? Buena parte del daño está hecho. La tala clandestina es impune como siempre. Mejor dicho, como nunca. Eso, mientras en Huayacocotla, Veracruz, en territorio otomí, Semarnat está punto de legitimar la destrucción del bosque húmedo más importante de la entidad.
Éstos se suman a las decenas de casos más donde la destrucción es oficial, como la ruta del tren “Maya” y la del Corredor Interoceánico, las mineras donde quiera, las madereras legales e ilegales en Chihuahua, los gasoductos, las termoeléctricas, los manoseos legislativos en curso para castrar la conservación de las reservas de Calakmul, Montes Azules y Chimalapas. Peligran litorales, cenotes y sitios arqueológicos del área maya, en la mal llamada “Riviera” sobre todo. Donde no brillan las señales rojas de peligro, están rodeadas por la cinta amarilla de la escena del crimen.
No podemos sino suscribir las palabras del poeta y ambientalista michoacano Homero Aridjis (The New York Times, 31/1/2020): “El dilema es simple: si en México se continúa asediando, desapareciendo y matando con absoluta impunidad a los activistas, ¿quién protegerá a la naturaleza? No hay otra respuesta que garantizar la libertad de expresión y la seguridad de los ambientalistas y respetar sus acciones, hacer cumplir las leyes y llevar a la justicia a los criminales, aun cuando estos sean parte del gobierno”.
Textos recomendados