Nueva York. El triunfo o derrota de Donald Trump es y será el epicentro de la contienda electoral presidencial a lo largo de 2020. Para los opositores del presidente más impopular –y ahora formalmente impeached– la contienda se trata de enfrentar lo que califican de amenaza existencial a la república estadunidense que él representa.
Es una coyuntura electoral poco normal, como todo desde la llegada al poder del régimen Trump. Un presidente con tendencias autoritarias y, según algunos críticos, con elementos fascistas
(populismo mezclado con xenofobia, racismo, sexismo, corrupción, violaciones de normas democráticas y constitucionales) enfrenta a una gama de posibles contrincantes demócratas, entre quienes está un socialista democrático
.
O sea, existe la posibilidad hasta hace poco casi inimaginable de una elección entre un neofascista
y un socialista
en Estados Unidos. Pero también podría ser una elección entre dos multimillonarios. Durante los próximos seis meses se determinará quién será el coronado por los demócratas para intentar derrocar a Trump en la elección general del 3 de noviembre.
Entre los 12 precandidatos demócratas –elenco del que ya se retiraron otros 15 durante las últimas al abandonar sus campañas por falta de apoyo financiero o en las encuestas– hay por ahora dos multimillonarios (uno de ellos entre los hombres más ricos del planeta, Michael Bloomberg), cuatro senadores que tendrán que suspender algunas de sus actividades electorales por unas semanas para cumplir con sus responsabilidades como parte del jurado en el juicio político contra el presidente que buscan derrotar en las urnas a finales de este año y una intensa batalla entre representantes de corrientes progresistas/liberales y la cúpula centrista del partido.
Por ahora, lo más notable es la candidatura del senador socialista democrático Bernie Sanders, quien está en segundo lugar en las encuestas nacionales y en un sorprendente primer lugar en Iowa entre los precandidatos demócratas. Sanders continúa amenazando a la cúpula del partido igual que en 2016: por ahora es el candidato que ha recaudado más fondos por conducto de más de 5 millones de donantes y que cuenta con las bases más dinámicas, sobre todo los jóvenes, y que ahora hasta los analistas y medios más escépticos se han visto obligados a aceptar que podría ganar la nominación.
Como resultado, se han intensificando los ataques en su contra desde dentro del partido a tal nivel que algunos señalan que la cúpula demócrata parece estar más obsesionada por ahora con descarrilar su candidatura que en derrotar a Trump.
El proceso para determinar ese candidato o candidata es a través de procesos de elecciones primarias (o en algunos casos caucus, una especie de asambleas locales) internas entre demócratas en cada estado, con los ganadores acumulando delegados.
Ese proceso inicia el 3 de febrero en Iowa, seguido una semana después por Nueva Hampshire y pasará por una serie de fechas en los que uno o varios estados realizan primarias. El día más crítico es el llamado supermartes, el 3 de marzo, cuando unos 14 estados realizan primarias, incluidos los dos más grandes, California (415 delegados en juego) y Texas (228). Ese proceso llega a su fin la primera semana de junio.
Por ahora, según los promedios de encuestas nacionales, la competencia entre los 12 demócratas tiene en primer lugar al ex vicepresidente centrista Joe Biden, seguido por Sanders y la otra candidata liberal, la senadora Elizabeth Warren, y muy por abajo otros nueve candidatos. Bloomberg, el ex alcalde de Nueva York, ingresó recientemente y apuesta a que con sus fondos y compra estratégica y cara de publicidad podrá competir como centrista. Anunció que si gana, y aun si no, está dispuesto a invertir hasta mil millones de su fortuna personal para derrotar a Trump.
La candidatura se determinará formalmente en la convención nacional programada en Milwaukee, Wisconsin, entre el 13 y 16 de julio.
Del lado republicano se realizarán algunas primarias o caucus, pero por ahora no se perfila un retador con posibilidades contra Trump dentro de su partido, al cual domina. Si no renuncia, o es, muy improbablemente, destituido, el magnate será coronado como candidato presidencial en la convención nacional republicana en Charlotte, Carolina del Norte, entre el 24 y el 27 de agosto.
A partir de las convenciones se abre el proceso para la elección general, programada para el 3 de noviembre.
Sin embargo, la integridad de la elección no sólo estará en duda por sospechas y alertas que ya circulan sobre la intromisión de fuerzas extranjeras en el proceso, sino que el propio sistema electoral estadunidense está tan repleto de fallas técnicas, legales y políticas que no se puede garantizar el sufragio efectivo, ni se puede decir que cada voto cuenta.
A la vez, nada garantiza que el ganador de la mayoría del voto del pueblo estadunidense será el próximo presidente. De hecho, el veterano analista electoral Larry Sabato señala que el candidato demócrata podría ganar hasta el doble del margen con que ganó Hillary Clinton, la candidata demócrata en 2016, en el voto popular y aún así perder ante Trump. Todo porque en el país que dice ser el más democrático del mundo, no hay voy directo para presidente, y lo que determina el ganador es la curiosa calculadora llamada Colegio Electoral.