Ciudad de México. Atlantique (2019) es una producción franco senegalesa belga estrenada silenciosamente en Netflix, y de la que todavía no se habla en México. Habría que decir que se trata de la película ganadora del Premio del Jurado en Cannes, y que es la opera prima de la primera directora afrodescendiente en competir por la Palma de Oro en toda la historia del certamen: Mati Diop.
La película aparece en algunos listados de lo mejor del cine independiente en 2019. Y resulta toda una rareza en el catálogo de la popular plataforma de streaming. Hay que aplaudir la decisión, sobre todo cuando en México hay quienes tienen a su cargo la programación de importantes salas y justifican la ausencia en sus parrillas de cine africano alegando que en ese continente “no se hace cine”.
Diop lleva en su cuerpo el soplo de la inspiración fílmica. Es sobrina del legendario Djibril Diop Mambéty (Hyènes, 1992), un innovador del cine africano, ya fallecido. En Atlantique uno se da cuenta que Mati da continuidad al valioso legado del tío y que supo aprender bien el oficio de dirigir al trabajar como actriz para la admirada Claire Denis.
En este filme, la espigada Mame Bineta Sane hace de Ada, una chica de Dakar condenada a un matrimonio por conveniencia. Su auténtico novio Souleiman, con quien se besa en secreto, un día desaparece en el mar junto a otros obreros agobiados por la pobreza y la falta de pago. Las chicas lloran en silencio la ausencia de sus novios, mientras un extraño mal amenaza a quienes obligaron a esos hombres a dejar su patria para alcanzar las costas de España.
El origen de la historia se remonta a 2008, cuando Mati viajó a Senegal para rodar un corto sobre migración. Su primo le presentó a amigos que querían emprender el casi suicida viaje en piragua por la costa oeste africana hasta llegar a España. La realizadora percibió un fenómeno viral en esa generación perdida de jóvenes que buscó escapar: todos perseguían el mismo fin. Fueron miles lo que se embarcaron hacia España, pero al final desaparecieron.
La película de Diop se disfruta como un relato lleno de sutileza, magnetismo, profundidad y misterio. Goza de una propuesta sonora que va de la descripción y la calma, al hipnotismo y la consternación. Su cámara, que le valió una nominación a la Cámara de Oro también en Cannes, es surtidora de sutiles retratos, de elegantes imágenes a veces coloridas y otras veces blanquecinas.
El filme recoge el mito y las creencias como fuerzas para la imaginación y lo sobrenatural. No es una película convencional de romance y tampoco una con denuncia social. Todo eso sirve como pretexto para más bien abstraerse en el deseo y los anhelos de su joven protagonista. Una mujer en un tránsito de identidad, que lidia con la ausencia del enamorado desaparecido.
Atlantique es también una mutación. Inicia como un relato realista social y luego nos lleva por otro lado guiándonos por una senda de fantasía detectivesca, alucinante y con eco feminista. Y cuando lo notamos, estamos ya en una narración fantasmal acerca del amor, la pérdida y la emancipación.
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