Por supuesto que las fechas son evocadoras e invitan a seguir su “espíritu¨ y ¨letra¨. No, sin aludir otra vez al año nuevo y a la navidad, recién pasados, sino a algo mucho más ¨terrenal” e “histórico”: el inicio del exilio de León Trotsky en México, el 9 de enero de 1938. No se trata se seguir aquí el tortuoso camino del revolucionario ruso fuera de su país, ni los detalles de la cruenta persecución de que fue víctima y la cadena de asesinatos que sufrieron sus próximos hasta llegar a la sentencia final al propio líder bolchevique, sobre el que se seguirá discutiendo capacidad y talento, hasta el punto de que muchos sostienen que el destino de la Revolución de Octubre hubiera sido otro en sus manos, y no en las sanguinarias del georgiano instalado en la jerarquía más alta del poder bolchevique.
Claro que los partidarios de León Trotsky en México, a pesar de las condiciones mundiales adversas al trotskismo, pensaron que las condiciones en nuestro país eran en general favorables a una concesión del exilio en México de León Trotsky, después del sinnúmero de rechazos que había sufrido. Exilio que podía concederle el presidente Lázaro Cárdenas, que además tenía el antecedente recientísimo de abrir las amplias puertas mexicanas al exilio español, también tan brutalmente perseguido.
Diego Rivera, admirador del revolucionario bolchevique, a pesar de todos los contras que aparecieron, resultó un personaje clave en esta histórica acción. Su cercanía con el general Francisco J. Múgica, hombre de toda la confianza del presidente Cárdenas, jugó a favor de Trotsky y en contra de importantes asesores del mandatario, que desaconsejaban rotundamente la medida (entre otras razones por la oposición de la URSS y de Estados Unidos), alegando inclusive peligro para las bases mismas de la Revolución Mexicana.
Finalmente, el 7 de diciembre de 1936 se oficializaba la decisión gubernamental en los medios impresos, que contrastaba con la actitud de rechazo de gobiernos de todo el mundo. México era noticia internacional por el sencillo hecho de dar cabida y proteger la vida de un hombre perseguido del calibre de León Trotsky. Así las cosas, Trotsky y su esposa Natalia se embarcaron desde Noruega ese mismo mes con destino incógnito hasta su llegada a Tampico el 9 de enero de 1937. Ahí, Frida Kahlo los aguardaba junto a una comitiva especial.
Finalmente, el 11 de enero, en medio de enormes medidas de seguridad por parte del Estado y de los trotskistas mexicanos, el matrimonio ruso llegó a la estación Lechería, en la capital de la República. León y Natalia bajaron del tren repartiendo saludos, asombrados por la muchedumbre que los recibía. Grupos de obreros alzaban los puños orgullosos por la presencia de su héroe. Los estalinistas por lo pronto guardaban ominoso silencio.
Recordemos que la revolución bolchevique de octubre de 1917 no sólo derrocó al gobierno de Kerensky, sino a todo un régimen social fundado en la propiedad privada de la burguesía. Este nuevo régimen tenía no sólo cultura y sus propias tradiciones históricas, sino que además las fue construyendo y enriqueciendo aceleradamente.
El ruiseñor de la poesía, como el pájaro de la sabiduría, la lechuza, no deja oír su canto hasta después del crepúsculo. De día, se agita, se afana, y tras el crepúsculo, el sentimiento y la razón vienen a hacer el balance de lo realizado. A fines del siglo pasado y principios del XX se sacudió Rusia por el despertar de un “presentimiento” revolucionario, que en realidad dio lugar a que se produjeran los cambios más profundos que se hubieran dado jamás en la estructura económica de cualquier país, en la distribución de los grupos sociales y en los sentimientos de las masas populares.
Sin duda, Trotsky, junto a Lenin, fue uno de los dirigentes claves de esa tremenda transformación revolucionaria. Transformación que exhibió notables éxitos en sus inicios pero que, a la postre, mostró una serie de contradicciones internas que la debilitaron y condujeron posteriormente a su fin. Después del espectacular triunfo, también del Ejército Rojo, en la guerra contra los nazis,se llegó a una serie de derrotas y fracasos de expectativas y se produjeron profundas contradicciones y deformaciones de expectativas y visiones, que resultaron absolutamente negativas respecto al contenido político y moral de una de las revoluciones más profundas que había realizado el hombre; los sueños de igualdad, plena democracia, trabajo en beneficio de la comunidad, se vieron rotos en altísima medida por la burocracia que se abrió paso y por la usurpación del poder de quienes rompieron con toda perspectiva de genuina de democracia y violentaron los hechos para distorsionar el sueño de los bolcheviques y convertirlos en chatarra. Stalin encabezó esta contrarevolución y Trotsky, refugiado en México, apenas pudo ser un lejano testimonio del fracaso.
Testimonio que pagó con su vida y por su fidelidad a los principios revolucionarios y que cayeron bajo los golpes de una hacha traicionera en manos de uno de los testaferros más siniestros que recuerda la historia: Jacques Mornard, hijo de una española también adiestrada en la traición y en los golpes asesinos de los aparatos policíacos. Pero el culpable final y único fue José Stalin, quien ha sido una de las principales causas de que en el mundo no hayan vuelto a surgir los sueños de cambio que un día iluminaron la vida de los bolcheviques.