Buena parte de las culturas antiguas del mundo se tatuaban. Incluso, los nómadas realizaban esas prácticas en sus cuerpos. Los significados eran distintos. Algunos les atribuían jerarquizaciones; en otros casos, se reducían a estigmas. De cualquier manera, como se puede notar, todas las sociedades han modificado de forma cultural el cuerpo de sus integrantes.
Sin embargo, en México, la aceptación social de esta práctica es reciente. Hasta antes de la década de 1990, ser tatuador o estar tatuado no significaba, bajo ningún concepto, tener un alto orden jerárquico. Al contrario, quien tuviera cualquier trazo en su cuerpo, era considerado un exconvicto, se daba por hecho que esa marca se la habrían realizado en la cárcel. Por lo tanto, dentro de la sociedad civil, era casi un asunto delincuencial.
De manera que a finales del siglo xx, en todo México, aquella actividad era vista como una situación clandestina, antihigiénica, precaria, incluso discriminatoria.
A pesar de todo lo estigmatizante, problemático y estrafalario del tatuaje, existieron, por supuesto, los pioneros, quienes de manera subrepticia realizaban esos trabajos.
Fue, sobre todo, en Ciudad de México donde aquellos protagonistas de diferentes barrios de la urbe comenzaron con la búsqueda de significados, de estilos, a enfrentar batallas en contra de la violencia institucionalizada hacia ese sector. Ellos comenzaron a ejercer el oficio de tatuador desde jóvenes, sin saber que eso se convertiría en un trabajo del que podrían obtener remuneraciones económicas.
Así, los lugares furtivos en donde más tatuadores había entre los años 1982 y 1986 eran Tepito, Santo Domingo, Iztapalapa, La Raza, el tianguis del Chopo, la colonia San Felipe de Jesús. Además de otros sitios de la periferia como Nezahualcóyotl.
Ese anonimato también influyó para que a la mayoría de las personas que iniciaron esta actividad fueran más conocidas por su apodo que por su nombre oficial. Precursores con sobrenombres como el Aguarrás, el Burro, el Guero, el Zorro, el Ganso, Chanok, el Ruso, quedarán en los recuerdos más undergound.
Aunque por fortuna sí hay algunos testimonios importantes de esa vieja escuela. Los protagonistas lo cuentan en primera persona, algunas de aquellas hazañas se pueden consultar en el libro de Gisela Muciño, Memorias corporales.
Como el caso de el Socio, quien nació en Guadalajara pero se crió en Estados Unidos. Recuerda que a su regreso de ese país, se instaló en cdmx, donde fue paracaidista del Ejército Mexicano, y que lleva muchos años viviendo en el barrio de Tepito, donde tiene su estudio.
Pero fue en Estados Unidos donde el Socio se hizo los primeros tatuajes, en 1972 o 73. A su regreso a cdmx, muchos de sus amigos querían que los tatuara, "pero yo no sabía". El asunto era que, como aquellos trazos en su cuerpo eran notorios, sus compañeros le comentaban "ya traes tatuajes, ya sabes cómo se hacen". Así fue como empezó a tatuar. Primero experimentó con uno, "luego a otro y así", hasta hacerse de más clientes.
El Socio reconoce que el inicio del tatuaje contemporáneo en México está en Guadalajara, Jalisco. Ahí es donde se puede rastrear a los primeros tatuadores del país, y de ahí se extendió a todo el territorio nacional. Por lo tanto, reconoce que "el padre del tatuaje en México es un señor de Guadalajara que en 1970 le decían el Ruco Tattoo. Tatuaba con palitos de paleta y amarraba las agujas a los palitos. Era un artista, un artesano", afirma.
El tatuaje antiguo
Al parecer, el ser humano es la única especie animal que se tatúa. Al mismo tiempo, marca su propiedad. Al verse una escarificación, detenta y resalta su corporalidad. Le da significado a su cuerpo, a lo somático.
Buena parte de la sociedad humana alberga ese deseo de convertir la presencia de su cuerpo en una obra que le sea propia, que le identifique dentro de determinado grupo y se le reconozca como tal.
Ya desde el México prehispánico, la presencia del tatuaje era una actividad común. Casos de ellos se pueden observar en las figurillas que se encuentran en las salas Maya y de Culturas de Occidente, en el Museo Nacional de Antropología e Historia, de Ciudad de México.
Con aquellos datos, también se comprueba la existencia de tatuajes hechos por medio de incisión, o sajadura, en las marcas trazadas a los lados de los ojos en las representaciones de los sacerdotes registrados en el Códice Mendoza, realizados, sobre todo, con púas de maguey.
Incluso, se puede rastrear la práctica del tatuaje en sociedades tan disímiles como en el caso de los otomíes, en América; en culturas como las de Asia occidental, en China, en Europa Central.
Por todos esos registros es que distintos investigadores coinciden en que el vocablo tatuaje, en inglés tattoo, es una onomatopeya que hace referencia al golpeteo de antiguas herramientas que se utilizaban para marcar el cuerpo. O también, que es una palabra proveniente de las islas de Tahití, en la Polinesia, con la que designaban la palabra dibujo.
Incluso, se dice que el tatuaje es originario de las islas Fidji, y de ahí llegó hasta Samoa llevado por las diosas Taema y Talifaiga. Otros estudios refieren que el tatuaje se originó en Asia sudoriental, en el siglo iii ac. De ahí pasó a las islas Samoa para extenderse por todo el Pacífico.
Pero sobre todo, en la Polinesia a la práctica del tatuaje se le nombra Te tatau, que significa "golpeteo suave", y es una técnica de dibujos en la piel mediante la introducción de pigmentos con la ayuda de puntas para que permanezcan indelebles.
Placer o tormento
La piel es nuestro recubrimiento, funciona como protección a nuestros órganos internos, es la frontera específica entre el interior y el exterior. Los tipos de piel son distintos, por lo tanto, nos singulariza. Así que marcar el cuerpo es un procedimiento de identidad, delimitaciones de nuestro cuerpo respecto a otro.
Hay quienes llevan esto al límite. La decoración corporal aumenta. Por citar algunos ejemplos, Gregory Paul McLaren, conocido como Lucky Diamond Rich, tiene tatuado el cien por ciento de su cuerpo, incluidos párpados y encías; en 2006 consiguió el Récord Guinness. Otro es Tom Leppard, igual con Récord Guinness por tener el 99.2 por ciento de su cuerpo tatuado como leopardo, con manchas negras sobre fondo amarillo.
En octubre de 1991, Berd Moeller, de Pennsylvania, tenía catorce mil tatuajes diferentes sobre su cuerpo. La actriz Krystyne Kolorful de Alberta, Canadá, tardó diez años en cubrir con tinta el noventa y cinco por ciento de su cuerpo. Y así se pueden citar muchos casos y estilos.
Por otro lado, en la religión judeocristiana la prohibición de tatuarse aparece en el Antiguo Testamento, cuando Jehová habló a Moisés diciéndole "no haréis rasguño en vuestro cuerpo por un muerto ni imprimiréis en vosotros señal alguna".
Contrario a eso, los nazis tatuaron números a los presos en los campos de concentración. Esto se comprobó cuando en los juicios de Nuremberg las marcas sobresalieron en los cuerpos de los torturados, aquello como muestra de la brutalidad con la que se sostuvo este régimen.
Así fue como, de alguna manera debido a aquellos sucesos, se conformaron los prejuicios respecto al tatuaje. De ahí los estigmas derivados de experiencias no directas, en las que la asociación tatuaje y delincuencia, o tatuaje y psicopatología, llevaron a la discriminación de los sujetos tatuados. Es por lo anterior que muchas personas deciden rayarse partes del cuerpo que no sean notorias a primera vista.
Por ello, dirá el filósofo Michel Onfray, el verdadero goce no consiste en ser consumido ni abrasado por los placeres, sino calentado por ellos. El hedonista no se priva del instrumento que le permite la construcción de su placer, que no es otro que la conciencia, clara y lúcida, vigilante y en su lugar, siempre activa, perfecta y eficaz.
Incluso en la Odisea, cuando Ulises regresa a Ítaca, es reconocido por su nodriza debido a la cicatriz que tenía en un muslo. De manera que toda huella cutánea se convierte en signo de identidad. Tatuajes u otras particularidades de la piel pueden funcionar como documentos no oficiales de identificación.
La ley no lo prohíbe
Marcel Duchamp decía que si el arte falla en cualquier país, "se debe a que no hay un espíritu de rebeldía; no hay ideas nuevas que surjan de los artistas jóvenes". Además de que "en el arte, la perfección no existe".
Por rebeldía o no, lo cierto es que muchos tatuadores de la vieja escuela en México reconocen que su principal influencia en esta actividad proviene de Estados Unidos, y, con mayor apego, de la música punk. Sobre todo porque en México, en la década de los ochenta, no se editaban revistas de ese tipo, y las pocas que había eran de escaza difusión y de corto tiraje, la mayoría provenía de amigos o conocidos que viajaban al extranjero y se las intercambiaban.
Tampoco había materiales. De modo que la precariedad fue compañera habitual en el inicio de sus primeros trabajos. Al grado que algunos de ellos hacían todo el tatuaje con una simple aguja. Los más aventajados, con máquinas rústicas, las "hechizas" o también llamadas "caneras" o "canadienses", que estaban construidas con pluma a base de metal o plástico, un motor eléctrico pequeño de carros de juguete que impulsaba las agujas de chaquira o cuerdas de acero de guitarra, a las que les sacaban punta para una mejor aplicación de tintas. Para que funcionaran aquellos artefactos, debían conectarlos a pilas alcalinas de bajo voltaje.
El característico sonido del motor acompañaba toda la sesión, que dependía del diseño, y podría durar horas, incluso días. En el peor de los casos, quedaban incompletos. La higiene y la forma de los dibujos era limitada. Pero, aun con eso, no tatuaban a dos personas con la misma aguja. Para desinfectar los utensilios, algunos de ellos hervían en agua sus herramientas, otros utilizaban jabón quirúrgico, con cloro o con benzal.
Aquellos tatuadores coinciden en que reciclaban muchos materiales. Por ejemplo, en las corcholatas de cervezas vaciaban la tinta, sin olvidar las cuerdas de guitarra que convertían en afiladas agujas.
De manera que su escuela fue la práctica constante, el intercambio de diseños, de material, de música y de experiencias. La mayoría influenciados por el rock, el punk, el skateboarding. En cualquier lugar, a cualquier hora, de cualquier manera.
No había internet, así que los dibujos los copiaban de los libros. La mayoría de las veces los improvisaban o, para quien tuviera dinero, los sacaban de las revistas extranjeras que llegaban a México. Durante la marcha, cada uno de ellos decidía a su manera si tenía que poner líneas delgadas o gruesas. Era más salvaje porque todavía no se hacían tatuajes con sombras o con distintas agujas. Era una misma para todo el trazo, incluido el relleno.
A pesar de que esa actividad no ha estado prohibida por las leyes mexicanas, los problemas con la policía en las décadas de 1980 y 90 no podían faltar. Eran frecuentes. Recuerda el Socio que cuando los agarraban, los golpeaban y tenían que pagar sobornos para que no les quitaran su material. Pero, a pesar de todo, no dejaron de tatuar.
Las normas que regulan los tatuajes en México están contenidas en la Ley General de Salud, en donde se enumera todo lo que se refiere a las modificaciones corporales, capítulo viii. Ahí se habla de equipos médicos, prótesis, órtesis, ayudas funcionales, agentes de diagnóstico, insumos de uso odontológico, materiales quirúrgicos, de curación y productos higiénicos. Pero nunca de prohibición.
Así pues, a pesar de los castigos policiales, esos sí ilegales, uno de los primeros lugares en donde se hacían tatuajes en cdmx era en Tepito, por los años 1986. Recuerda el Socio que cuando llegó a cdmx, en el tianguis de El Chopo aún no tatuaban. Fue en Tepito donde todo inició. Algunos de los apodos de tatuadores que recuerdan los de la vieja escuela son los del Caracol, Ray, el Poste, su hermano David. El primero que empezó a tatuar en Tepito, o al que más tiempo se le reconoce, es a Mister Lee, en la calle de Florida. Sigue vivo pero ya no trabaja.
A pesar de todo aquel ajetreo y persecución, el primer estudio de tatuajes en cdmx fue propiedad del Socio. Lo registró en 1991 con el nombre "Arte del barrio", en honor a sus amigos que lo hicieron tatuador. Se ubicó en la calle Tenochtitlan número 41, en el barrio de Tepito, delegación Cuauhtémoc.
Fue así como, a partir de los años noventa, comenzaron los estudios formales de tatuaje en Ciudad de México. El 13 de septiembre de 1993 surgió Tattoomania. Después, en 1994, un grupo de tatuadores inauguraron otro espacio, el primer estudio hecho por tatuadores, llamado Dermafilia. Integrado por el Dr. Lakra, Teoshia, Piraña, Esperanza y el Ruso, que hasta la fecha sigue en servicio.
Por lo tanto, la ruta documentada del tatuaje en México sería desde la época prehispánica. Luego vendría una larga etapa de estigmatización, que poco a poco se iría desdibujando en Guadalajara, Jalisco, hasta llegar a Tepito, luego al tianguis del Chopo, después con Tattoomania, seguido de Dermafilia.
Así hasta la actualidad, con los estudios ya reglamentados por todo el país, con nuevos estilos e innovadoras técnicas. Precios excesivos y económicos. El mercado es boyante. Además, con leyes que prohíben la discriminación hacia cualquier persona que tenga perforaciones o tatuajes en cualquier parte del cuerpo. Síntomas de que la vieja escuela del tatuaje en México salió triunfante