heridapor una decisión, tildada de hipócrita por algunos, que aparentemente tomó por sorpresa hasta a la reina Isabel.
No se lo dijeron ni a la reina
, fustigaba en portada y a plena página el diario Daily Mirror junto a una imagen de los duques de Sussex bajando sonrientes unas escaleras.
El palacio sólo descubrió que Enrique y Meg renunciaban cuando la pareja publicó su comunicado
, afirmaba.
El malestar se hizo evidente poco después de que Enrique, hijo menor del príncipe Carlos –heredero al trono británico– y Meghan, actriz californiana que tuvo que renunciar a su profesión al entrar en la familia real, hicieran el jueves por la noche su chocante anuncio.
Tenemos la intención de retirarnos como miembros de primer rango de la familia real y trabajar para adquirir independencia financiera
, lanzaron en un mensaje personal
. Después precisaron en su página web cómo pretenden romper su relación oficial con la prensa.
Pese a que Enrique, de 35 años, y Meghan, de 38, llevaban tiempo mostrando su incomodidad con la presión mediática y las limitaciones propias de la familia real, el anuncio pilló al país por sorpresa.
Incluso el Palacio de Buckingham que, menos de dos horas después, aseguraba en un comunicado oficial que las discusiones con el duque y la duquesa de Sussex se hallan en estado precoz
y éstas son cuestiones complicadas que requieren tiempo para ser resueltas
. Por si tenía poco con que lidiar, después de que su hijo Andrés abandonara todas sus funciones públicas debido a su amistad con el difunto pederasta estadunidense Jeffrey Epstein, Isabel II ve a sus 93 años cómo la familia real pierde a dos de sus integrantes más populares, aunque controvertidos.
Ayer la conmoción era tal que relegó a segundo plano la histórica votación de los diputados británicos quienes, tras años de caos y división, debían por fin aprobar un Brexit que será realidad en tres semanas.
Golpeó casi como la abdicación de Eduardo VIII
En su lugar, todo el país hablaba del Megxit, y olvidaba el 38 cumpleaños de Catalina, la disciplinada y discreta esposa del príncipe Guillermo, hermano –mayor de Enrique– que, llamados a ocupar algún día el trono, son el ejemplo de la perfecta pareja real tradicional.
La prensa, que afirmaba la profunda decepción
de la reina mientras la BBC afirmaba que la realeza se siente herida
, comparaba incluso esta decisión con la estrepitosa abdicación en 1936 del rey Eduardo VIII –tío de Isabel– para casarse con Wallis Simpson, una estadunidense divorciada como Meghan.
Y criticaba una voluntad de independencia financiera percibida como hipócrita. La dotación real a la que pretenden renunciar los duques de Sussex sólo representa 5 por ciento de sus gastos oficiales, ya que el resto está financiado por los ingresos privados de Carlos.
La pareja, que dijo querer dividir su tiempo a partir de ahora entre el Reino Unido y Estados Unidos, afirmó asimismo que pretende seguir viviendo en Frogmore Cottage, una casa en los terrenos del castillo de Windsor, en el oeste de Londres, cuya renovación se pagó con 2.4 millones de libras de dinero público.
Seguirían además beneficiándose de un servicio de seguridad estatal.
Pero en ningún momento dijeron querer renunciar a sus títulos nobiliarios, aunque su nuevo estatuto debería permitirles, a partir de ahora, ganar dinero con sus actividades, aprovechando su relevancia mediática y social.
Enrique, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real británica, está desde muy pequeño dolido por la muerte de su madre, la princesa Diana, en 1997 en París en un accidente de tráfico cuando era perseguida por los paparazzi. Siempre tuvo una difícil relación con la prensa y recientemente se querelló contra varios diarios asegurando que acosan a su mujer como hicieron con su madre y afirmó tener que protegerla a ella y a su hijo Archie, de ocho meses.
Sienten que la prensa les tiene manía, Enrique sigue obsesionado por lo que le pasó a su madre. No hay duda de que teme que Meghan y Archie estén, por así decirlo, atrapados de manera similar
, declaró Richard Fitzwilliams, experto en la monarquía británica.