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Desmienten familiares muerte de Carlos Girón

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Carlos Girón ganó medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. Foto tomada de Medallistas olímpicos mexicanos
09 de enero de 2020 10:33

Ciudad de México. Carlos Girón, medallista olímpico en clavados en Moscú 1980, luchaba anoche por su vida, después de días en los que su salud ha estado en vilo. Durante la tarde causó revuelo información contradictoria sobre el estado del clavadista en la que se especuló que había muerto después de ser desahuciado y desconectado de un respirador artificial. La Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), incluso, publicó en redes sociales que Girón había fallecido, pero Silvana, hija del clavadista, tuvo que desmentirlo y el organismo eliminó la información en Twitter. El IMSS también aclaró que el ex deportista seguía recibiendo atención médica.

El estado de Girón, de 65 años, hasta la hora del cierre de esta edición, se reporta grave y con pronóstico reservado.

Carlos Girón decía que lanzarse en un clavado era lo más parecido a volar. Durante unos segundos permanecía en el aire, hasta que se hundía en una masa líquida y fría. En esa metáfora hizo sus primeros saltos desde las rocas en el puerto de Acapulco para rescatar las monedas de los turistas; con esa libertad placentera también conquistó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, en una prueba polémica en la que para muchos merecía el oro.

El inicio del clavadista fue parte de una picaresca infantil, donde el pequeño Carlos practicaba en un hotel de Cuernavaca y, más tarde, por invitación de un primo, colándose como un polizón a la alberca de la Unidad Morelos del IMSS para hacer sus primeros saltos a mediados de los años 70.

Mi escuela había sido ver los clavados de avioncito en La Quebrada en Acapulco, dijo en una entrevista consignada en el libro Medallistas Olímpicos Mexicanos.

La cercanía con las promesas de la natación mexicana como el Tibio Muñoz y Nelson Vargas dieron otra dimensión a la curiosidad incontenible del joven Girón. Fue Jorge Rueda quien lo detectó ahí y lo invitó a entrenar en el equipo que dirigía.

El triunfo del Tibio en México 68 lo contagió de un fuego inexplicable, un deseo por lograr una gloria que parecía inalcanzable y que sólo aquellos que suben a un podio olímpico conocen.

Yo también debería tener mi momento olímpico, dijo entre lágrimas cuando el mexicano consiguió la única medalla de oro para el país en esa disciplina.

Girón ganó las copas de Austria e Italia, pero su gran desafío ocurrió en Suecia, donde enfrentó al campeón olímpico italiano Klaus Dibiasi, experimentado clavadista frente al que nadie le daba posibilidades. Lo disparatado del duelo no intimidó al que decían que era un escuincle, y por el contrario lo lleno de entusiasmo enfrentar a un rival que había seguido con atención.

Cuando recuerda aquel momento cita a su compañero Jorge Telch, estudiante de sicología, quien según Girón trató de hipnotizarlo a fuerza de repetirle tú vas a ganar, para convencerlo de que había posibilidades. Decía que incluso la noche previa a la competencia soñó que ganaba la competencia.

En los clavados superó al campeón olímpico y dejó en silencio a la audiencia. Lamentablemente la final no la pudo ganar y perdió ante un australiano, pero aquello tuvo notas de épica en la disciplina.

Primera experiencia en JO

A los 17 años tuvo por fin su primera experiencia olímpica en los Juegos de Múnich 1972. La presión en un mundo deslumbrante, junto a la estrellas del deporte mundial fue demasiado para un adolescente como Girón. Recuerda que en el clavado que pretendía para pelear por una medalla desde la plataforma de 10 metros sintió que el cemento le ardía en los pies, que todo lo desconcentraba. El resultado lo describió con sencillez: ¡Pácatelas! Caí casi de espaldas, y ahí en aquella salpicada perdió la posibilidad de subir al podio.

Aunque en los Juegos Panamericanos de 1975 había conquistado el oro y el bronce, en la siguiente cita olímpica su fortuna no cambió. En Montreal 1976, en medio de problemas dentro del equipo, el resultado fue malo. Girón no consiguió el podio, pero logró ser reconocido con el Premio Nacional de Deportes.

La antesala de los Juegos de Moscú 1980 estuvo marcada por el trabajo intenso, sin tregua, cuatro años en los que Girón ganó casi todas sus competencias y fue nombrado el número uno en clavados. Venció a la estrella estadunidense Greg Louganis y al soviético Aleksandr Portnov.

La consagración de Girón ocurrió en medio de la agitación que provocó la Guerra Fría y Estados Unidos boicoteó los Juegos de Moscú al no participar. Eso, sin embargo, no le restó mérito al clavadista mexicano.

Me reconfortaba recordar que había vencido a los representantes de Estados Unidos y estaba seguro que en Moscú habría hecho patente mi superioridad, dijo Girón sobre aquel momento; en 1980 no gané como una consecuencia de lo que hice ese día, sino por el gran trabajo que realicé en cuatro años de preparación.

Carlos llegó a estos Juegos como un clavadista experimentado. Dos ciclos previos, triunfos en competencias de alto nivel y el reconocimiento de publicaciones especializadas. Con los mejores lances del mexicano, pronto estuvo en la lucha por las medallas y Portnov era su rival con los mismos puntos para conquistar el oro olímpico.

En el turno decisivo del soviético se rompió una marca en la alberca de natación y levantó una exclamación. El clavadista se lanzó con un resultado espantoso. Girón pensó en ese momento que el oro era suyo por derecho propio. Pero la delegación soviética reclamó que el grito que se escuchó había afectado a su competidor y tras insistir le permitieron repetir el salto, que corrigió y le permitió llevarse el título olímpico. México no tenía delgados en esa competencia, así que nadie protestó. Ganó el competidor local.

Girón no recibió grandes premios por su participación. Apenas 300 dólares que le entregaron algunos funcionarios del Comité Olímpico Mexicano. Se dedicó a su carrera de odontólogo para mantener a su familia. Aunque siempre fue una encarnación del éxito alcanzado con el esfuerzo.

Mi meta no sólo fue cumplir en el deporte, sino también ante la sociedad. No obstante, en un deportista nunca muere aquel gusanillo, evocó Girón.

Un atleta como Carlos Girón no se debe perder en la memoria. Parafraseando el poema de Dylan Thomas, hay un clavado de aquel joven inquieto que empezó en las rocas de Acapulco, y permanecerá intacto, en el aire, sin tocar la superficie.

(Con información del libro Medallistas olímpicos mexicanos, editado por Conade.)

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