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Socialismo para el siglo XXI/Enrique Semo /III

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El capitalismo ha mostrado a lo largo de su historia una gran capacidad de adaptación asegura el escritor Enrique Semo. Foto Jesús Villaseca
04 de enero de 2020 10:39

El capitalismo de nuestra época está cuajado de nuevas contradicciones. Entre ellas podemos citar las que se derivan del cambio climático y la ecodestrucción. Se prevé un saldo de 200 millones de ecorrefugiados en los próximos 20 años; se estima que la elevación del nivel de los mares para este siglo será de 59 centímetros y afectará a unos 400 millones de personas. Por otra parte, la extracción de minerales y la explotación de los recursos energéticos y forestales suelen seguir una lógica cada vez más destructiva, dejando tras de sí un paisaje desigual de centros mineros abandonados, suelos agotados, vertederos de residuos tóxicos y valores de activos devaluados. Pero las grandes empresas impiden toda acción eficaz contra el deterioro climático y los recursos naturales. También están los persistentes problemas del desempleo masivo, la espiral a la baja del desarrollo económico en Europa y Japón, las devastadoras crisis económicas que el neoliberalismo ha causado en los países tradicionales y dependientes como la de la crisis de 2008. El ejemplo de Bolivia está fresco. El neofascismo está a la orden del día. Trump y Bolsonaro no son figuras solitarias. La catástrofe a la que se refería Rosa Luxemburgo en su famoso dilema socialismo o barbarie es más que nunca vigente.

Ahora bien, no todas esas contradicciones son fatales. El capitalismo ha demostrado a lo largo de su historia, una sorprendente capacidad de adaptación a nuevos problemas y de superación de las crisis. Pero, ¿a qué precio? Si las crisis de 1907 y 1913 fueron superadas en la Primera Guerra Mundial y la gran crisis de los años 30 produjo la Segunda Guerra Mundial, algunas de las grandes contradicciones actuales pueden ser también superadas, pero hay soluciones que son tanto o más graves desde el punto de vista humano, como los problemas. Y luego está la posibilidad de que la acumulación de incoherencias actuales ya no sea superable y la catástrofe se produzca.

En esas condiciones, más que nunca es actual la famosa pregunta de Lenin: ¿qué hacer? Un movimiento anticapitalista global es poco probable sin cierta visión comprehensiva de lo que hay que hacer, por qué y cuándo. Existe un bloqueo doble: la falta de una visión alternativa evita la formación del movimiento anticapitalista, mientras que la ausencia de tal movimiento se opone a la articulación de una alternativa teórica. ¿Cómo superar este bloqueo? La relación entre la visión de lo que está por hacerse y la formación de movimientos políticos en lugares clave para hacerlo tiene que coincidir, cosa que apenas comienza a suceder. Cada una tiene que reforzar a la otra. De lo contrario, la oposición potencial estará por siempre confinada a un círculo limitado de demandas y conocimientos tácticos, dejándonos a la merced de las perpetuas crisis del capitalismo en el futuro. Ésta es una tarea para el pensamiento teórico, pero también para los movimientos potencialmente anticapitalistas, que todavía son pocos o difusos.

Tomemos como ejemplo la situación que había en México a la hora de la fundación del PCM en 1919. La Revolución Mexicana estaba en una encrucijada. La Constitución de 1917 había sido aprobada con todos sus elementos sociales, pero por el momento ninguno de ellos había sido aplicado. Las promesas flotaban en el aire. Los movimientos radicales, el magonismo, el zapatismo, el villismo, habían sido militarmente derrotados pero sus ideas vivían en millones de campesinos y miles de obreros. Muchos campesinos estaban armados y exigían la reforma agraria comunal. Los obreros, después de haber sido manipulados por el carrancismo, despertaban en una gran ola de acciones reivindicativas económicas en los términos del anarquismo. La Revolución Rusa desencadenó fuerzas gigantescas. En México, conocida a medias, tuvo gran impacto.

En esa situación nace o más bien se proyecta una corriente que pretende transformar la Revolución Mexicana en una revolución socialista, el PCM. La idea del comunismo y su ejemplo vivo impactaron al México radical. Surgen los líderes comunistas: Úrsulo Galván, Primo Tapia y Guadalupe Rodríguez. Un poco más tarde Hernán Laborde y Valentín Campa.

Mientras la nueva corriente que será el PCM los toma en serio, los círculos oficialistas las usan demagógicamente. Plutarco Elías Calles dice que quiere ser enterrado envuelto en la bandera roja y Antonio Soto y Gama, líder del oficialista Partido Agrarista, proclama: En la metrópoli y todo el país se debe fijar la mirada en esta nueva aurora heroica que tiene radiaciones sublimes, en la aurora social de Rusia. (Gerardo Peláez, Partido Comunista Mexicano: 60 años de historia, tomo I, p. 18).

Las ideas del socialismo y el comunismo penetran pródigamente en el México revolucionario radical y obligan a los círculos gobernantes a una demagogia roja. Pero el PCM recién formado, que quiere cambiar la orientación de la revolución y a la vez echar raíces en el pueblo trabajador, se ve obligado a recoger las demandas que se han ido forjando durante la Revolución Mexicana: reforma agraria comunal y satisfacción de las demandas económicas de los obreros y postergar la idea del socialismo.

Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria, pero sólo satisfaciendo las demandas ya existentes y urgentemente exigidas, se puede pasar a la dirección del movimiento. Como dice Ibsen: Como hilo en la mar es la palabra / Hondo sendero la acción labra.

 

 

 

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