El Paso. El metal enterrado sin piedad en un desierto forma un muro serpentino a lo largo de cientos de kilómetros, con camionetas blancas y verdes de la Patrulla Fronteriza vigilando la periferia, es quizá el peor símbolo de un país que dice ser líder del orbe pero que, a la vez, le teme al mundo.
Uno de esos vehículos arranca, y a toda velocidad llega, para súbitamente para ver quiénes son un par de reporteros de este periódico mexicano, pero uno de sus tripulantes levanta la mano para saludar y sonríe gracias a que los reporteros están “disfrazados de estadunidenses”. No sería la única vez durante el recorrido por la frontera desde Yuma a El Paso que serían evaluados por agentes “protegiendo” a este país de las hordas de color que llegan desde el sur.
El muro oculta, entre otras cosas, la esquizofrenia fronteriza: del lado mexicano sigue sin freno la violencia ligada al negocio ilícito del narco exportando las drogas que tantos estadunidenses desean, utilizando armas hechas en Estados Unidos. Del lado estadunidense, a lo largo de esta línea limítrofe, desde California, Arizona hasta Nuevo México se vende, y se anuncia en espectaculares, mariguana para uso recreativo, y en Texas, se ofrece bajo receta médica. De Arizona a Texas, una tras otra hay tiendas de armas de fuego que piden escasa documentación para vender sus productos, todo legal. En una armería en El Paso, las pistolas, revólveres, fusiles y demás son símbolos religiosos, incluyendo cruces mezcladas con imágenes de rifles de asalto. Hay sólo un muro entre las dos realidades, pero no se escucha la risa de la burla que esto representa para ambos lados.
El muro marca todo, pero tristemente se vuelve “normal”. No se comenta que detrás de una escuela pública en El Paso, los estudiantes van a sus aulas y practican deporte bajo la sombra de dicha pared, o que esa división formada de hierro o cemento siempre te acompaña, en paralelo y a poca distancia, al manejar durante horas a lo largo de la frontera partiendo un desierto que por tramos casi infinitos está deshabitado.
Mientras uno cena en el restaurante Ardovino’s, de pronto sale a toda velocidad una patrulla de la migra, sube y baja por unas colinas colindantes al muro, a un lado de El Paso. Al concluir la cena, al salir del estacionamiento, los periodistas Alfredo Corchado del Dallas Morning News y Angela Kocherga de la radio publica KTEP fueron interceptados por dos vehículos de la migra con frenos rechinando y les preguntaron si habían visto algo sospechoso. Tratan de bromear y señalan que los únicos sospechosos son los dos de La Jornada con quienes estaban cenando. Al despedirse nos gritan: “¡Bienvenidos a la frontera!”
Modernos refuerzos
El muro está reforzado con cámaras, detectores de movimiento, drones y los agentes de la Patrulla Fronteriza en sus vehículos, todo con el fin de cazar a seres humanos. Y para los que logran cruzar este desierto sin sombra ni vivienda, hay casetas y retenes de la Patrulla Fronteriza, que de manera aleatoria realizan inspecciones a los vehículos que circulan en las carreteras con vista al muro.
De manera constante, sobrevuelan buitres que recuerdan que en estas tierras hay demasiados muertos. En Tucson, opera la organización No más muertos, cuyos voluntarios siguen colocando garrafones de agua y mapas en el desierto, como paquetes de salvación para los migrantes que se pierden en su viacrucis al norte. Ahí fue donde nació en los años 80 el Movimiento Santuario, liderado por el reverendo John Fife, a fin de rescatar a los refugiados de las guerras en Centroamérica, hermanos estadunidenses en medio de desiertos gobernados por políticos y oficiales antimigrantes.
Aunque la tierra es dura, las colinas y de pronto hasta montañas de esta región fronteriza se enorgullecen en ofrecer formaciones geológicas y vistas infinitas sin señales de vida; sin embargo, estos desiertos no están muertos. De hecho, el desierto Sonorense en Arizona es el desierto con la mayor variedad de plantas en el mundo, afirma el Servicio de Parques. Hay sembradíos –pistache, nuez y hasta viñedos en Arizona y Nuevo México.
Fantasmas que asustan a la historia
En el sur de Arizona, los legendarios líderes apaches, Cochise y Geronimo, fueron la resistencia contra la “civilización” imperial blanca (aunque siguen siendo calificados de indígenas “feroces” que atacaban y amedrentaban a los colonos blancos, por lo menos en la información que ofrece el gobierno local).
Los blancos establecieron fuertes desde donde lanzaron sus operaciones para suprimir a los insumisos, perdón, para “proteger” a quienes llegaron para construir el futuro. Uno de estos fuertes, Huachuca, fue establecido por el ejército de Estados Unidos en 1877 para dar la batalla contra la “amenaza” de los apache chiricahua y hoy día tiene varios contingentes, incluso uno de capacitación de inteligencia militar –algunos de sus egresados fueron comisionados a unidades encargadas de las tácticas de tortura en Guantánamo, y en Abu Ghraib.
Más adelante por la frontera, en el pueblo de Columbus, Nuevo México, sigue presente –de manera oficial– el fantasma del general Francisco Villa, quien en 1916 realizó tal vez la única intervención latinoamericana contra Estados Unidos en la historia. Hay un pequeño museo, el cual abre pocos días, y un terreno operando por el Servicio Nacional de Parques, donde el general Pershing preparó la respuesta estadunidense al atrevimiento de Villa: la “expedición punitiva” con 10 mil tropas que viajaron 800 kilómetros dentro de México para buscar al atrevido general, a quien nunca lograron ubicar.
En El Paso permanece el hotel Paso del Norte, en el que durante la Revolución Mexicana, los estadunidenses podían pagar unos centavos, pedir unos tragos, y ver la revolución en vivo, sobre todo cuando se libró la batalla de Ciudad Juárez.
Toda esta tierra partida, dividida, torcida por la historia sigue sin definir qué es norte y qué es sur, porque aquí para las plantas, los animales, los fantasmas, y muchas de las comunidades fronterizas, no hay un límite real. El superpoderoso hoy día está asustado, y prueba de ello es que, como algunas de las civilizaciones imperiales más antiguas, decidió construir un muro para protegerse de… ¿su futuro?
En la Placita Olvera de Los Ángeles hay un fragmento de 2.7 toneladas del muro de Berlín, que algunos residentes alemanes de esa ciudad intentaron donar al entonces presidente Donald Trump en 2019 (él se rehusó a recibirla).
En dicha pared, de un lado hay una lista con cientos de miles de nombres de familias separadas por el muro, y del otro hay una carta al presidente y gran constructor de muros, Trump, que dice, entre otras cosas: “Alemania está unida nuevamente y, en Berlín, sólo algunas piezas dispersas nos recuerdan que ningún muro dura para siempre”.