Una vez soltadas las amarras, seis aspirantes de diferente calado mostrarán las aguas que cada uno decida navegar. El Presidente ha decidido dejar en libertad para construir su propio camino a sus cuatro compañeros de partido; de dos invitados a la contienda, uno, Gerardo Fernández Noroña, ya era libre; el otro, Manuel Velasco, tiene su juego propio, referido a intereses personales y de grupo.
El poder de AMLO sobre las decisiones de los contendientes estará limitado. Como ocurre periódicamente en cualquier democracia liberal real, se ha abierto el espacio temporal de una incertidumbre prácticamente total: ahora la sociedad, los electores y los aspirantes ignoramos lo que habrá de ocurrir.
Tenemos novedades sin precedente en la historia mexicana: una muestra representativa de los electores elegirá a quien habrá de ser el candidato de Morena. Los aspirantes debatirán mediante conversación pública con los electores. Conoceremos el resultado el 6 de septiembre. En las condiciones actuales de México (una oposición impotente), el resultado de la encuesta equivale a la elección de quien habrá de presidir el Poder Ejecutivo, salvo que una catástrofe política deshaga el fuerte lazo de continuidad entre la encuesta y la elección presidencial.
Morena ha debido utilizar el artificio de una elección de “coordinador de los comités de defensa de la Cuarta Transformación” para operar en fecha extemporánea –según las reglas electorales– su necesidad política. Las novedades agregan elementos azarosos al mar de la incertidumbre democrática en que ya nos encontramos. El paso por la intrincada aduana de la democracia electoral de las élites políticas es inevitable, si lo que se quiere es acceder al espacio de la democracia social en el que se puede dar continuidad y profundidad a la 4T. Es ahora: los encuestados por Morena –al que le toque– debemos elegir en la encuesta a un(a) sucesor(a) real del presidente López Obrador.
Es ahora: nos corresponde expresar nuestras percepciones y preferencias. La presencia de Fernández Noroña en la contienda tendrá el efecto de jalar hacia la izquierda la elección por encuesta. Manuel Velasco, por el contrario, la jalará hacia la derecha, aunque parece claro que la fuerza electora de Noroña es sensiblemente mayor que la de Velasco, un contendiente cuya función es agregar eventuales votos en el Congreso. En este momento, de cara al espectro ideológico electoral acotado de los seis contendientes, están ubicados a la izquierda Claudia y Noroña, y en el derecho Ricardo Monreal y Manuel Velasco. La posición de Adán Augusto López Hernández es elusiva, de intención más pegada, dice, a la continuidad de AMLO; la de Marcelo Ebrad es difusa, con ángulos inasibles. Se ubica hacia el centroderecha, cualquier cosa que “centro” signifique.
Ojalá el discurrir público de cada uno de los aspirantes sea diáfano: que desmienta o corrobore las percepciones de cada uno. Lo veremos. La claridad ideológica y la confiabilidad de los contendientes, serán determinantes. Por supuesto, está de por medio el alcance que podrían tener las “narrativas” mentirosas que no tengan más propósito que allegarse votos: por muchos lustros ha estado presente como pensamiento dominante la tesis de que no existe una realidad, sino “narrativas”: “cada quien su realidad”. Los sujetos políticos adheridos a esa postura mienten sin titubear porque todo se vale en el campo de las “narrativas”. Por su posición en la sociedad las clases medias son más susceptibles de caer en este garlito. Segmentos de diverso tamaño de estas clases son aspiracionistas, una descripción que no hace mucho tiempo levantó ámpulas entre esos mismos segmentos defendiendo su “derecho legítimo a aspirar a una vida mejor”. El aspiracionismo del que aquí se habla es el del consumismo sin freno que le muestran (y le prometen) las clases altas y propietarias a esos segmentos de clase media. Ningún programa de justicia social le dice nada a dichos segmentos, y no van a votar en ningún caso por Morena. Pero la izquierda no puede sino combatir el garlito a los electores mediante la promesa del consumismo ilimitado.
En la campaña que desembocó en la elección de julio de 2018 se creó por necesidad, frente a las mayorías, una fusión entre el programa y el líder de la transformación. AMLO, candidato de Morena, y su programa, eran una sola y la misma cosa; AMLO personificaba el programa. Ahora, vuelto Presidente, AMLO personifica el programa de gobierno. Ningún candidato de Morena puede sustituir a Andrés Manuel en ese rol. Los electores pertenecientes a las mayorías deben ahora operar con dolor, o con turbación o desasosiego, la separación entre el programa y su líder, porque un nuevo miembro de Morena deberá responsabilizarse del programa; de su continuidad y su profundización.
Es Claudia quien en mi percepción y en mi confianza puede de mejor manera realizar la tarea de la continuidad y la profundización. Decida usted querido(a) lector(a) quién es el relevo más confiable.