Madrid. Inmaculada era una mujer de 57 años que trabajaba como telefonista en uno de los llamados call center, en este caso de la empresa Konecta, que el pasado martes, alrededor de las 12:30 de la mañana, cuando estaba en mitad de la jornada laboral, levantó la mano para llamar a su supervisora. Estaba sufriendo un paro cardiaco fulminante y antes de que llegara su jefa se desvaneció en su asiento y murió casi al instante. El resto de los trabajadores, alrededor de 70, recibieron la orden por parte de la empresa de seguir trabajando porque eran “un servicio esencial”. Uno de ellos relató abatido a uno de sus representantes sindicales: “Nuestra compañera está tirada en el suelo y nosotros cogiendo llamadas”.
Ocurrió el pasado martes pero la historia no trascendió sino hasta hoy, cuando los sindicatos decidieron denunciarlo públicamente. Konecta es una empresa de telefonistas especializados que trabajan a modo de “subcontrata” para la multinacional eléctrica Iberdrola. Las personas que atienden el teléfono, entre ellos Inmaculada, no tienen ninguna vinculación orgánica con la empresa energética, pero finalmente son ellos los que escuchan y atienden las quejas, los reclamos, los gritos y hasta los insultos de los clientes de Iberdrola, que en los años recientes, con las tarifas de la electricidad por los cielos, han aumentado considerablemente.
La empresa para la que trabajaba Inmaculada tiene las mismas condiciones laborales que este tipo de compañías, los call centers, con jornadas laborales muy estresantes porque se cronometran el tiempo de las llamadas y los asuntos que atienden, sólo tienen derecho a descansos breves cada hora y siempre bajo la mirada atenta de los supervisores, que observan desde la misma sala a los telefonistas mientras hacen su trabajo y si es necesario resuelven dudas técnicas. Desde que surgieron este tipo de empresas, con el mismo modelo en todo el mundo, han proliferado las denuncias por las durísimas condiciones laborales y por los bajos salarios, además de su condición de empresa ajena para las que finalmente trabajan, que suelen ser las grandes multinacionales de los sectores más diversos, como fue en este caso la energética española.
Según la versión difundida por los sindicatos Comisiones Obreras, la Confederación General del Trabajo y la Unión General de Trabajadores, Inmaculada murió casi al instante y cuando llegaron los servicios de urgencias médicas intentaron reanimarla, pero sin éxito. Fue entonces cuando se decretó su fallecimiento y se llamó a un juez y a un médico forense para que levantara el acta pública del hecho. Ese procedimiento, obligatorio por ley, se prolongó durante algo más de tres horas, en el que estuvo el cuerpo inerte de Inmaculada en el suelo de la oficina, mientras sus compañeros, encerrados en sus cubículos y con los audífonos en la cabeza y la mirada fija en la computadora, siguieron trabajando. Algunos intentaron irse, afligidos por la situación, pero fue entonces cuando recibieron la orden de seguir en sus puestos porque su trabajo se consideraba “esencial” para la empresa para la que fueron subcontratados, es decir para Iberdrola.
Algunos de los líderes sindicales que fueron informados de la situación decidieron ir de inmediato a la propia sede de la empresa y fue cuando vieron en primera persona cómo varios trabajadores seguían contestando llamadas con el cadáver a pocos metros de uno de ellos: “Una compañera tuvo que sujetarla para que no se cayese de la silla”, relataron.
La CGT emitió un comunicado en su página web en el que expresaron su “repulsa a los responsables de Konecta por semejante comportamiento. Nos ha faltado humanidad, empatía y respeto a raudales”. Además, la UGT reclamó respeto para “la compañera fallecida” y expresó su “malestar e indignación” por la “lamentable actuación” de la empresa al obligar a los empleados a continuar atendiendo llamadas, tratándolos como si fueran robots. “¿Dónde está la humanidad en Konecta?”, plantea el sindicato.