¡Ah las delicias de pertenecer al sector privado! Pero no cualquier sector privado sino el de las grandes corporaciones financieras, industriales, de servicios y agrícolas. Nada como invertir a expensas de los impuestos, fracasar y ser rescatado, también a expensas de los impuestos que todos pagan.
Lo mismo en bancos, carreteras, vías férreas y grandes obras de infraestructura, la historia se repite una y otra vez. Hagamos una carretera con dinero de los impuestos, obtengamos ganancias, y cuando haya que tapar los baches pediremos al gobierno que lo haga a costa de los causantes. Algo así sucedió en Detroit con la industria del automóvil, en Wall Street con los bancos, en Louisiana y Texas con el petróleo, y en los subsidios a la agroindustria.
Uno de los casos más recientes es el de la industria electrónica y la inherente a la elaboración de programas basados en el uso de Internet. Una vez concluida la fase de fabulosas ganancias, los inversionistas, dueños y gerentes de las empresas han iniciado el éxodo hacia regiones donde puedan repetir la historia. Les tiene sin cuidado dejar colgados a miles de empleados que fueron claves en la obtención de sus ganancias.
En California, dos casos de este fenómeno son paradigmáticos de la forma en que se ha abusado del apoyo del Estado en la creación de medios para el desarrollo. Uno es de la compañía que abastece de gas y electricidad a la mayor parte del estado. Unos años después de fundada, con los auspicios del gobierno, acabó con la competencia y se convirtió en el monopolio más grande de EU en su ramo. Su irresponsabilidad en el mantenimiento de las redes de distribución de electricidad y gas tuvo como resultado la ola de incendios que en 2017 ocasionó la pérdida de por lo menos 100 vidas y la destrucción de 10 mil viviendas. Las demandas millonarias de los damnificados motivaron la quiebra de la empresa mediante la que evadió el pago de millones en impuestos. El resultado final fue que el consorcio de empresas financieras que detentan la mayoría de las acciones de la corporación se deshizo de ellas, lo que les redituó más de 2 mil millones de dólares. El otro caso es el de Tesla, la fábrica de autos eléctricos. Se estima que el Departamento de Energía de EU y el gobierno de California otorgaron subsidios y préstamos directos por 10 mil millones de dólares para su construcción y funcionamiento. Pero cuando los empleados exigieron mejores condiciones de trabajo, la empresa decidió mudarse a otro estado que le otorgara mayores facilidades, subsidios y leyes más laxas en la contratación de trabajadores.
Son evidentes las argucias de los “modernos barones del sector privado”, cuya meta es apropiarse de la tajada mayor del producto de toda la sociedad. Algunos estudiosos se han referido a una variante del capitalismo que aprovecha al máximo la política estatal como vía para acrecentar la acumulación de su riqueza. En última instancia, esta o cualquier otra variante similar, refrenda la privatización del Estado como vía para ampliar aún más la brecha económica que caracteriza a la sociedad moderna.
Para la mala fortuna de quienes se quedan a la orilla de la carretera en ese tipo de desarrollo, no hay visos de que la anomalía se corrija en el mediano y tampoco en el largo plazo, según enseña la historia.