A Donald Trump se le acusa de cometer delitos referidos a los documentos clasificados que mantenía en su poder, en la mansión de Mar-a-Lago en Florida, y que se habría llevado, ilegalmente, de la Casa Blanca cuando dejó de ser presidente.
Esto lo enfrenta con el fiscal federal Jack Smith. Ya ha cargado en su contra llamándolo un “furioso y descontrolado odiador de Trump”, al igual que a su esposa.
El asunto se agravó cuando una vez descubierto, devolvió unos cuantos documentos, pero conservó más de un centenar de ellos al ser requerido por el Departamento de Justicia. Se le acusa, además, por mentir e incitar a mentir a sus abogados y a su ayudante personal, Walt Nauta, también imputado en los hechos.
Un juez prohibió a Trump discutir sobre el caso con cualquier implicado que pudiera ser llamado como testigo en el juicio. Ese es el caso de M. Evan Corcoran, uno de sus abogados y potencial testigo de relevancia, que grabó una serie de notas sobre sus tratos con Trump; ha sido citado por ello.
Un verdadero thriller en la mejor tradición de la literatura de suspenso estadunidense. Pero no es una novela. Trump es el primer ex presidente que enfrenta cargos criminales de índole federal. Su reacción fue la esperable, llamó a esto una “persecución política y un atroz abuso de poder”.
Trump se ha referido en repetidas ocasiones a que existe lo que llama un “Estado profundo”, dedicado a minar su presidencia y que asocia con personas cercanas a Barack Obama. De modo más amplio correspondería a una colusión de un gobierno oculto dentro del legítimamente electo.
Trump alegó que tenía todo el derecho para conservar los documentos clasificados y de seguridad nacional hallados en su club privado. Muchos de ellos los mantenía en cajas apiladas en un baño de acceso público; de contenido sensible y sobre los que habría incluso alardeado con algunos de sus invitados.
La acusación se sustenta en la Ley de Espionaje adoptada por el Congreso en 1917, que de modo amplio criminaliza el mal uso de documentos relacionados con la defensa nacional. Otro antecedente es el de Watergate y los papeles de Richard Nixon, lo que dio lugar a la Ley de Documentos Presidenciales de 1978 que tiene que ver con aquellos que deben depositarse en los archivos nacionales.
Puesto que el Departamento de Justicia ha conseguido ya condenas por sedición, para algunos acusados por la revuelta en el Congreso el 6 de enero de 2021, es decir, por el esfuerzo para derribar al gobierno u oponerse por la fuerza a la autoridad, sería plausible que el fiscal Jack Smith procediera también y por separado en contra de Trump.
El ambiente político en Estados Unidos está marcado de modo muy definido por las declaraciones, las acciones de Trump desde su campaña política en 2016 y, ahora, con las denuncias legales en su contra.
Ahora pretende nuevamente ser candidato a la presidencia por el Partido Republicano en las elecciones de 2024, y va a la cabeza en las encuestas para las primarias. Nada impide que sea candidato a la presidencia mientras está indiciado o aun si es convicto; lo que abre un espacio adicional de conflicto.
Trump acusa a Biden y al fiscal general Garland de judicializar la política, pero como correlato él politiza la justicia; un entramado cada vez más complejo y riesgoso. Es un asunto que se advierte también en otras partes.
Trump ha marcado un estilo eminentemente contencioso de hacer política. Llega a un segmento de la población que tiende a radicalizarse y encuentra en él una expresión de sus necesidades reales o imaginarias, sus frustraciones y sus enconos. Esto recuerda el famoso texto de Czeslaw Milosz titulado La mente cautiva, una cuestión que analizó en torno al totalitarismo estalinista y que hoy se advierte de modo más extendido.
En cuanto a los políticos republicanos, muchos optan por participar de tal ambiente incluso en contra del sistema legal vigente. La verdad y la mentira se confunden en esencia y de modo recurrente; la confrontación en esa sociedad está por ahora al rojo vivo. Lo morboso se encumbra como una manifestación del quehacer político. El caso Berlusconi está aún fresco.
Los escenarios que se desprenden de esta pugna son, por ahora imprevisibles. ¿Recuperará Trump la atracción que ejerció sobre los votantes y que lo llevó a la presidencia en 2017? ¿Qué expresiones tendrá la lucha política que ya está abierta?
Un rasgo relevante que enmarca la batalla política hacia 2024 es, además, la incapacidad mostrada hasta ahora por demócratas y republicanos para propiciar la renovación generacional en el gobierno.
Leonardo Sciascia, sin duda, escribiría una soberbia crónica acerca de los actos delictivos que se imputan a Donald Trump y su contexto. Lo hizo de modo insuperable con El caso Aldo Moro, un retrato político y sicológico del secuestro y asesinato del ex primer ministro y entonces presidente de la Democracia Cristiana de Italia en 1978.