Acomodos y reacomodos tenemos, hasta ahora circunscritos a la política para lo inmediato de Morena y su dirigente. No van solos, y sería un grave error de su parte suponerlo, pero por lo pronto la cancha es suya.
La falta casi absoluta de postulados o reflexiones políticas, de los políticos, debería ser una severa llamada de atención sobre la carencia de contenido del orden democrático, pero no ocurre tal. Prohibido pensar, discurrir, reflexionar, debatir, parece ser consigna cotidiana de tirios y troyanos; liberales, conservadores, revolucionarios, tuiteros profesionales…
Haber llegado a un acuerdo negacionista, como recientemente hizo la cúpula moreniana, es una decisión grave. Acogerse al resultado de una encuesta para designar a su candidato presidencial es, sin más, renunciar a la política que se hace cara a cara y se resuelve, tentativamente, en primarias y a voz en cuello. Esto es lo que se ha hecho: un compromiso festejado y asumido por los aspirantes para negar la política como, por cierto, ha ocurrido con las varias infracciones a las leyes, sean electorales o no, tarea que realizan con singular entusiasmo los miembros del grupo dirigente.
Cuál será el resultado de esta mezcla confusa y obtusa, no lo sabemos; sí sabemos que afecta la credibilidad del Estado y sus leyes, daño que tarde o temprano afectará la propia solvencia de la coalición gobernante. Se habla con desparpajo del desorden imperante en el régimen y su sistema, mientras el desorden de fondo, el que yace en los sótanos del Estado y la política, parece imperturbable. Nada pasa ahí, nada por qué preocuparse. ¿Sin novedad en el frente? No, sin novedad en la frente, nos informan los medios celebrantes.
Un asalto al Estado de mayores proporciones que los acaecidos en los últimos tiempos, en versión de mi amigo y colega Tonatiuh Guillén, podría poner nuestro edificio institucional contra el suelo.
A vivir uno de esos derrumbes que arrasan sistemas, convenciones, y expulsan a cientos de miles de sus lugares de origen y trabajo.
No pienso que cosa tal esté en el horizonte, pero sí sé que cosas como esas siempre pueden ocurrir en democracias lábiles como es la nuestra. Bien lo dijo José Woldenberg (“¿Por qué no vivimos (aún) en una dictadura?”, El Universal, 13/6/23) dictadura no hay, pero sí tentaciones y podrían ser muchas.
Sería bueno saber qué piensan estos enmascarados, llamados defensores de lo que sea, de la tragedia laboral que se condensa en los jóvenes; qué opinión tienen del (mal)desempeño de la economía; si están seguros de que con los recursos con que cuenta el Estado se pueden ofrecer, y garantizar, bienes públicos indispensables para que los mexicanos ejerzan plenamente, dice la Constitución, sus derechos.
Hasta hoy no lo sabemos ni lo hemos leído en algún libro; se requiere que ejerciten la voz y con ella su intelecto, para hilar un discurso claro, coherente, de reconstrucción de tejidos institucionales y de voluntades colectivas que nos ponga en el camino de un verdadero desarrollo. No puede pasar mucho tiempo sin que los aspirantes o precandidatos, que es lo que son, se manifiesten sobre estos temas y, sobre todo, en relación con la inseguridad y el crimen que nos desbordan y ahogan.
¿O el silencio de todos y para todos?