Uriel de Jesús Santiago Velasco es un niño oaxaqueño delgadito y moreno de cabello lacio que se ríe fácilmente aunque es tímido. Llegó a Chimalistac el domingo y me pidió un prólogo para su libro Tras la sombra del panteón de San Miguel, que publicó el Instituto del Patrimonio Cultural del Estado de Oaxaca.
Muy alerta, muy avispado, me pregunta qué es eso y qué lo otro y se levanta varias veces a curiosear.
–Empecé a los 12 años a publicar en la sección infantil del periódico El Imparcial, de Oaxaca. Los jefes me dijeron: “Necesitamos un reporterito para el 30 de abril”, fui y me gustó tanto que ahí sigo.
–Te ves muy chavito…
–Yo causaba gracia porque era más chaparrito, no me peinaba, andaba con los pelos de chayote y quien quiera que me veía con mi libreta decía: “Que pase el niño” y me daba la entrevista. Ahora me peino, pero mi cabello sigue siendo de chayote. Entre los primeros que entrevisté están Tania Libertad, Graciela Iturbide y usted. Cuando la vi, usted me dijo: “Niño, tienes que saber que lo primero que carga un periodista es un lápiz”, porque no traía yo nada.
–Yo nunca traigo nada y si lo tengo lo pierdo. Estamos igual.
–Hice entrevistas para la sección infantil de El Imparcial. También hablé con Guadalupe Loaeza, muy amable. Cuando los escritores iban a Oaxaca, yo los cazaba en su hotel. Cuando llegué al Quinta Real usted iba entrando, le pedí la entrevista y luego, luego la hicimos en el vestíbulo. Mientras hablábamos, usted se puso los tenis porque venía del homenaje que le hizo la Feria del Libro de Oaxaca. Yo la intercepté…
–Uriel, todavía eres un niño. ¿Cuántos años tienes ahorita?
–Cumplí 21 este viernes. Siempre la leía en La Jornada y empecé a hacer lo mismo que usted: entrevistar a la señora del pan, a la de la nieve, a las del mercado. Hice una columna: “Oaxaca, tierra de cultura”, en la sección de Sociales, la de las señoras emperifolladas y las novias de blanco. De pronto, en esa misma sección apareció la vendedora de flores, el barrendero y rompí ese mundo. Después vino mi columna “Entrevistas sin fecha”, con la que gané el Premio Nacional de Periodismo 2022.
“Fui aprendiendo porque en las primeras entrevistas hacía las preguntas de cajón: “¿Hace cuánto se dedica a esto?”, cosas muy tontas y protestaban: “Si me vienes a entrevistar debes estar preparado”. A Graciela Iturbide le pregunté de sus selfis, tiene muchos negativos de su propia persona.
–Uriel, las tuyas son buenas preguntas –lo aliento.
–De hecho, le copié a usted cuando empecé, porque preguntaba cualquier cosa y eso causa gracia. Una vez fui con Cuauhtémoc Cárdenas y cuando llegué a su casa le dije: “¡Guau, cuántos libros tiene!” y él se empezó a reír. Depende del entrevistado, pero a veces si se ríen, es mejor. En la columna “Entrevistas sin fecha” cada semana sacaba un personaje diferente y era un lío porque yo estaba en provincia y no había nadie más, nadie hacía entrevistas por allá. Nada más copiábamos las noticias, replicábamos lo de aquí. Fui a entrevistar a Leo Dan, el cantante, él me dijo que no quería cantar, sino ser veterinario, y al final cantó porque así se dieron las cosas, pero él quería curar perritos y gatitos.
“Mi columna ‘Oaxaca, tierra de cultura’ salía a lado de ‘La coctelera dominical’ y lo que más me gustó fue meter entre la crema y nata de Oaxaca al barrendero, la tamalera, la gelatinera, los personajes populares.”
–El que escribió espléndidamente sobre personajes populares fue Ricardo Cortés Tamayo, ilustrado por Alberto Beltrán, una columna preciosa.
–A mí me divertía mucho hacerlo en Oaxaca. De Sociales me pasé a Cultura y ahí me quedé, me eché 600 números. Entrevisté a Armando Manzanero, a la cantante peruana Susana Baca, a Juan José Millás, a Arturo Pérez Reverte, a Carmen Aristegui, a quién seguí hasta al aeropuerto y esperé 8 horas. “No tengo tiempo”, me dijo, pero su vuelo se retrasó y aproveché: “Ya tiene tiempo”, no pudo negarse. Todos han sido amables, he tenido suerte. También entrevisté a María Rojo.
“Ahora que vivo en la Ciudad de México se me abren puertas a raíz de que gané el Premio Nacional de Periodismo 2022. Metí una entrevista con Jazmina Barrera, escritora mexicana que publicó Punto de cruz, escritura fragmentaria para reivindicar a la mujer, al textil y al bordado. Jamás pensé que ganaría el Premio Nacional de Periodismo y cuando me llamaron: ‘Queremos saber de usted porque nadie lo conoce’, les respondí: ‘Acabo de venir de Oaxaca y trabajé en El Imparcial y ahora vivo en la Ciudad de México. ¿Para qué me necesitan?’ ‘Ganó el Premio Nacional de Periodismo’, y yo no lo podía creer: ‘Me acaba de hacer el día’. ‘Te acabo de hacer la vida’, fue la respuesta que recibí. El premio fue un impulso muy grande porque me ayudó a entrar a El Universal. Ahora ya quitaron el apoyo económico de ese premio por falta de presupuesto, pero daban 50 mil pesos, que a mí ya no me tocaron, pero sí recogí el reconocimiento el año pasado.
“Yo cubría la sección de Sociales en Oaxaca y todas las señoras decían: ‘Yo soy descendiente del gobernador’, ‘Soy descendiente del diputado’, ‘Mi papá fundó tal’, y yo, Uriel, soy hijo de una familia que no tiene nada que ver con la cultura, mi papá viene de Miahuatlán, de una familia de carniceros, de arrieros, mi abuelo es sastre, mi abuela vendía dulces que ella misma preparaba: alegrías, cacahuates garapiñados. Mi papá fue el primero de su familia en ir a la universidad y mi mamá también, a mí me tocó ser hijo de universitarios, pero aun así estábamos alejados de la cultura porque era pérdida de tiempo; sin embargo, me gustó. Venirme a la Ciudad de México fue como el grito, nadie quería dejarme porque en provincia vemos muy peligrosa a la Ciudad de México, que aquí asaltan, te roban, te faltan al respeto. Nadie había salido del pueblo hasta que yo lo hice. De Miahuatlán es mi familia, los Carrera. Llegué aquí a los 19 años, voy de vez en cuando a ver a mis papás, pero no pienso regresar porque es muy difícil la vida allá, a pesar de que hemos tenido un Benito Juárez, un Francisco Toledo, un Tamayo, el IAGO, la cosa de fotografía de Manuel Álvarez Bravo. Yo fui a varios talleres en el IAGO y tomé talleres de escritura y fui a la biblioteca. En cuanto a oportunidades, en El Imparcial el sueldo no era bueno y me iba a quedar ahí siempre, por eso me vine aquí. Vivo en la colonia del Carmen, Coyoacán, rento un cuartito con su baño, me gusta mucho la zona porque me recuerda a Oaxaca. Coyoacán es como un pueblo grandote.
“Nací en 2002, mi generación es la que creció con el celular. No se crea, soy un joven viejito y siempre he sido más viejito que joven, me dicen que soy un señorcito porque jamás me interesó el futbol. Me atraen las letras y es curioso porque a nadie le interesa en mi familia. Mi abuelo era sastre, una abuela enfermera, mi otra abuela vendía dulces que preparaba en casa y de repente salí yo, que quién sabe de dónde me gustó leer.”