Fallecido la noche del viernes a los 97 años, Esteban Volkov Bronstein “fue un importante símbolo viviente”, según el escritor británico y político marxista Alan Woods, su amigo por más de tres décadas.
“El símbolo de toda una época revolucionaria, un periodo heroico de convulsiones y tensión lleno de triunfos y tragedias, que afectó a la vida de millones de personas y, por tanto, de individuos. Y quizás en ninguna parte sea este hecho más evidente que en la familia de León Trotsky y de Esteban Volkov”, explicó.
Al enterarse del deceso del nieto del revolucionario ruso, el dirigente galés de la corriente marxista internacional compartió un texto en la publicación electrónica marxist.com en el que encomió el firme compromiso de aquél para preservar y difundir el legado histórico de su ilustre abuelo.
En su texto de homenaje, el intelectual galés apuntó que el verdadero nombre de su amigo no era Esteban, sino Vsievolod o Sieva, y explicó el porqué no ostentó el apellido del político bolchevique, quien, cabe recordarlo, se llamaba Lev Davídovich Bronstein.
“De todas formas, el propio nombre de Trotsky tenía un carácter totalmente accidental, ya que fue tomado de uno de los carceleros de Trotsky en la época zarista y utilizado en el trabajo clandestino como seudónimo”, precisó.
Esteban Volkov llegó a México a los 13 años procedente de Europa, gracias a los empeños de Trotsky y su segunda esposa, Natalia Sedova. Aquí estudió Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, como parte de su profesión, se cuenta entre quienes fabricaron las primeras píldoras anticonceptivas.
“Me apasionó (la química). Me metí al campo de la farmacéutica, en el ramo de las hormonas, donde trabajé muchos años. Era una industria en la que México fue pionero. Tuvo aplicación en los anticonceptivos. Trabajé en desarrollo tecnológico, me tocó diseñar el primer método de elaboración de anticonceptivos”, narró a este diario en 2005.
Esteban Volkov era el último testigo vivo del asesinato de León Trotsky a manos del comunista español Ramón Mercader, el 20 de agosto de 1940, fecha de la que hablaba con cierta frecuencia y con profunda emoción y nitidez.
Según contaba, él regresaba de la escuela a su casa en Coyoacán cuando percibió un movimiento inusitado frente su domicilio. Algo raro pasaba: “Tuve una sensación de angustia y una premonición”. Al entrar vio a su abuelo herido en la cabeza y un charco de sangre sobre el piso.
Pese al dolor, en medio del ajetreo de familiares, colaboradores y policías, el revolucionario ruso tuvo fuerzas para hacer dos peticiones: que sus guardias personales no mataran al agresor, para que confesara quién lo había mandado, y que retiraran a su nieto del lugar.
Ese gesto de su abuelo lo seguía conmoviendo hasta ya muy avanzada edad: “Siempre me ha emocionado que al final de su vida todavía dijera, como para protegerme: ‘mantengan alejado al chamaco, no debe ver’”.