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Economía

2023-06-16 06:00

Economía moral

Periódico La Jornada
viernes 16 de junio de 2023 , p. 20

El Fantasma en la máquina es más querido por la política de derecha que por la de izquierda, señala Steven Pinker (SP) en el capítulo 7 de La tabla rasa. Entre esos enemigos de las ciencias de la naturaleza humana hay personas de izquierda, derecha y, en medio, una serie variopinta de fanáticos monotemáticos. Hasta aquí he hablado de la furia de la extrema izquierda, dice SP. La oposición de derecha más contumaz a las ciencias de la naturaleza humana proviene del fundamentalismo cristiano. Quien no cree en la evolución, no cree en la evolución de la mente, y cualquiera que crea en un alma inmaterial, ciertamente no va a creer que el pensamiento y el sentimiento consisten en el procesamiento de información en el cerebro. La oposición religiosa a la evolución es impulsada por varios miedos morales, pues la evolución cuestiona la verdad bíblica de la creación. Pero la oposición a la evolución trasciende el deseo de defender la literalidad bíblica. Personas religiosas modernas pueden no creer en la verdad de todos los milagros que se narran en la Biblia, pero sí creen que fuimos creados a imagen de Dios, y puestos en la tierra con una finalidad superior: la de vivir una vida moral siguiendo los mandamientos divinos. Temen que si los humanos son productos accidentales de la mutación y la selección de replicadores químicos, la moral se quede sin fundamento alguno, obedeciendo ciegamente impulsos biológicos. El efecto más nocivo de la oposición de la derecha a la evolución, añade SP, es la corrupción de la educación científica en Estados Unidos por parte de militantes del movimiento creacionista. Hasta 1968 se permitía que los estados prohibieran abiertamente enseñar la teoría de la evolución. Desde entonces, los creacionistas han tratado de maniatar tal enseñanza de maneras que confían van a pasar la aprobación constitucional. La derecha religiosa está desconcertada por la evolución y por la neurociencia. Al exorcizar el fantasma en la máquina, la ciencia del cerebro –apunta SP– socava la doctrina moral que toda persona tiene un alma, que identifica valores, ejerce el libre albedrío y es responsable de sus decisiones. Si la conducta está controlada por circuitos del cerebro que siguen las leyes de la química, elección y valor serían mitos, y se evaporaría la posibilidad de responsabilidad moral: “Si nuestras creencias son productos inconscientes de nuestra existencia material, entonces se revela que todo lo que da sentido a la vida humana –la religión, la moral, la belleza– carece de base objetiva”. Otra doctrina moral cristiana es que el alma entra en el cuerpo en el momento de la concepción, con lo que se define quién es una persona con derecho a la vida y convierten el aborto y la eutanasia en asesinato.

Pero la oposición del ala derecha a las ciencias de la naturaleza humana ya no se asocia sólo con los fanáticos bíblicos. Hoy cuestionan la evolución algunos teóricos que se adhieren a la hipótesis llamada Diseño Inteligente, cuyo origen se debe al bioquímico Behe. La maquinaria molecular de las células no puede funcionar de una forma más simple, dice, y por consiguiente no pudo haber evolucionado poco a poco por la selección natural. En lugar de ello, tiene que haber sido concebida como la invención de un creador inteligente. El creador pudo haber sido algún ser extraño avanzado del espacio exterior, pero todo el mundo sabe el trasfondo de la teoría: fue Dios. Los biólogos rechazan las argumentaciones de Behe por varias razones. Su pretensión específica sobre la «complejidad irreductible» de la bioquímica está por demostrarse o es simplemente errónea. Toma cualquier fenómeno cuya historia evolutiva no se haya averiguado aún y, por defecto, la apunta al diseño. En lo que al creador inteligente se refiere, Behe de repente echa por la borda todos los escrúpulos científicos y no pregunta de dónde vino éste ni cómo funciona. E ignora las pruebas abrumadoras de que el proceso de la evolución, lejos de ser inteligente y teleológico, es derrochador y cruel. No obstante, importantes neoconservadores se han adherido a la teoría del Diseño Inteligente. Otros intelectuales conservadores también simpatizan con el creacionismo por razones morales. Una historia titulada «El Darwin negable» apareció en la cubierta de Commentary, lo cual significa que una revista que en su tiempo fue un foro importante de los intelectuales judíos laicos, hoy se muestra más escéptica que el Papa sobre la evolución. No está claro si estos pensadores mundanos están realmente convencidos de que el darwinismo es falso, o si piensan que es importante que otras personas crean que es falso. Así ha escrito Kristol: “Si existe un hecho indiscutible sobre la condición humana es que ninguna comunidad puede sobrevivir si está convencida de que sus miembros llevan una vida carente de sentido en un mundo sin sentido”. Y explica el corolario moral: hay distintas clases de verdad para diferentes tipos de personas. Hay verdades apropiadas para niños; verdades adecuadas para estudiantes; verdades apropiadas para personas mayores y con estudios; y verdades apropiadas para mayores muy bien formados, y la idea de que debería haber un conjunto único de verdades al alcance de todos es una falacia democrática. No funciona. Muchos intelectuales conservadores coinciden con los cristianos fundamentalistas en deplorar la neurociencia y la sicología evolutiva, que según ellos deja sin explicación el alma, los valores eternos y el libre albedrío. Incluso un autor tentado por la izquierda, Tom Wolfe, que admira la neurociencia y la sicología evolutiva, se preocupa por sus implicaciones morales. En su ensayo “Lo siento, pero su alma acaba de morir”, sostiene que cuando por fin la ciencia ha matado el alma («el último refugio de los valores»), «el espeluznante carnaval que sobrevendrá podría hacer que la expresión [de Nietzsche] “El eclipse total de todos los valores” parezca insulsa. Entretanto, la idea de un yo –que ejerce la autodisciplina, pospone la gratificación, domina el apetito sexual, refrena la conducta agresiva–y puede llegar a ser más inteligente y ascender a las cumbres más altas de la vida, sin ayuda de nadie, mediante el estudio, la práctica y la perseverancia ante grandes adversidades, está ya desvaneciéndose. “¿Dónde deja esto al autocontrol? –se pregunta–, ¿dónde, si la gente piensa que ese yo fantasmagórico ni siquiera existe, como lo demuestran las imágenes del cerebro de una vez por todas?” Una ironía en la negación moderna de la naturaleza humana es que los militantes de los polos opuestos del espectro político, que normalmente no soportan verse mutuamente, descubren que forman una extraña pareja. Recordemos que los firmantes de Against Sociobiology decían que teorías como las de Wilson “supusieron una importante base para las políticas eugenésicas que condujeron a las cámaras de gas de la Alemania nazi”. Izquierda y derecha también están de acuerdo en que las nuevas ciencias de la naturaleza humana amenazan el concepto de responsabilidad moral. Cuando Wilson sugirió que, en los seres humanos, como en muchos otros mamíferos, los machos buscan un mayor número de parejas sexuales que las hembras, Rose le acusó de que lo que en realidad decía era: no culpen a sus compañeros de que se acuesten por ahí. No es culpa suya. Están programados genéticamente. Compárese con lo que dice Wolfe, sólo en parte irónico: “El macho de la especie humana está cableado genéticamente para ser polígamo, es decir, infiel a su pareja legal”.

A Ricardo Rocha, periodista críticoque dio voz a personas críticas

www.julioboltvinik.org

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