En plena guerra civil española, Barcelona encarnaba como ninguna otra ciudad la concentración de los enemigos a batir para las fuerzas de Francisco Franco. Mientras clubes y organismos de futbol enfrentaban un amplio listado de confiscaciones sindicales, el comité de empleados de la entidad azulgrana informaba a sus jugadores que no les era posible mantener los acuerdos pactados en sueldos y fichas anuales.
La represión caracterizaba los primeros pasos de un régimen sin compasión, escribe el periodista Frederic Porta en El Barça y México en 1937. Tiempos de Cárdenas, obra que relata la gira que por invitación del presidente Lázaro Cárdenas realizó el equipo catalán en un momento de profunda cri-sis económica. Ante la dificultad de recaudar dinero y el reclamo de sus socios por deudas pendientes, el calendario deportivo del Barça se acrecentó con amistosos que se desvanecían por imposibilidad de caja.
El déficit del club al comenzar la guerra estaba cifrado en 177 mil 633 pesetas y no resultaba extraño que una gran cantidad de jugadores buscara destinos lejanos donde fijar sus esperanzas. “Sin México ni el presidente Cárdenas, al Barça se lo hubiera llevado la chingada”, sostiene el historiador y prologuista del libro José María Murià; “perdón que me ponga patriotero, pero hay una calidad en este país. A lo mejor, incluso, algunos mexicanos dijeron: ‘ustedes nos han menospreciado y ahora van a recibir una lección de buenos modales’”.
En los últimos meses de aquel 1936 el futbol había dejado de ser una prioridad para los barceloneses, que se quedaron sin ánimo de comprar entradas y asistir a partidos que a menudo terminaban en peleas de jugadores.
El Barça era entonces un modo disimulado de hacer catalanismo, continúa Murià en entrevista con La Jornada. “No en vano es ya un lugar común asegurar que es ‘Más que un club’, pues encarna en gran medida la aspiración de autonomía y hasta de un país independiente. Las estrofas de su himno sintetizan las razones: ‘No importa de dónde venimos/ si del sur o del norte/ ahora estamos de acuerdo, estamos de acuerdo/ una bandera nos hermana’”.
Con la continua baja de socios y una temporada irregular en el campeonato de Cataluña, los azulgranas recibieron a finales de octubre la primera invitación del club Asturias para cruzar el Atlántico y jugar cinco partidos en México; sin embargo, al estar en competencia, los responsables de la institución declinaron el ofrecimiento, detalla el autor en su obra. Bajo idénticos argumentos, más la recién creada Liga Mediterránea –torneo que enfrentaba a cuatro equipos catalanes y otros cuatro de Levante–, los otros dos intentos de los asturianos quedaron al margen.
“Los primeros ofrecimientos eran un poco abusivos”, explica Murià, egresado de la Universidad de Guadalajara y doctor en historia por El Colegio de México. Fue entonces que un empresario catalán establecido en el país, Manuel Mas Serrano, y quien además había sido jugador de la selección de beisbol azulgrana años atrás, realizó una propuesta de 15 mil dólares netos por la celebración de seis encuentros en diferentes ciudades. Defensor de la legalidad republicana, “la figura del presidente Cárdenas jugó un papel importantísimo”.
La expedición
Entre las condiciones para la expedición se estableció que los gastos de alojamiento en hoteles de primera categoría, facturas que inclu-yeran bebidas no alcohólicas, lavado de ropa y traslados en taxis o tren correrían a cargo de Mas Serrano. De igual manera, el Barça pidió que los partidos contra América, Asturias, Atlante, España y Necaxa debían jugarse en domingos consecutivos por cuestiones de desplazamiento y descanso.
El presidente Cárdenas arregló todas las condiciones para que fueran tratados a cuerpo de rey, menciona Murià y a la vez sonríe, entrelazan-do de nuevo la historia del club fundado en 1899 con nuestra nación. La gira du-ró cinco meses a partir del mar-tes 18 de mayo de 1937, cuando los expedicionarios tomaron un tren desde la Estación de Francia hacia el puerto de Saint Nazaire, don-de embarcaron seis días después en un vapor llamado Mexique.
A bordo viajaron también 456 niños y niñas de la costa mediterránea, los llamados Niños de Morelia, al ser esta la ciudad que los acogió durante los primeros años. Así la imagen de españoles y catalanes quedó reforzada con la presencia de un Barça ejemplar, que simbolizó el papel de embajador de una democracia en peligro. Después de caer en su estreno 2-0 ante el América el 20 de junio, los azulgranas hilaron una serie de victorias contra el Atlante (2-1), el España (5-4) y el Necaxa 4-2, en aquel momento campeón de la liga mexicana.
Al mismo tiempo, los jugadores concedían autógrafos y participaban en bailes recibiendo regalos en forma de cigarrillos, invitaciones a tomar y otras gentilezas. Muchas de esas comilonas provocaron que su nivel menguara en el final de una gira que se extendió hasta arri-bar a Estados Unidos, donde les aguardaban cuatro amistosos más en Nueva York. Los empresarios neoyorquinos convencieron a la institución catalana con 5 mil dólares netos de avance, a pesar de que su futbol estuviera lejos del primer nivel.
Finiquitada la excursión por la Gran Manzana, el viaje de vuelta en barco resultó larguísimo y sumó varias escalas. Nueve de los 20 viajeros se quedaron en México, otros dos hicieron su vida en Francia. Pero la continuidad del Barcelona quedó garantizada con 12 mil 900 dólares de beneficio, una deuda de agradecimiento aún pendiente de saldar con el país, según Murià, “porque a los españoles les jode mucho debernos el favor y reconocer lo que México hizo por ellos”.