Delincuente habitual: así una sentencia condenatoria por fraude fiscal en 2013 describía a Silvio Berlusconi, fallecido el martes a los 86 años. Sin duda, se trata del personaje más sombrío, polémico e influyente de la política italiana desde 1994, cuando, por primera vez, ejerció de primer ministro por sólo unos seis meses.
Luego le tocarían tres periodos al frente del Ejecutivo, siendo 2001-06 el más duradero de la historia republicana. Sin embargo, éste será recordado por la que Amnistía definió como “la mayor violación a los derechos humanos en Europa occidental desde de la Segunda Guerra Mundial”, o sea, la represión en Génova durante la cumbre del G-8, el asesinato extrajudicial de Carlo Giuliani y la masacre de la escuela Díaz, en julio de 2001.
El auge de Berlusconi duró hasta 2011, cuando llevó al país casi a una crisis financiera y abdicó en pro del tecnócrata Monti.
Luego comenzó una lenta decadencia. Aunque hoy se acerca a la irrelevancia electoral, su partido-empresa, Forza Italia, mantiene en el parlamento votos suficientes para decidir el futuro del gobierno neofascista de Giorgia Meloni. En estos años un país entero se vio empantanado en discusiones estériles sobre los problemas judiciales del Cavaliere, sobre sus chistes, prostíbulos y conflictos de intereses, mientras el mundo cambiaba vertiginosamente y el país quedaba al margen.
La trayectoria berlusconiana, ligada con la de personajes autoritarios como Bush hijo, el español Aznar y Putin, hizo escuela.
Su populismo neoliberal, imbuido de meritocracia barata y embelesamiento mediático, abrió paso a la plaga de los hodiernos populistas de derecha, fabricantes de fake news, dizque antisistémicos, pero muy funcionales al capital, como Trump, Bolsonaro, Javier Milei o Lilly Téllez.
Berlusconi usó su imperio televisivo, formado gracias a la relación con el socialista Bettino Craxi y la Democracia Cristiana para conquistar el poder y bloquear la justicia en los 36 procesos que lo involucraron. Casi todos salvo uno, por evasión fiscal, cayeron o se archivaron por prescripción, por cambios a la ley impulsados por sus gobiernos, indultos, amnistías y, ahora, por su fallecimiento.
Cuando, 1992-94, debido a escándalos de corrupción, se derrumbó el sistema de partidos que lo había sostenido como empresario, no le quedó de otra que “entrar a la cancha” y vender directamente al “pueblo de los moderados” su nuevo “milagro italiano” de orden y libertad. Nada fue cumplido.
Así, fuera de la ley o modificándola, Berlusconi siguió usando su influencia mediática para propalar la mentira de un supuesto self-made man, que hace alarde de su riqueza, de mujeres convertidas en mercancía, mansiones de lujo y equipos de futbol como si fuera un modelo de vida deseable para la sociedad y al alcance de cualquiera con un poco de esfuerzo.
El político manejó la res publica y los medios para su interés particular, para crecer su poderío empresarial y difundir valores antisociales e individualistas: enriquecimiento a toda costa, sometimiento de los cuerpos femeninos, evasión fiscal, antiestatalismo ideológico, trampa a la ley e impunidad como virtudes. Formas recurrentes de anticomunismo, casi patológicas y alucinadas, pero eficaces tras el fin de la URSS, completaban su kit de manipulación masiva.
La televisión berlusconiana propició una degradación cultural por su concepción machista, exacerbando el credo consumista, la misoginia y el bajo estándar de los medios.
El Caimán, como lo rebautizó el director Nanni Moretti, abusó como premier, al inventar, por ejemplo, que Karima El Mahroug, la marroquí menor de edad, víctima de prostitución y “beneficiaria” de sus apoyos económicos, era “nieta de Mubarak” (entonces presidente egipcio) para que la policía la liberara. Definió a la canciller alemana Angela Merkel como “culona incogible” (sic) y prometió a su equipo, el Milán, que, de ganar un partido, les regalaría “un camión de putas” (sic).
Entre otras hazañas demenciales, avergonzó a Italia, sosteniendo que el entonces presidente ruso, Medvedev, podría llevarse con Obama porque el mandatario americano era “joven, bonito y bronceado”, a la vez que en el Parlamento Europeo provocó al líder de los socialistas alemanes Schultz, proponiéndolo para un rol de prisionero traidor y colaboracionista en una peli sobre campos de concentración. Misoginia, clasismo, racismo y agresividad disfrazada de picardía caracterizan todavía muchos liderazgos y proyectos políticos tóxicos en el mundo.
Lo más grave es que Berlusconi se llevó los secretos sobre los orígenes de su patrimonio, la relación con la Cosa Nostra y la era de atentados mafiosos de principios de 1990, que antecedieron su ascenso político. Mientras la mayoría de los medios italianos ahora confeccionan su beatificación póstuma y el gobierno absurdamente le concede un día de “luto nacional”, cabe auspiciar que la historia no se vuelva una hagiografía y la memoria no caiga en prescripción.
* Periodista italiano