Madrid. La coreógrafa canadiense Marie Chouinard presentó por primera vez en Europa, en los Teatros de Canal de Madrid, su última creación, M, una vuelta a los orígenes, a los sonidos guturales más primarios, a la vida contemplativa ante la majestuosidad y la armonía de la naturaleza, al sonido del agua, a los arrebatos sexuales más tórridos, al eco que reverbera de la cueva y germina en sonido musical, palabra y arte.
M es una danza que inunda poco a poco el escenario. Al principio casi no hay movimientos, los bailarines parecen estatuas congeladas, extasiados ante lo que ven sus ojos y que, todo sugiere, se trata de un mundo salvaje y bello, lo que parece el origen de la vida en la Tierra. Y así, sólo guiados por su respiración y voz, producen sonidos que de inmediato se convierten en melodías tonales y atonales, que generan un exorcismo en los cuerpos de esas figuras que estaban estáticas, y que sólo entonces empiezan a moverse renunciando a su propio raciocinio y voluntad para entregarse de lleno a ese canto primario y repetitivo.
Chouinard, nacida en 1955 y con una imaginación y creatividad desbordantes, también es la responsable de la escenografía, el vestuario y las luces, que son fundamentales para crear esa atmósfera entre futurista y primitiva, en la que los bailarines van desnudos de la cintura para arriba, ataviados con pantalones y pelucas de colores vibrantes, emulando a figuras mitológicas o animales ancestrales que evolucionan en el escenario con la música de sus voces, que es además obra original del creador Louis Dufort.
La propia Chouinard explicó sobre M que “repitiendo movimientos apenas perceptibles, una pulsión agita los pulmones y los huesos: despertar de emociones, puesta en marcha de la mecánica delirante de los seres vivos. Una comunidad que avanza con precisión de un cuarto de rosca y que golpea en bucle las raíces de la locura y la lucidez. ¿Se derrumban los cimientos de la realidad? De un nuevo orden desordenado emergen las conexiones amistosas y luminosas a proteger. Los movimientos del alma, para ver, saber y apreciar mejor. Y cerrar los ojos sonriendo”.
La puesta en escena es finalmente una oda a la vida con sonidos singulares y originales, algunos divertidos, otros extraños, pero todos despiertan finalmente un caudal de emociones y absorbe en un mismo gesto la danza, la poesía, el dibujo, la fotografía, el cine, la instalación de plástico y las nuevas tecnologías.
Chouinard fundó hace tres décadas su propia compañía tras una docena de años bailando, desde la que ha profundizado una de sus ideas matrices: la poética del cuerpo. Y así lo ha hecho con producciones anteriores, como Mouvements (2011), homenaje al poeta y pintor Henri Michaux, y Jérôme Bosch: Le jardin des délices (2017) dedicada a El Bosco, entre otras. Con el paso de los años se ha convertido en una de las figuras femeninas más destacadas de la danza internacional, en especial desde que empezó a desarrollar un lenguaje personal a través de coreografías, performances, obras vocales, instalaciones y películas en las que muestra su atracción por el cuerpo humano y la investigación formal.
Con M esa poética del cuerpo se funde a su vez con una reflexión en torno al pasado más remoto y, al mismo tiempo, con un torbellino de inquietudes respecto al futuro frente a la vorágine de las nuevas tecnologías, que no propician la vuelta a lo sencillo, a ese gesto primitivo y profundo de escuchar el sonido del agua al caer o el graznido de un ave para celebrar la libertad.