Con un dejo de tristeza y una furia no muy disimulada, reconozco que a una semana (que hoy se cumple), de que, por tercera vez en más de 12 años, la columneta no hiciera acto de presencia en las páginas de La Jornada, un minúsculo grupo de apenas un centenar de lectores no sólo se dio cuenta de ello, sino que se interesó en conocer la razón de esa ausencia.
Gracias a quienes por diferentes medios y con muy diversos tonos me hicieron saber su interés y hasta su preocupación por no haber pasado lista de presente, como era mi hebdomadaria obligación. Y la razón de mi falta fue sin duda una sinrazón que podemos resumir en una vieja sentencia popular: “A la vejez viruela”. ¿Cómo se me ocurre a esta edad y sus múltiples achaques, pretender cubrir informativamente la madre de todas las elecciones estatales? No hay duda de que cada una tiene singularidades: errores y aciertos que es necesario valorar. Nada peor que confundir unos con otros y actuar en equivocada consecuencia. De la elección en el estado de México tengo algunos incidentes interesantes que comentar, pero desgraciadamente las noticias prescriben casi de inmediato y la interpretación más brillante de un peliagudo incidente expuesta a destiempo tiene el mismo valor que una declaración racista del representante panista por el distrito de Liliput o que una intensa campaña para vasectomía gratuita en un asilo de varones de la tercera edad. Hay sin embargo dos o tres detallitos para pensar o repensar.
1. Un gobernador menos pior que Jiménez Cantú, Arturo Montiel y Enrique Peña es el que vive la primera derrota electoral en casi un siglo de que el tricolor detentó el gobierno estatal “haiga sido como haiga sido”, tal como diría el académico de número de la RAE. Pues por este comportarse con apego a ley: no presiones, no compra de voluntades, no violencia ni chanchullos, no alteración de documentación como lista de electores, boletas y actas, los paladines permanentes de la pureza electoral ahora son quienes claman por un castigo ejemplar para quien atendió sus demandas –¡pero, oh, desgracia!– la bendición llegó tarde: ellos estaban ya en la portería contraria. 2. ¿Por qué si la abanderada del tricolor ahora sumaba los colores marianos, se deslindó groseramente no sólo de las fuerzas políticas que la habían distinguido con su representación, sino también de las causas honorables por la que se debe participar en la política? Alejandra, consciente de que lo tricolor ni con un intenso dry cleaning la tornaría albiazul y a la visconversa resultaría lo mismo, tiró un doble mandoble (por demás grosero y de baja estofa). Dijo: “El tiro, Delfina, es entre tú y yo, más allá de los partidos y las ideologías”. Sólo le faltó agregar: ¿Qué tal si rentamos una arenita o una placita de toros y cobramos buena morralla por unos cuantos cabronazos? 3. ¿Por qué si el premio en disputa era de gran importancia y los que lo peleaban eran rivales históricos, la concurrencia fue escasa?
Hay dos que tres detallitos que son de mi interés. Por ejemplo: la votación en municipios de clase media hacia arriba tuvo un porcentaje mayor de sufragantes que los de clases populares, que suelen ser más participativos, situación que no oculta que gran número de clasemedieros creyeron en las fantasiosas encuestas de que Delfina iba a arrasar, y decidieron no levantarse ni ir a mezclarse con la broza innecesariamente, puesto que la elección ya estaba perdida.
Hace unas horas, al momento en el que escribo estas líneas, en la tarde que se puso triste, recibí la noticia de la muerte de la esposa de uno de mis más viejos amigos. Lo siento mucho, como si la tratara a diario, y tan sólo la vi una vez. Sin embargo, cada vez que mi amigo escribía sobre ella, la sentía cercana y me sumaba a todo cuanto él le decía. Hablaremos luego.
Twitter: @ortiztejeda