El Premio Nacional Carlos Montemayor fue entregado ayer a los periodistas Luis Hernández Navarro y Mario Renato Menéndez; a la defensora de derechos civiles Josefina Martínez y al antropólogo Leonel Durán, en una ceremonia en la que se expresó que el reconocimiento se extiende a las luchas sociales del país.
Sobre Carlos Montemayor, Hernández Navarro, coordinador de Opinión de La Jornada, relató dos momentos en su relación con el poeta y escritor.
Ante un auditorio que colmó la antigua cancha de tenis de los ex presidentes en el Centro Cultural Los Pinos, contó, después de hacer extensivo el premio a La Jornada y a su colegas en el periódico: “Lo conocí personalmente en 1994, cuando el ‘¡Ya basta!’ insurgente, hoy bajo terrible acoso paramilitar, nos enseñó a mirar otros horizontes y, con enorme generosidad, me puso en contacto con personas extraordinarias, referencias políticas e intelectuales del país y del mundo. “Desde allí, y a partir de mi trabajo cotidiano en La Jornada, pude tratarlo y aprender de él, al tiempo que él padeció los tormentos de mis ‘tijeras’ como editor obsesionado por la extensión de los artículos”.
Abundó que, en 1994 durante un seminario organizado por varias universidades en Washington, cuyo propósito era “entender” el levantamiento zapatista, Montemayor explicó a los convocantes, “para sorpresa de ellos, cómo el movimiento correspondía a los ciclos largos de las luchas armadas, y una investigadora, entre ingenua y bien intencionada, le preguntó: ‘Doctor, ¿qué podemos hacer?’, a lo que Carlos respondió: ‘nada, no se metan, no es su asunto’. Ese era Carlos Montemayor”.
El comité organizador de la condecoración también aprobó reconocimientos especiales a Silvia Valdez García, esposa de Javier Rodríguez Torres, militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre; de manera póstuma a José Manuel Alapizco Lizárraga, también militante de la Liga y víctima de desaparición forzada; al luchador social Guillermo Sánchez Nava, al ex militante del Movimiento de Acción Revolucionaria, Alberto González Limón, y a Efraín Calderón Lara, asesinado en Yucatán “por órdenes del ex gobernador Carlos Loret de Mola”.
Parapléjico por una agresión de priístas en 2011, Sánchez Nava fue llevado a la antigua residencia presidencial por su familia. Su hija, Patricia, resaltó que la lucha diaria no es sólo por su salud física, sino también sicológica.
“Silenciaron su voz potente, pero él no se rinde”.
Ante las necesidades económicas para su atención, dijo que propondrán a la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, presente al Congreso local una iniciativa de pensión vitalicia para él. Los asistentes secundaron: “¡No está solo, no está solo!”.
En la ceremonia se recordó a López Limón como “un comprometido de la búsqueda de la verdad y el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos en el pasado reciente por el Estado mexicano en la la guerra sucia”.
Martha Alicia Camacho Loaiza agradeció el reconocimiento póstumo a su esposo José Manuel Alapizco: “Creían que podían enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas. Mientras las demandas para una humanidad sigan sin cumplirse, la lucha continúa sin descanso.
Las demandas –que dignamente compartimos con los pueblos zapatistas– son las mismas: techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, libertad, independencia, justicia, democracia y paz”.