La pintura en la pared: Una ventana a las escuelas normales y a los normalistas rurales, del escritor y periodista Luis Hernández Navarro, forma parte de esa estirpe de libros entrañables e imprescindibles “que, por fortuna, no cesan de aparecer en este arduo camino de construir la memoria histórica ejemplar”.
Así lo sostuvo la investigadora Cristina Híjar en la presentación de esa obra editada por el Fondo de Cultura Económica (FCE), acto con el que ayer el Colegio de San Ildefonso concluyó el programa de actividades de la muestra El espíritu del 22: Un siglo de muralismo en San Ildefonso, que terminará su estancia en ese recinto mañana.
Acompañada por el muralista Gustavo Chávez Pavón, el poeta Eduardo Vázquez Martín, coordinador del Colegio de San Ildefonso, y el propio Luis Hernández Navarro, la especialista en artes plásticas consideró a ese libro una “lectura necesaria en tiempos infames cuando aún esperamos verdad y justicia por Ayotzinapa, cuando aún se reprime brutalmente a las y los normalistas rurales demandantes de presupuestos y mejores condiciones de educación, tal y como han hecho desde 1940, cuando se lanzaron a una huelga nacional”.
Por su parte, Luis Hernández Navarro, coordinador de Opinión de La Jornada, habló de la estrecha relación en la historia mexicana entre educación pública, normalismo y muralismo, al nacer prácticamente de la mano. Recordó que los muros de las escuelas fueron a partir de 1922 y hasta 1924 los primeros espacios para que los muralistas plasmaran su obra, su visión y sus experimentos.
Destacó a las normales rurales mexicanas como “museos vivientes”, debido a que las paredes de sus edificios y muchas veces sus aulas contienen obras plásticas, algunas desgraciadamente muy descuidadas y maltratadas, como varias de José Hernández Delgadillo.
“Son museos vivos, también en el sentido de que los murales aparecen y desaparecen al calor de los acontecimientos. Hay que tener cuidado, porque en cualquier momento la más consagrada obra de arte desaparece para volver a servir como muro para plasmar lo que es importante en ese momento.”
El escritor y periodista precisó que el muralismo en las normales rurales nació en la escuela de Cerro Hueco, Chiapas, fundada en 1931 por el maestro Isidro Castillo, a quien se debe la primera normal rural, la de Tacámbaro, hoy Tiripetío, Michoacán, en 1922.
Como sucedió con muchas otras de esas escuelas, contó, la de Cerro Hueco se tuvo que construir con el trabajo comunitario de los campesinos, de los indígenas y de los alumnos, y era tan reducida que en el comedor los estudiantes pintaron un mural como si se tratara de una ventana.
“La pintura les permitía romper los muros, ver más allá, otro horizonte. Esa primera experiencia de muralismo en las normales rurales expresa muy claramente lo que son esas escuelas y el muralismo dentro de ellas. Es decir, son pinturas que permiten a jóvenes provenientes de familias humildes, campesinas en su mayoría, muchos de ellos indígenas, tener en la escuela una ventana para ver otro mundo, otro futuro, otras posibilidades de transformar su vida.”