Una madurez indeseada. Blondi, el debut como directora de la actriz argentina Dolores Fozi, es una sorpresa formidable. Se trata de una comedia engañosamente ligera sobre Blondi (Dolores Fozi), una mujer de 35 años, madre simpática y desenfadada del joven de 20 años Mirko (Toto Rovito), con quien mantiene una singular relación afectiva muy alejada de las convenciones del amor filial. En ocasiones se presentan, y la gente los ve, como hermanos. Siempre van uno a lado del otro, desde la primera escena en que despiertan juntos en la cama, hasta en el contacto diario con amigos y amigas comunes relacionados con sus trabajos respectivos; ella como encuestadora social, rodeada de un equipo joven; él, como dibujante en espera de una beca para especializarse en Barcelona. Juntos hablan también sin tapujos de todos los temas y tampoco desdeñan compartir el mismo toque de mota.
Lo más cercano en el cine de habla hispana a esa intimidad filial lo muestra la estupenda cinta mexicana Blanco de verano (Rodrigo Ruiz Patterson, 2020). En Blondi (2023), sin embargo, el tono es muy distinto. Sin tener estrictamente los personajes un toque almodovariano, no son pocas las escenas en que se nota un desparpajo en los diálogos parecido a lo que solía ofrecer el cineasta manchego en sus primeras cintas. Un humor irreverente teñido de una ternura infinita. Hay la abuela de Mirko interpretada con mucho encanto y brío por la veterana Rita Cortese. Una delicia. También Martina (Carla Peterson), hermana ligeramente mayor de Blondi, siempre en disputa con ella por motivos triviales, pero sobre todo por el modelo de maternidad libre que esta última representa en contraste con su vida propia conyugal al lado de un hombre insignificante (Leonardo Sbaraglia) y dos hijos de quienes ella misma se pregunta si no es demasiado impropio atenderlos y quererlos más bien muy poco. En esta pequeña galería doméstica bonaerense destaca en primer plano que la relación heterodoxa de Blondi con su hijo Mirko es, de modo sorprendente, un insuperable modelo de armonía, sintonizada de modo muy atractivo con la música de la banda Velvet Underground & Nico.
¿Qué le reprochan a Blondi quienes critican su estilo de vida y su modo de relacionarse con su hijo? En resumen, su pretendida inmadurez de madre eternamente adolescente renuente a aceptar y asumir toda responsabilidad familiar. En una escena en que, después de una fiesta, la madre de una joven que ha dormido a lado de Mirko y otro chico, pregunta a Blondi si su hija está en su casa, y topándose con la tibia complicidad de la madre, inquiere con ironía: “No vive algún adulto con ustedes”. Con su personalidad sobreprotectora y ultraliberal, Blondi no admite que su hijo le diga madre, prefiere que la llame por su nombre, ignorando de paso las necesidades de crecimiento de su hijo o confundiéndolas con la forzada camaradería que ha instituido entre los dos, un poco en el estilo de la comedia minimalista Club sandwich (2013), de Fernando Eimbcke. El joven veinteañero, por su parte, se deja querer y consentir sin ningún asomo de rebeldía. El pacto tácito de comprensión y tolerancia es de conveniencia mutua. Nada podrá perturbarlo, ni siquiera la confesión de Blondi a Mirko en la que admite que fue un hijo no deseado, consecuencia casi de un aborto fallido. Desde entonces, la compensación afectiva se volvió avasalladora. Tanto así que ante la perspectiva de una separación filial por el los estudios de Mirko en Barcelona, la comedia vira al drama agridulce y tierno de una dura despedida amorosa.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá y Casa del Cine.